martes, mayo 17, 2005

En la silente oscuridad

En la silente oscuridad

Aquí estoy, trabajando como un loco, esperando terminar antes de que llegue el día. ¿Que cómo llegué hasta aquí? Es bien fácil. Cogí la furgoneta, la cargué con las herramientas y, en esta noche de luna llena, me interné por las callejuelas de la ciudad hasta salir a campo descubierto.

Una vez en mi destino me costó bastante elaborar el plan de acción. ¿Cómo metería la pala, el pico, el azadón, la cuerda y la palanca, herramientas que necesitaría en mi tarea? Y, sobre todo, habría que poner especial cuidado con la vigilancia. Negocios como éste gozaban últimamente de una prosperidad que cualquier gasto en ese sentido les parecía poco.

No es que no hubiese pensado antes en una solución. Es que tenía miedo de llevarla a cabo. Finalmente me decidí e hice dos viajes con las herramientas bien afianzadas en la mochila. Esa sección de muro tendría más de 40 años y no era difícil de trepar.

Y aquí me encuentro, casi finalizando a las cuatro de la mañana. Llevo mucho tiempo preparándome para esto. Ella sigue suplicándome todos los días. Ah, bajo la tierra blanda, ahí está. Limpio la zona y encuentro la tapa de madera podrida y ahuecada por la humedad. Uso la palanca. Dentro me espera un cataclismo de polvo y huesos.

Lo esperaba, no podía ser de otra manera. Pero su voz sonaba tan vital. Ella me habla siempre que me encuentro sólo. ¿A esto se reduce ahora su humanidad? Un cortocircuito mental está a punto de abatirme. Yo concebía esperanzas, la posibilidad de seguir junto a ella. Pero esta derrota del ser me supera.

No pierdas la esperanza. Has venido para estar conmigo y no te decepcionaré.

—Ah. ¿Estás aquí? Pero de tu antigua mandíbula no brotan ya sonidos.

—Estoy aquí, a punto de cumplir lo que llevas deseando desde hace tantos años.

—¿Eres en verdad tú, mi esposa muerta hace ocho años? Ahora caigo en la cuenta. Yo te maté, ¿verdad? Y este inconsciente deseo de reencontrarte ha sido mi expiación, ¿no es así?

—Este es el final que tú querías, abrazado a mis restos. Pues lo tendrás.

Cuando, al amanecer, el enterrador paseaba por entre las piedras de los muertos, se percató horrorizado de la tumba abierta en la sección más alejada de la puerta. Y lo más extraño, se encontró con el autor de tan desagradable hecho muerto en el fondo del agujero. Un ser que vivirá por siempre en la silente oscuridad.

© 2003 Álvaro Ruiz Fernández

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