domingo, marzo 25, 2007

Looks horteras ochenteros a reivindicar...

Los heavies "vikingos" de Europe:



¡¡¡¡¡Estofadooooo en salsa!!!!!... asi es como doblaba un amigo mio la letra de su más famosa canción: It's the final countdown. Angelito. Un saludo desde aqui a Javi.



El "animal" de Limahl





La siniestra comparsa de "The Cure"... atención al pelo "en escarola", muy típico de la época...







Este hombre tiene todas las papeletas para ser el ser más hortera (y que miedo da también, oye) sobre la faz de la tierra... señoras y señores, con ustedes... David Bowie...








Roxette, Ericsson e Ikea, los grandes hallazgos escandinavos... ya decian eso de "You've got a look" que pa que...




Pasamos a publicidad...

No me he podido resistir de rescatar aqui este famoso anuncio, cuya musiquita rememora ligeramente a la canción anteriormente citada "I like Chopin". ¿Quién copió a quién?

Más música ochentera...

Berlin - Take my breath away








Talk Talk - It's a shame












Los años 80... esto es sólo una pequeña muestra

Música para días de nieve...



¿Que os parece si volvemos por un momento a los maravillosos años 80? Os ofrezco piezas irrepetibles de aquella época que a más de uno de vosotros seguro que os emociona...

Gazebo - I like Chopin







Banda sonora de Scarface - Giorgio Moroder y Paul Engemann







Laura Branigan - Self Control







domingo, marzo 18, 2007

Quinto capítulo íntegro de "Con la luz en los ojos"




Capítulo 5 Sin control

—Buenos días, Consejero Devine.

—¿Lo son?

—Como asistente personal de usted en la Mesa del Consejo me resulta tremendamente embarazoso comentarle acerca de los últimos sucesos en Clonal. Se trata de una mala noticia que, por lo que creo conocerle, pudiera convertirse en excelente.

—¿Ah, sí? Llevamos unos cuantos años trabajando juntos, querido Kalde, pero eso no es suficiente para afirmar que me conoces. Aunque para esta ocasión podría servir. Adelante, estoy impaciente por afrontar las novedades.

—Todos los Creadores han muerto…

—¡Pero eso son terribles noticias! ¿Cómo? ¿Cómo es posible?

—El Proyecto I está fuera de control.

—Era de esperar. ¡Relátame lo sucedido! Esta misma tarde se reunirá el Consejo.


—No es fácil de entender. Simplemente dejaron de vivir. Ahora están completamente inertes, reposando en la Sala 015 de la Sección Médica Central. Su estado es de absoluta normalidad, aparte de que ni están durmiendo ni están despiertos. Es como si les hubiesen congelado, cada uno retenía la postura que mostraban un segundo antes del suceso.

—Así es. Sin embargo, es más complicado… Y más difícil de creer. No sé cómo ha podido conseguirlo pero I ha detenido el tiempo, la vida, de esos infelices. Eso demuestra que las fuerzas integrativas existen. Kalde, allá arriba hay entidades que manejan nuestros destinos a su antojo e I no ha hecho otra cosa que pedirles su intervención. Este es, con certeza, el mayor descubrimiento de la historia de la humanidad, la comunicación con seres que alcanzan la categoría de divinidad. Es, sin duda, una mala noticia. El Consejo decidirá la sedación de I, hasta niveles por debajo de la consciencia. Será la mejor opción.

—Señor, no adelante acontecimientos. Es posible que el Consejo decida otra cosa.

—No lo creo. El Consejo decidirá eso porque es lo que yo he decidido. Hablaré con Desmund. Él lo aprobará. En cierto modo, somos muy parecidos. No le gusta destruir aquello que desconoce sino sumergirse en ello. Pero siempre hasta lo humanamente posible, claro. Y en este caso, se ha superado ese límite.

—¿Qué va a suceder ahora con Clonal?

—Bien, para mí es obvio. Era predecible que las iras de I se centraran en la casta dominante de Clonal. Aunque creo intuir algo más. Un subnormal como aparentemente es este clon arremetería contra los Monitores y el personal al que tiene que soportar cotidianamente, al que tiene más a su alcance. ¿Por qué ir a la línea de retaguardia y borrarla del mapa? Porque allí está la fuente del poder, de la dominación, de su padecimiento. ¿Y entonces por qué no derribó a la pieza del rey, a Eigling? ¿Por qué no a nosotros? ¿A Zest? Es algo que no me encaja.

—¿Quizá porque no nos conoce? Señor, estamos a millones de kilómetros de distancia de Urales. ¿Cómo podría alcanzar a Prometeo con su poder? Es imposible.

—Bien. Entonces, ¿por qué no a Eigling?

—El señor Eigling estaba de viaje. Tenía una cita con el Mayor Merino. Los roces entre las dos autoridades son cada vez más frecuentes, al menos desde el robo frustrado protagonizado por ese tal Aganos. Laos piensa que el Mayor Planetario ha permitido que Perm y el resto de Urales bajo control sistémico sea un coladero de clones.

—Ya me sé esa historia. Tranquilo, la sangre nunca llegará al río. Esta eventualidad nos presenta una información de gran trascendencia. ¿Cuánto dista Perm del Centro de investigación?

—Exactamente son 293 kilómetros. Esa será la distancia de seguridad para tratar con él, ¿verdad?

—Cierto. Aunque espero que no sepa lo que se le viene encima y sea sedado antes de cometer más desmanes.

—Y si eso no fuese posible…

—Tranquilo, Kalde. En tal caso ya buscaríamos otra solución: un engaño, probablemente. En caso extremo usaríamos bombardeos orbitales. Clonal acabaría siendo demolida, lo cual no dista tanto de nuestras verdaderas intenciones. ¿No es así?


—Sí pero las muertes innecesarias…

—En esa postrera circunstancia todas las muertes serán necesarias. Y no hay más que hablar. ¿Cómo andan nuestros “infiltrados” después de esta sacudida en los cimientos de Clonal?

—¿Debo entender que, con esas palabras, usted autoriza la comunicación bidireccional?

—Sí, sería interesante ir recibiendo sus informes. Nos facilitaría mucho las cosas. Abrid un canal privado en sus conexiones a Reol, uno de la clase restringida que usamos en nuestras reuniones.

—Así se hará. Además debo decirle que, con la completa carencia que la desaparición de los Creadores ha creado, el Centro ha decidido introducir un grupo especializado procedente de Laertes. A pesar de que todas las estaciones orbitales están ultimando los últimos detalles para la salida del crucero interestelar Polkim, una de ellas envía a sus mejores hombres. Llegarán dentro de dos rotaciones. Además el propio crucero realizará una escala en Urales antes de partir para su próximo destino de colonización.

—Eso nos brinda una oportunidad que no debemos dejar pasar. Tengo que hablar con el Comandante Borkovec. Los grupúsculos de exploradores renegados deberán asestar un definitivo golpe muy pronto, aprovechando el desconcierto actual. Alguien deberá reunirlos y tengo a la persona adecuada.

—¿Habla de Denera Abnera, señor? ¿Será capaz?

—Por supuesto. Lleva ya seis años en las profundidades del lago Abisal, el gran escondite para los clones rescatados. Además no tenemos a otra persona.

—¿Sigue sin dar opciones a Orestes?

—Es demasiado poco intrépido para eso. Él ya tiene una responsabilidad que cumplir en el corazón de Clonal y, por lo que sé de él, dará todo lo que tiene dentro una vez llegada la hora. Y ahora, si me disculpas… Tengo tareas menos apasionantes y quizá más útiles que realizar.

—Una última cosa, señor. El SCE… Tiene una consulta mañana a las doce y media. Ya sabe, debe darle los registros del cerebro de I obtenidos a partir del injerto del procesador lingüístico.

—Información en estado puro. Es verdad. Me había olvidado. Ya sabes lo que odio las agendas electrónicas. Y algunas veces, aunque parezca increíble, mi memoria falla. Es el precio de estar libre de implantes. Gracias por recordármelo. ¿Ya lo vio Eigling?

—No, señor. Tal y como lo pidió.

—Excelente. Además él no tiene autorización para recibir la interpretación del SCE. Tal vez debiera adelantar esa consulta. Prefiero conocer la opinión del Sistema Cibernético Ejecutivo antes de hablar con el Consejo. Quizás pueda tomar el control de la mente de I. No es una acción muy ética pero se trata de un clon. ¿Verdad, Kalde? Tal vez sea la mejor solución.

—Tal vez. Navegamos en aguas tormentosas.

—Sí, y esto es sólo el principio.

Los dos hombres se separaron. Devine y Kalde, uña y carne, conforman un equipo de trabajo eficiente y capaz. El joven de calva incipiente y mirada vivaz, junto al anciano de nariz aguileña y ojos huidizos, un verdadero prodigio de inteligencia y rapidez mental. Su charla ha sido tan instantánea como la chispa de una conexión sináptica. Kalde es una prolongación de la mente de Dunlach, cuentan las malas lenguas de la capital de Prometeo.

Ya en la soledad de su recargado despacho, el viejo brujo del Consejo se acomoda en su sillón favorito, mirando su rostro en el espejo electrónico, una cara que le resulta a él más extraña que a todos aquellos que le ven por primera vez. Una piel ajada por la edad pero casi intacta para los aparatos de manipulación estética. Unos ojos azules cristalinos que representan la pureza de un alma bondadosa y magnánima, a pesar del resto de su apariencia, absolutamente turbadora y repulsiva. Nadie queda indiferente una vez que ha observado a Dunlach Devine en persona.

Los pensamientos del Consejero son inescrutables. Siempre se adelanta años en el futuro, un mañana neblinoso y lleno de incógnitas tanto para él como para aquellos a los que representa sin que nadie lo sepa. Dunlach no es lo que parece y la llaneza de esa afirmación esconde un secreto, uno que sólo él conoce dentro de este Sistema. Ni siquiera Kalde es capaz de adivinar cuál es el verdadero origen de una de las figuras más carismáticas de todo β-Mimosa.

Dentro de muy poco ese secreto puede ser revelado, y Dunlach lo sabe. I podrá conocer el hilo que une al Devine humano y relativamente ordinario con el Devine exohumano e inmortal. En cuanto Eigling conozca esa relación, todo por lo que él ha luchado durante tantos años se derrumbará hasta desaparecer en un caos de muertes e incomprensión. En cuanto Zest y los suyos alcancen a comprender que los dueños y señores de los antiguos vestigios extraterrestres en este y otros sistemas están vivos y escondidos en un único planeta, no dudarán en convertir sus renovados esfuerzos de colonización en afanes de conquista y curiosidad mal entendida.

—¡Cuántas rotaciones completas manteniendo este penoso discurso conmigo mismo! La supervivencia de I o la de mi especie. Centenares de siglos han pasado y los míos han perdido todo deseo de vivir. Su único interés, replegados en el último de una larga serie de hogares largo tiempo hallados y perdidos, se reduce al estudio de un pasado remoto pero brillante en el que la luz de nuestra estirpe brillaba por toda la galaxia conocida.

—Sin embargo, llegaron ellos, llenos de una sed de conocimientos y una tenacidad sin límites. Miraban a su alrededor y todo era nuevo e inabarcable. ¡Lo que daría por volver a tener esa sensación! Casi la tuve cuando, con mi talentoso equipo científico, llegué a saber del conocimiento integrativo. Los míos jamás podrán alcanzar a imaginar semejante avance en la comprensión del universo.

—Ellos juegan con juguetes rotos y polvorientos. Aunque no son tontos… Recibí la orden de integrarme en la jerarquía sistémica humana y emplearla a nuestro antojo. He cumplido mi tarea con creces. Llegada la hora deberé regresar a mi planeta natal, a mi configuración original, y darles la buena noticia de que, durante otra generación, el ser humano seguirá desconociendo nuestro paradero y nuestra propia existencia, tan real como la suya, tan cercana e invisible como la de los radiantes, criaturas de pura energía que se han llegado a colar por la red eléctrica de algunas estaciones mineras humanas. ¡Cuánto añoro los intensos destellos producidos por estos seres en las cercanías de nuestros huertos electro-generadores!

—La vida apacible y contemplativa de nuestros conservadores, tan tentadora, iba a ser mi destino vital. Y lo fue durante un centenar de años. Un breve parpadeo nada más. Ahora soy yo quien crea y conduce los destinos de millones de seres. Ahora yo modelo la historia, aunque no sea la mía. La historia de mi pueblo se congeló hace tiempo.

—Somos tan pocos los que pensamos en un futuro para nuestro planeta. Tantas veces he pensado en la convivencia pacífica entre las dos razas. ¡Cuánto aprenderíamos unos de otros! Sin embargo, no es el momento. Quizás exista un ser humano que llegue a conocer sobre nosotros, que haya percibido de primera mano los indicios sobre nuestra presencia. Nuestras ruinas y las de nuestros compañeros de viaje, aquellos que desistieron mucho antes y tomaron un camino sin retorno, el de la autodestrucción. Un explorador, tal vez.

—Ojalá exista esa persona, el que una a nuestros dos pueblos. Esa sería la verdadera solución. Seguir huyendo es lo que se me ha ordenado. Nuestros líderes, si bien venerables y sabios, no están capacitados para enfrentar el serio reto que se nos presenta.

—Y vuelvo de nuevo al dilema. Eso si es que verdaderamente existe una elección. ¿Por qué no las dos? Todo depende del SCE. Si pudiese domar y apoderarse de la mente de I, entonces todo iría bien. Aún queda un arduo trabajo de programación de un nuevo módulo para que pueda lidiar con el clon. Y aún más importante, debo convencer a Zest para que me apoye en todo esto. Eso será lo más difícil. Después de todo, él es, si exceptuamos unas pequeñas pinceladas por mi parte, el creador de la IA sistémica. Habrá que engañarle en su propio terreno. ¡Ah, esto es sentirse vivo! La lucha constante de todos los días…

—Por último, la pieza clave en el corazón de Clonal: Borkovec hijo. Siento sus motivaciones. Sé que no me fallará. Es mi carta escondida, mi escolta favorito. Tendrá que proteger a I, aún con el riesgo de su propia vida.

—Hmmm, veamos… nos queda algo. ¿Podremos encontrar un sitio encima de ese montacargas para un nuevo compartimento habitable? Sí. Perfecto. El plan de viaje de la Polkim va a ser alterado drásticamente. Y nadie sabrá nunca el motivo real. Excelente. Un objetivo cumplido. Bien, y ahora debemos administrar un sistema. Tarea sencilla en comparación.

¡Esto no debería estar ocurriendo! El Centro es ahora un caos. Sin cabeza que lidere al personal laboral, las actividades cotidianas se han extinguido casi por completo. Los únicos con una misión todavía útil somos nosotros. La monitorización de los clones se ha reducido a un nivel basal. En muchas celdas se ha iniciado un programa automático capaz de conducir a los clones con las pautas predefinidas por los Creadores. Sin embargo, esto no ha sido posible con todos. Por ejemplo, en el caso de I, por la enorme precaución que requiere su trato.

Y es precisamente ahora cuando recibo la orden de actuar. Justo cuando todo se desmembra. Ahora comprendo por qué se me ha permitido llegar tan lejos. ¡Precisamente porque me iban a cobrar un alto precio! Todo lo que he conseguido estos últimos meses, un puesto de trabajo en el que nada tenía que demostrar, sin penurias, sin retos, sin competidores; una paz mental desconocida hasta entonces; una mujer que parecía, al fin, apreciarme y ante la cual todo el resto de Creadores no eran más que unos criminales, asesinos sin escrúpulos.

¿Por qué tuvo que pasar precisamente ahora? ¿Por qué no pude disfrutar más de su sonrisa? ¿Por qué todas las realizaciones en la vida de una persona se me escapan como las imágenes de un sueño? ¿Por qué siempre he ido por detrás de los demás? ¿Por qué todas mis mayores esperanzas son objeto de escarnio por parte de un dios cruel y vengativo? ¿Por qué tuviste que nacer? Maldita sea.

Ni I ni yo debimos nacer. Encerrados en un mundo cuyas normas las dictan otros, reglas que nunca estarán a nuestro alcance, que siempre serán empleadas para sojuzgarnos. ¡Maldición! Tengo que ayudarte y desearía matarte. Pero no puedo. Se contrapone frontalmente a todo lo que yo soy, lo que he aprendido. ¿De qué me habría servido vivir si no hubiera entendido nada? Has destruido todo este mundo perfecto, has convulsionado esta maquinaria de poder. ¡Me has hecho daño! Me lo has quitado todo. Ahora somos iguales.

Mi papel ahora consiste en proteger la vida de I. Tan sencillo como suena. Parece que su potencial destructor ha sido contenido. ¡Maldito bastardo! ¡Ya has hecho suficiente! No, no debo agitarme. Ya no hay vuelta atrás.

Todo está cambiando aquí y eso es gracias a él. ¿Habría otra manera? Quizás. De todas formas, esto debía ocurrir. Algo tenía que suceder. Lo que temo ahora es la manera en que se encauce toda esta furia desatada. Ojalá sepan allá arriba lo que están haciendo.

¡Pero qué digo! ¿Cuándo ha venido algo bueno de las altas esferas? Y yo, como un estúpido, obedeciendo una vez más. ¡Basta ya de ser un perdedor! Me lo llevaré. Lo robaré. Hace tiempo que sé quién es la persona más adecuada para ayudarme: Aganos.

—Es la cosa más ridícula que he oído en mi vida. ¿Pretendes llevarte contigo al asesino de más de treinta personas? ¿Y perfectamente consciente, además? ¿Por qué no le han sedado? —estaba, como otras tantas veces, en su habitación privada: la intimidad entendida como premio y como un lujo. Sin embargo, esta no sería una reunión para pasar el rato.

—Aganos, es difícil de explicar pero te tienes que poner en mi situación. Tienes que comprender, que saberlo todo. Mira, este es el nuevo mensaje cifrado que he recibido. Ponte mi visor. No puedo transmitírtelo. No confío en el nivel medio de seguridad.

—De acuerdo, de acuerdo. Hmmm… ¡Por todos los dioses! ¡Está firmado! —tras ver la cabecera, el Monitor había perdido todo el color de sus estiradas mejillas.

—Sí. Nick Kalde, asistente personal del Consejero Doméstico y Sistémico Dunlach Devine. No es cualquiera, eso está claro. Nada menos que Devine.

—Sólo él se encarga de todas las políticas de Interior, Administración Sistémica y Comercio tanto intra como intersistémico. Casi nada. ¿Y entonces qué es lo que quiere este tío?

—Sigue leyendo y lo verás.

—…

—¿Qué más has visto? No se te ha quitado la cara de susto —su expresión era, con su calva, esos ojos grandes y la boca torcida, muy similar a la de un bebé a punto de llorar.

—Joder, está conectado al SCE. ¿Pero qué demonios han hecho? Ese bicho es ahora un monstruo. Con su psique en estado salvaje y el enorme acervo tanto cultural como científico que atesora el SCE, ese clon se habrá convertido en una pesadilla. ¡Joder, no sabía que se pudiesen hacer esas cosas! ¿No has leído sobre las antiguas prohibiciones en el sistema Hadar acerca de los androides psíquicos? —mi amigo dejaba clara una de sus aficiones más provechosas: la lectura sobre tecnologías obsoletas de modificación humana.

—Pues no. Ni siquiera sé lo que son —nunca antes había tenido acceso a tanta información especializada. Me solía bastar con saber emplearla.

—Pues I se ha convertido en uno. Pero claro, ¿quién le va a decir al señor Dunlach Devine que está empleando tecnologías hace largo tiempo desechadas?

—Nosotros. Es nuestro deber.

—Vamos, vamos. Pensemos un poco las cosas. Si dices que vamos a robar ese clon, que ya es mucho decir, ¿por qué deberíamos ponérselo fácil y entregárselo a sus pies? Dices que estás harto de que te controlen y que debas acatar mandatos sin apenas comprender qué pintas tú en todo esto. Entonces lo mejor será darles el esquinazo. Desaparecer para siempre. Con todo lo que implica. ¿Estás dispuesto a ello? —Aganos volvía a mostrar su temperamento cambiante, adquiriendo su voz una seriedad que invitaba a una reflexión profunda.

—Yo sí. ¿Y tú?

—Mi trabajo sólo se reduciría a darte indicaciones sobre el camino a seguir, ofreciéndote equipo, ropa, comida, instrumentos de navegación. Quizás hasta podría aceptar que robaras mi biplaza magnético. No llegarías hasta Perm pero sí a otras zonas más seguras —hablaba, por supuesto, de las áreas controladas por exploradores renegados. ¿Hasta qué punto tenía Aganos conocimientos de ese tipo?

—No, tú tienes que venir conmigo. No soportaría perderte como perdí a Lena. Además aquí ya no tiene sentido estar. Tú lo sabes.

—Siento mucho lo de la señorita Lena. Casi tanto como tú, créeme. No me convencerás, yo me quedo. Además, ¿no te acuerdas de lo que me dijiste sobre Laertes? Están en camino y cuando lleguen todo volverá a ser como antes. Y era una vida que me gustaba.

—Era una vida basada en la dominación de tus semejantes. Es lo que has hecho toda tu vida, lo entiendo. Pero eso no significa que vaya a ser así por siempre. ¿No ves la oportunidad que nos han brindado para cambiar las cosas? ¿Qué es lo que temes? ¿Perder todo lo conseguido aquí? ¿Es eso?

—Claro. Ya sabes que sí —me miraba desde su cama, tumbado donde estaba, con su sinceridad característica.

—Yo ya lo perdí todo. Por eso he tomado mi decisión. Respetaré la tuya, sea cual sea.

—Ya lo has oído. Y ahora, déjame terminar de leer esto.

—Como quieras.

—¡Eh, oye! El mensaje dice que te quedes. Te ordenan que protejas al clon hasta que llegue un grupo de exploradores y clones liberados. ¡Eso quiero verlo yo! Un asalto a Clonal. ¡Lo imposible se hace realidad!

—Pero eso es falso. Seguro que quieren que les sirva de niñera hasta que vengan los de Laertes y se encarguen del asunto. Y puede ser peor. Si el nuevo equipo de intervención obedece a Zest y a Eigling, entonces ya me puedo dar por arrestado.

—¿Crees que el nuevo mensaje puede ser un cebo?

—No lo sé. No tengo ni idea. Yo sólo sé que debo escapar de aquí. Y si tú no me ayudas, todo será mucho más complicado.

—¡Pero si está fijado aquí el mismo día en que atacarán! De todas formas, no tienes mucho tiempo. ¿Sabías que el equipo de Laertes viene mañana? El ataque está programado para dentro de cuatro. Se encontrarán ya todo en funcionamiento. ¿No ves? No tiene sentido. Y si te escapas y ellos ven que no has cumplido, no cejarán hasta encontrarte. Tendrás a los dos bandos en tu contra. Serás un fugitivo hasta para tu padre —ahora el sorprendido era yo. ¿Podría acabar todo tan mal?

—Eso no es cierto.

—Si algo me quedó claro después de mi primer encuentro contigo es el odio de los tuyos hacia Zest. Sabes que no me equivoco. Por eso, Dunlach es la facción a la que pertenece tu padre. Así encaja todo. Aunque tú no lo sepas, Devine, Borkovec y vete a saber quién más, han ideado todo esto. Yo creo que deberías quedarte. El clon estará bien. Yo me encargaré de que siga domado, si es que eso es posible. Te comunicaré todas las novedades. Y cuando lleguen los sustitutos, con una poderosa escolta militar, por sí no lo sabías, tú no habrás hecho nada malo. Finalmente, esperaremos hasta el día del asalto. En cuanto vea que esto ha sido demolido piedra a piedra me iré, y no antes. ¿Qué te parece el plan?

—Debo hablar con I. Cuanto antes.

—¡Joder! ¡No lo estropees todo! ¿A qué viene eso ahora?

—Tiene ya instalado el procesador lingüístico, como me dijiste.

—¿Es esa una pregunta o una afirmación? Ya sabes que nos interesa comunicarnos con él. Además se le ha añadido un centro de razonamiento suplementario. Le beneficiará enormemente en su conexión con la IA. Es como darle un proyector a un convicto. En cuanto pueda, él lo usará como un arma y contra nosotros.

—Por eso necesitamos hablarle. Me gustaría que me permitieses entrar en su celda. Tenemos que hacerle saber que todavía hay personas inocentes en este subterráneo inmundo.

—No hay inocentes en Clonal. Tú y yo estamos metidos en esto de lleno. Orestes, él no será capaz de distinguir.

—Tú prepárame el encuentro. ¿Cómo está la seguridad?

—No, no, no. La seguridad está como siempre. Además, ni siquiera entrarías en el cubículo. Pero hay otras soluciones. Te daré la clave de acceso de su nuevo interfaz mente-máquina en cuanto la reciba. Sólo, y esto es muy importante, sólo podrás comunicarte con él en un horario muy preciso que te voy a pasar. Desconectaré el dispositivo de vigilancia en un intervalo de veintitrés minutos, justo a última hora del día, que es cuando estoy sólo durante más de una hora, revisando los registros producidos a lo largo de la rotación. Te pasaré todo el plan por red.

—Muchas gracias. Habla tú también con él. Tal vez entre los dos haya más posibilidades de convencerle.

—No, yo no me inmiscuiré. Esto es idea tuya y si algo saliese mal borraré tus huellas e incineraré tu cadáver. No quiero que nadie llegue a saber que contribuí a desencadenar el caos en estas instalaciones, que es exactamente lo que tú pretendes hacer con este acto de rebeldía.

—No te pongas ahora la medalla del leal y cumplidor trabajador de Clonal. ¿Necesitas que te recuerde en qué situación nos conocimos?

—Eso era diferente. Me encontraba cumpliendo una misión para Dunlach, como tú, aunque yo no lo sabía. Mientras que esto va en contra del sistema establecido, la labor que yo prestaba hubiese ayudado a clarificar lo sucedido aquí, hubiese impedido que determinadas tecnologías incontrolables y peligrosas llegaran a desarrollarse.

—O sea que se confirman mis sospechas. ¿Y cómo sabes que se trataba del Consejero?

—La suma de dinero que prometían era demasiado baja para los estándares de las corporaciones privadas. Debí haberme negado.

—Debiste pero no lo hiciste. Tú fracasaste porque allí estaba yo. Si no, lo hubieses conseguido.

—Ja, ja. No lo creo pero gracias por esa confianza. Ahora yo confiaré en ti. No me decepciones. ¿De acuerdo? Ah, y toma esto —me lanzó un diminuto accesorio de bordes angulosos. Su forma me resultaba totalmente desconocida, como si estuviese contemplando una reliquia extraterrestre—. Es un filtro anti-invasivo o AIIA, si te gustan las abreviaturas. Evitará que el SCE se extienda y anide en tu red interna. Conéctalo cuando tengas que ponerte en contacto con él. Te aparece ya como opción en tu visor. Tenlo a menos de doscientos cincuenta metros y cuando quieras usarlo, simplemente selecciónalo en tu pantalla. Puede darte mareos, pero es sólo al principio.

—¿Tú ya lo has usado?

—No, que va. Vinieron ayer en el cargamento ultrarrápido. Estos chismes sólo se ven en Prometeo capital, en el Palacio de Delfos. En Perm también tienen alguno. Creo que se los cogimos todos.

—Que honor. Aunque son para vosotros, claro.

—Sí, y hasta que leí tu mensaje no supe para qué nos los daban. Tenemos una reunión con Eigling esta tarde y ahora el clon duerme profundamente, por lo menos hasta que recibamos nuevas órdenes. Para mañana ya habrás hablado con I y habrás entrado en razón. Si le consigues arrancar una frase seguida avísame porque habrás batido un record. Hay un premio que incluye ocho latas de verdura fresca y tres de combustible. Avísame y lo celebramos juntos. Ja, ja, ja, ja, ja, ja.

—Hablará por los codos. Tendrá muchas preguntas que hacer y yo también.

—Ten mucho cuidado. Esa criatura es impredecible.

—Yo también. Eso no es lo que me preocupa.

En la oscuridad de los barracones de Seguridad sonó la alarma despertadora. Pero sonó sólo para mí. Había programado el reloj interno de mi suplemento cibernético cerebral, el implante inscrito al comienzo de mis días.

Cogí el visor sin apenas mirar a los “sarcófagos” de mis compañeros. Con su sueño inducido, sería imposible que despertasen pero, por precaución, le cambié a modo nocturno. El resplandor que producían las imágenes al ser recogidas del implante y plasmadas en la pantalla se redujo considerablemente. Desgraciadamente no podía manipular mis vías ópticas eferentes, a menos que deseara sustituir todo mi aparato visual. En el ejército suelen hacer ese tipo de operaciones y así pueden seleccionar con sus propios ojos todos los contenidos que les brinda su procesador, además del hecho de no necesitar visor alguno. Ese no es mi caso. El implante conectaba directamente con el visor sin necesidad de estar unidos físicamente, pero necesitaba de una activación vocal para poder ejecutar los diversos comandos.

Me disponía a introducir la clave, no sin antes haber desconectado mi registro diario, un programa que anota todo lo realizado con el implante, segundo a segundo. Afortunadamente, Aganos me había ayudado a manipularlo. Justo en el instante de introducir la última serie, sucedió algo extraordinario.

Mis manos, inertes sobre los bordes de mi compartimento, se aferraron con firmeza a esos mismos cortantes salientes. Mi cuerpo, dotado de vida propia, se autopropulsó hacia arriba, saliendo del nicho y cerrando la tapa.

Sin apenas poder articular una explicación a lo sucedido, me precipitaba hacia el corredor. Estaba en un estado que nunca había experimentado, como si estuviese viendo mi propio cuerpo moverse sin sentirme dentro de él. Además, estaba tan atemorizado que el razonamiento calmado y desasosegado me parecía un disparate. Sólo podía asistir a las actuaciones de mi envoltorio físico como espectador.

A medida que los sombríos corredores iban pasando, evitando las estancias más amplias y posiblemente ocupadas por trabajadores nocturnos, me iba haciendo una idea del lugar al que me dirigía. Aunque, claro, en cierto modo eso lo sabía desde un principio. Aganos era mi objetivo.

Entrar en el entramado de cubículos y salas de observación o experimentación no iba a ser fácil. Me pregunto lo que hubiese dicho si alguien me hubiese parado. Ni siquiera llevaba mi ropa interior, por lo que podría haber sido bastante embarazoso.

Nada de eso sucedió y en ese momento lo tenía claro: estaba bajo el manto protector de I. Los hombres apartarían la mirada y las cámaras registrarían espacios vacíos. Llegué a atravesar pasillos atestados de vigilantes y Monitores en algún tipo de reunión festiva tardía. Empujaba torsos y apartaba hombros a cámara lenta, pero nadie hacía nada por detenerme o tan siquiera mirarme. Era inevitable que al acercarme a las zonas repletas de cautivos me encontrase con más y más actividad, pero nada sucedía. Y yo me dejaba llevar.

Finalmente me situé frente a las paredes de una sala de mandos, tan austera y estrecha que la hacían indistinguible de cualquier otra. Sin embargo, no era una más. Era el lugar de trabajo de Aganos. Y de inmediato le vi cuando abría la puerta que conducía a la sala de descanso contigua. Venía con una taza de humeante café en la mano.

Hice todo lo posible por advertirle. Traté de gritar, chillar y patalear pero no ocurrió nada en esa cárcel de la que me había liberado. Le vi acomodándose en su ancha butaca gris mientras miraba con curiosidad y con un ceño suyo característico todo lo que se desarrollaba en el pequeño habitáculo que grababan las cámaras.

—El pequeño I ya se ha despertado. Hmmm, alta actividad sináptica. ¿Detectores I disparados? Oh, no. Otra vez. Maldición. ¡Mierda! Eh, introducir esquema integrativo inverso. Veamos si la IA puede apagar esas zonas rebeldes. Ah, ¿y ahora qué? ¿Eh? Ahora estás en mis manos, calvito.

Yo seguía viendo cómo mi compañero lidiaba con los controles y hablaba en voz alta, usando la terminología propia de su profesión, salpicado todo con algunas palabras malsonantes de su cosecha. Totalmente alienado, no sabía qué era lo que I pretendía al traerme hasta aquí. Luego, tras unos instantes eternos observé al mutilado y lamentable ser en una pantalla. Estaba hecho un ovillo en el frío suelo acerado.

Su diminuto torso parecía una aberración, así despojado de los miembros y recostado de un lado. Sin embargo, su cabeza, en la cual nunca había nacido un pelo, lucía perfecta, de un tamaño no mucho mayor al de un humano normal. Y, con un pálpito de temor e incertidumbre, descubrí que su rostro amarillento extrañamente deformado y de rasgos mongólicos, mostraba lo más extraño y asombroso de I: sus ojos. Unos ojos que estaban dirigidos conscientemente hacia mí.

Entonces supe lo que debía hacer. Ahora mi vida cobraba sentido. Había nacido sin duda para estar ahí en ese momento exacto. Ese paso que debía dar era la verdadera conclusión de mi existencia, fuera de la cual sólo había muerte. Esas sensaciones era lo que experimentaba en aquel momento. Era como si me hubiese inducido a ello. Por un momento, yo mismo me sentí un clon, dominado y refrenado por internos mecanismos biológicos inexorables.

Como no tenía otra opción, lo hice. Y cumplí porque él me lo pidió con sus enormes y ultraterrenos globos oculares inyectados en sangre. De pronto, ya no sentí nada. Recuperé el control de mi cuerpo con una sensación de pérdida, de haber estado, por unos instantes atado a una voluntad abrumadora.

—¿Pero qué demonios…? Había girado la cabeza y comenzaba a reírse debido a mi desnuda apariencia. Entonces di un paso largo y reuní toda mi fuerza para pegarle un puñetazo en todo el mentón. Su mandíbula rechinó y mi asombrado amigo cayó desplomado en su asiento.

Respiré aliviado tras comprobar que todavía vivía. Me abalancé a su sección de la consola. No sabía lo que tenía que hacer. Ni siquiera sabía ahora cuál era el paradero de I. Pensé que el clon había realizado una maniobra desesperada. Parecía que la IA había conseguido apoderarse de su sistema nervioso y ahora podía encender o apagar neuronas como si fuese una extensión de su vasta circuitería conectada en paralelo.

Sólo me quedaba una cosa por hacer. Terminé de introducir el código y me preparé para zambullirme en su particular universo. Apenas sentí cómo se activaban las alarmas cuando las cámaras detectaron mi cuerpo desnudo de pie junto a la butaca de Aganos, en la que se podía apreciar su cabeza colgando a un lado del respaldo.


Cuarto capítulo íntegro de "Con la luz en los ojos"


Capítulo 4 Indoctrinación

En dos rotaciones el bebé se había convertido en un joven de dieciocho años. Sus terribles dolores no se habían mitigado ni un momento en todo el tiempo que llevaba de vida. No era porque no pudiesen calmarse, sino porque esa era la regla básica de la indoctrinación: la instauración del dolor. En lo posible, el dolor no se eliminaba; únicamente para facilitar el control.

De su primigenia matriz había pasado a un diminuto habitáculo de 2x2x2 en sombras. Segunda ley: evitar el movimiento. Para ello habían llegado incluso hasta la mutilación. Para ello y para cumplir los objetivos del Proyecto I. La combinación de movilidad y capacidad integrativa era, simplemente, intolerable.

Tercera regla, aunque no menos importante que las anteriores: establecer su sistema de valores. Para ello se cuenta con un troyano insertado en el mismo sistema nervioso del clon. Anula los pensamientos espontáneos e impone un conjunto predefinido de normas de comportamiento. Normalmente no hay lucha, pero en este caso tan especial nos lo temíamos.

Para mis compañeros era todo un espectáculo ver cómo se debatía entre ideas derrotistas o discursos absurdos y el optimismo y la cordura de todo ser recién nacido. A mi no me hacía ninguna gracia. Es trabajo y ya está.

Pasaban las horas y nuestro personajillo ya sabía con quién se estaba metiendo. Terminó acatando todas y cada una de nuestras imposiciones, como todos. Había terminado la fase uno. Ya faltaba menos para el resultado deseado. Me gustaría verlo. Se dice que este sujeto será capaz de alterar la misma naturaleza de las cosas. Hasta el propio transcurso del tiempo. ¿No es una locura?

Por ello nuestra tarea es atar cuanto antes a este bicho, antes de que se desmande. Usar su poder en beneficio propio. En beneficio del Sistema, mejor dicho. Debo asegurarme, dentro de mi ridículo campo de actuación, que el Proyecto I nunca se empleará en beneficio de unos pocos.

Cada vez que utilizaba mi terminal, situada en el centro de nuestro pasillo, como corresponde a un Monitor de prestigio como yo, un escalofrío me recorría la espina dorsal. Veía en infrarrojos el torso aprisionado del clon, con su cabeza sobresaliendo del mecanismo de anclaje. Una serie de conductos le nutrían como si todavía continuase en el tanque. Era horrible contemplar un ser así y suponer que a eso se le llamaba vida.

—¿Quién ha ordenado poner un anclaje al Proyecto I? —exclamé en una ocasión. Temía que fuese una directriz de Creadores pero no estaba seguro.

—Señor —exclamó uno de mis subordinados, más atento a su visualización que a otra cosa—. Lo dispusimos nosotros. Es lo imprescindible para este tipo de casos.

—No va a ir a ningún sitio. ¿Tanto teméis a un simple clon?

—Señor. Si le soltamos, romperá todo el sistema de nutrición.

—¿Con qué? ¿Con la cabeza? Vamos, soltadle. Cargo con todas las responsabilidades.

Observé cómo el cuerpo casi inerte caía al suelo con un ruido sordo. Yo mismo retiré los tubos de alimentación y activé un compartimento que servía al mismo fin. Por lo menos ya tenía una limitada movilidad. Cuarta regla de la indoctrinación: aprieta pero no ahogues. Si queríamos que trabajase para nosotros debíamos asegurarnos de que nos tuviese como seres inalcanzables y poderosos, pero también justos y rectos. No debíamos aparentar ser crueles o cebarnos con ellos. Acto seguido informé de mi actuación al Creador que tenía asignado.

Una de mis primeras tareas como Monitor fue la de comunicarme con la criatura. No sería fácil, a pesar de su aparente docilidad. Su mente estaba encerrada en un debate inacabable del cual nosotros habíamos sido sus iniciadores. Obedecía nuestras órdenes pero también musitaba frases sin sentido alguno. Agolpaba todos sus pensamientos hacia fuera tal y como el troyano le había enseñado. Compartía con nosotros una serie de incoherencias que hacían imposible la comunicación con su psique. Tuvimos que administrarle algunos tranquilizantes con la comida.

En unas horas su encefalograma era casi tan plano como la superficie de un lago. Estaba dormido pero sin alcanzar todavía la fase REM. Perfecto momento para realizar una inclusión onírica. Mi objetivo consistía en introducir mi rostro en sus bancos visuales del lóbulo occipital y asociarle con su atrofiado circuito del placer. Cuando despertase, mi presencia sería lo único que calmaría su espíritu atormentado.

La tecnología en que se basaban las inclusiones distaba mucho de ser comprendida. Nosotros la usábamos y punto. No nos preguntábamos en ningún momento cómo llegó algún espabilado neurotécnico a inventarla.

Para nosotros sólo existía la dificultad que originaba la resistencia del individuo. Y casi nunca era un escollo insalvable, excepto en ocasiones como ésta, en las cuales su psique era sencillamente superior. Había algo en su interior que le hacía debatirse como un poseso. Difícil de creer en un retrasado sin esperanzas como él.

Mi compañero más leal, un nativo de Prometeo, negro como el vacío cósmico, me dio la señal de que el emisor estaba cargado y en posición. Dicho de forma sencilla, el aparato, una especie de proyector pesado adosado a la pared del cubículo, emite unas ondas que interfieren con el funcionamiento normal del cerebro en reposo, induciendo un estado alucinatorio pseudo onírico. El estado DELTA 2, en alusión a las ondas producidas en un período de sueño ordinario, es el creador de mundos aparte en la mente de muchos de nuestros jóvenes. Un nuevo paso en realidades virtuales, esta vez vividas sin ningún tipo de interfaz. Pero ese es otro tema aparte.

El programa que, digámoslo así, cargaba en la mente del sujeto, había sido diseñado cuidadosamente por nuestro equipo. Como Monitor sabía perfectamente qué tipo de imágenes provocarían su atención. Habíamos ideado una pequeña historia que penetraría perfectamente en su subconsciente, llegando incluso a enlazar con unos profundos recuerdos insertados en el mismo momento de su nacimiento. El ser asistía a un relato en tercera persona en el cual era sólo un observador.

Ahora yo me convertía en una leyenda, el miembro de una estirpe dominadora del mundo conocido, Las masas dóciles me obedecían hasta dar la muerte en aras de un objetivo mayor, la creación de un crucero interestelar que surcaría el espacio infinito para llevar un mensaje a los rincones más remotos, un mensaje de paz y sometimiento voluntario.

Sus neuronas se doblegaban a mi voluntad, mostrando vastos hangares orbitales y bases de suministros en planetas perdidos. En todos esos entornos siempre existía una terminal con mi rostro transparente detrás del texto o alguien entonaba mi nombre como una antigua melodía religiosa. Mis dominios se extendían más y más a medida que la astronave accedía a nuevos sectores. Reparaciones, actualizaciones y vuelta a comenzar. Más mundos repletos de vida y civilización bajo mi estandarte. La historia de una humanidad expansionista e imparable, una historia verdadera en cierto sentido.

Mitos, falsas verdades, elucubraciones sobre la realidad masticadas a nuestro antojo. Era todo el alimento que su alma necesitaba y parecía digerirlo sin problemas. Estaba deseoso de aprender y, sin embargo, su intelecto frenaba esa ansia. Pude ver incipientes impulsos de culpabilidad, que registramos y reservamos para otra ocasión.

A la mañana siguiente, el sujeto ya había finalizado su primera inclusión, una de muchas. Se había pasado media jornada anterior durmiendo y había recibido en intervalos regulares su droga favorita. Cinco miligramos de Hedonfina, un potente estimulante e iniciador del circuito endorfínico, servirían para calmar sus atroces dolores pero sólo cuando una imagen mía le rondase en la cabeza.

Tras recibir su miserable alimento ya estaba listo para una comunicación cara a cara. Este era el momento más satisfactorio de todo mi proceder en Clonal. Todavía no me explico por qué se nos concede tanto honor por parte de los Creadores, el privilegio de actuar como embajadores de la humanidad ante estas bestias sin dignidad, pasado ni futuro.

Jamás se me ocurriría penetrar en su cochambroso cubil. Si otros deciden ir de valientes y pasearse como reyezuelos ante la chusma hambrienta, ese no es mi problema. La precaución, ante todo. Un clon es, por definición, impredecible. Pese a tener una idea exacta de todo lo que pasa por sus cerebros, eso no es suficiente para anticipar su próximo movimiento. No seré yo quien se arriesgue a ser devorado por un subhumano. Mi voz y mi efigie proyectada en la pared serían suficientes. Todo quedó dispuesto en cuestión de minutos.

—¡Despierta, criatura del submundo! —me gustaba dar a mis actuaciones un aire teatral del que tanto carecía mi insulsa vida.

—Ajjjjj. Aja. Aja. Ajanos —era tan grotescamente limitado que ni siquiera podía repetir mi nombre, a pesar de que éste había sido repetido hasta la saciedad en la inclusión.

—Jamás osarás pronunciar mi excelso nombre. Aganos soy yo y nadie más. Aparezco ante tus cansados ojos para proponerte una tarea. Sé que te mueres de ganas por ayudarme en la sagrada misión de extender mi palabra por todo el universo —en ese momento miré al sistema de observación para el uso exclusivo de los Creadores. ¡Que maravilloso sería poder dar órdenes a este individuo, emplear todo su poder, el que fuere, para mi propio beneficio! Una breve manipulación de las cámaras y el clon en mis manos. Lástima que se revisen diariamente y que su trucaje implique graves penas como la degradación que ya he sufrido. Eso por no hablar del uso ilícito de clones, una de las faltas más severamente castigadas, una sustanciosa cantidad monetaria a pagar y la expulsión de Clonal.

—Uni… verso. Pala… bra.

—¡Silencio! Hablarás cuando te lo ordene. Si sigues mis normas podrás descansar de tus dolores. ¿Lo entiendes?

—Sí —aunque su retraso es serio, nunca se quiso dejarle totalmente mudo ni sordo. Tendría que ser capaz de entender mensajes más o menos complicados y, por supuesto, expresarse con relativa normalidad. En ese mismo momento poseía un conocimiento medio del idioma colonial. A medida que nuestro control se vaya afianzando, su cerebro podrá repararse con algún implante neuronal. El diseño pensado por los Creadores tiene todos los detalles en cuenta, incluso añadirle un procesador lingüístico.

—Siiii… lencio.

—Eso. Silencio. Ahora me dirás lo que crees que soy yo. Puedes hablar.

—…

—Me lo temía. ¡Ese cráneo tuyo sólo contiene un revuelto de sesos!

—…

—¡Bien! Veo que acatas mis órdenes. Con retraso. Voy a ser directo. Con suerte alcanzarás a entender lo que te digo en la próxima conjunción de Urales con Prometeo, como dice el refrán. Es decir, dentro de millones de años. Pues empecemos.

—Aquí, en mi residencia, que es el centro del mundo, tenemos una agrupación de personas muy poderosas que han estado vigilándote desde tu nacimiento. No son como yo, desde luego —una pequeña concesión por los servicios prestados durante demasiados años en este rincón olvidado. Yo soy el amo y señor, ellos son tan sólo unos segundones sin apenas autoridad aunque, a la hora de la verdad, aquí no se hace nada sin ellos—, pero son inteligentes. Ellos han diagnosticado tu enfermedad y por eso ahora ya sabemos con lo que nos enfrentamos. Tu mal tiene que ser erradicado. ¡Pero tú no te esfuerzas y de esa forma nunca alcanzarás una total curación. Tú sufres ese dolor y no haces nada por apaciguarlo. No eres capaz también porque nadie te ha enseñado a serlo. Ese será su objetivo. Déjate ayudar. Haz todo lo que te pidan. ¡Obedece! Y sólo así serás algo. Tú sólo existes porque yo lo quiero. El equipo de Artur Chernyshev, tus salvadores, debe formar una completa simbiosis contigo. ¿Entiendes lo que significa esa palabra? ¿Sabes de lo que te estoy hablando?

—…

—No le está haciendo ni puto caso, jefe. Está en un estado demasiado primitivo. Se está chupando los muñones. No creo que este monstruo le haya entendido siquiera una palabra —los dos operarios encargados de la escenografía me miraban como si estuviesen obedeciendo una orden demasiado estúpida como para ser acatada.

—Vale. Ya lo veo. Esto es inútil —en ese instante pensé que tal vez el Proyecto I fuese un desafío inabordable. Quizás se convertiría en una perfecta excusa para mi despido—. Llamaré a Artur y veremos lo que dice. El procesador lingüístico no me parece mala idea.

Me di la vuelta en mi butaca giratoria y hablé con el prometeano:

—¿Qué opinas?

—Sus constantes son satisfactorias. Parece que la impronta se ha desarrollado con más rapidez de lo previsto. Nuestro querido niño ya tiene a su papi. Ja, ja, ja, ja.

—Calla, tonto. No me gastaría un solo céntimo en tan decrépito personaje. Mi hijo al menos es auténtico, no esta, esta cobaya.

—Era una broma, Aganos. De todas formas, piénsatelo por si hay que tirar el proyecto. Un niño crecidito, justo lo que querías, ¿eh?

—Ja, ya crecerán los míos. Tiempo al tiempo.

—Si no crecen, lo cual me parece lógico después de tantos años conviviendo en este malsano ambiente, ya sabes que tienes uno de repuesto.

—Bien, ya basta. Dime, ¿cómo van las cuerdas vocales? He visto que pronuncia mi nombre con dificultad.

—¿Quién prepara los programas de instalación ortolinguística? Yo creo que esa gente no tiene ni idea.

—Cuidado, Yans. ¿No sabes quienes lo realizan? Es una función secundaria de los técnicos de metadatos.

—Tus antiguos colegas…

—Efectivamente. Te pido un poco más de respeto por esa gente. Lo pasan mal. Siempre trabajan por encima de sus posibilidades y ya sabes que su labor podría ser realizada en cualquier momento por una computadora. Es un oficio degradante.

—Ya. Oye, ¿y entonces qué hacemos con éste?

—O sea que dices que es apto.

—Aptísimo, claro. Tiene unas cuerdas vocales perfectas.

—Con que el problema no está en el aparato fonador, ¿eh? Entonces estará más arriba. ¿Tú que crees?

—No sé, no hemos visto nada digno de mención.

—No habéis visto nada porque no hay nada allí dentro. Es subnormal profundo.

—Esa era la idea, ¿no?

—Sí y no. Se suponía que no sería tan costoso arrancarle unas palabras.

—En cualquier caso es problema de los Creadores, ¿no? Nosotros realizamos aquello para lo que nos pagan. Si sale un clon con la capacidad intelectual de una mosca es por puro reflejo de su maña.

—¿Qué insinúas? Insensato. ¿Has olvidado los sensores? ¿Es que no acotarás nunca ese infantilismo tuyo? Somos profesionales, Yans, aunque a veces me cuesta mucho reconocerlo. Mira, este retrasado no va a obstaculizar mi última oportunidad para demostrar a Eigling mi compromiso con esta institución. Ni siquiera tú lo harás. Contactaré y haremos funcionar a este maldito trasto, cueste lo que cueste. ¿Entendido? Ahora vámonos. Y mañana este ser sabrá que es mejor colaborar con Aganos que morir. Vamos.

—Los sensores, ya sabes quien hay detrás, igual están más quemados que yo. Oye, ¿y de donde sacas esa fuerza? A ti esto te encanta, ¿verdad? Te llena de vitalidad y de garra, algo de lo que sueles carecer frecuentemente.

—Ja. El mero hecho de compararte con I ya te hace pensar en que eres mucho más fuerte y tenaz. Además, me encantan los retos. Todavía no ha nacido clon capaz de derrotarme.

—Ni nacerá nunca. Espero.