martes, abril 03, 2007

Relato íntegro "Con la luz en los ojos"



Habéis sido lo suficientemente pacientes... y tanto. Me he cansado de los fascículos... Ahora tenéis todos los capítulos de mi relato para poder leerlos tanto en el blog como en un documento PDF... Siento no poner ilustraciones pero no tengo tanto tiempo como me gustaría para adecentar mi blog... Abajo tenéis el enlace para que os podáis servir vosotros mismos...

Con la luz en los ojos.pdf


Estad seguros de que habrá más relatos... esta cabecita los está fabricando...



Con la luz en los ojos

Capítulos 6 y 7



Capítulo 6 El vasto universo

¿Cómo decirlo? De pronto, ahí plantado frente a la pantalla experimenté la mayor sensación de dolor que he tenido jamás. El horror de sentirme totalmente inerme ante los acontecimientos que mentes ajenas tenían preparados para mí, la invalidez total que suponía estar atado a un cuerpo gravemente lesionado, la impresión de no entender nada de lo que sucede alrededor, sensaciones todas incrementadas hasta un límite inhumano y exagerado. Mi mente se quebró y el cuerpo con ella. Caí al suelo, impotente aún sabiendo que en breve la habitación estaría repleta de guardias a medio vestir y sedientos de respuestas.

Mi percepción del entorno seguía siendo la misma de siempre, sólo que ahora oía voces. El dolor seguía allí, haciéndome apretar los dientes y la cabeza estaba a punto de estallar. Infinidad de voces, de ruido indefinible, atracaron en mi cabeza. Acogotado contra el suelo, pude vislumbrar como en un sueño el espacio de mi visor en el que destellaba el artilugio que Aganos me había dado. ¡Qué idiota! Lo había olvidado completamente. Pero me resultaba absolutamente imposible activarlo porque los grotescos aullidos que emitía no eran reconocidos por el sistema.

Lo repetía una y otra vez. No funcionó. Lloraba de pura frustración mientras la IA amenazaba con saturar mi cerebro y freírlo por completo. Hasta deseé haberme podido injertar un circuito óptico nuevo. Ahora estaba sufriendo infinitamente más de lo que esa operación me podría haber causado.

Al final, y tras un tiempo indeterminado, el sufrimiento cedió. Una sombra se cernía sobre mí y musitaba algo. Las voces se fueron convirtiendo en murmullos, mientras que sólo esa se mantenía. Obviamente se trataba de Aganos.

—¡Loco! ¡Podías haber muerto! ¿Cómo pudo olvidársete? ¿Cómo?

—Estoy… bien. Ya ha pasado. Dame la mano.

Cuando me incorporó, aliviado de tan pesada opresión, sentí de nuevo un dolor. No era el mismo. Este procedía directamente de mis piernas. No podía caminar, no podía sostener mi peso y me derrumbé de nuevo como un inútil.

—¡Oh, no! Te ha jodido el cerebro. Seguro que tu cortex motor ha sufrido todo el daño. Tendré que cargar contigo. ¡Tienes que regresar antes de que esto se llene de gente! —mi amigo sudaba copiosamente, espantado por los terribles acontecimientos que estaba presenciando.

—¡Tienes que liberarle! ¡Enciende las zonas I! ¡Hazlo!

—¿Por qué me golpeaste? Ahora tendremos serios problemas. ¿Por qué?

—No pude evitar canalizar su furia. Nuestra única esperanza es I. ¡Tienes que comprenderlo!

Justo en ese momento aparecieron, como ambos compañeros esperaban, decenas de guardias pertrechados con el exoesqueleto reglamentario. Algunos descalzos, otros sin las piezas que cubrían los miembros. También llegaron otros en ropa interior, deseando que no fuera más que una falsa alarma.

—Allí está. Él le pegó —afirma uno de los técnicos de vigilancia nocturna.

—Disculpen todos. Ha sido una confusión. Es mi compañero Borkovec, ya le conocen. Tuvimos una agria discusión sobre una disputa nuestra. ¿Verdad, Orestes? Pero ya pasó —Aganos trata de explicar mientras sortea los restos del café desparramado por el suelo.

—No, Aganos. Tenemos que hacerlo. ¡Se lo debemos! Por todo el sufrimiento que le hemos causado. Dime cómo activar las zonas —me solté de él y, gateando, me acerqué a la consola.

—Ya está todo solucionado. No le den más vueltas. Pueden ir despejando la sala, por favor, si son tan amables.

—De eso nada. Acompáñenme ustedes dos al núcleo de Seguridad más cercano. Este incidente merece una explicación —de entre la muchedumbre se adelantó uno de los jefes de Seguridad de la Imprenta Génica. Su expresión denotaba que levantarle de la cama a él ya se podía considerar falta grave. Su rostro rocoso e inexpresivo giró a un lado y a otro, y dos guardianes se aprestaron a detenernos. Desde la aniquilación de los Creadores, la disciplina se había hecho todavía más presente y altercados como éste no quedaban sin castigo, ni antes ni ahora. Aganos sopesó esto antes de tomar una decisión. No tardó mucho. La próxima vez ya no sería Nomenclatura, sino la expulsión. Y eso era algo intolerable. Por no hablar de la expulsión de Borkovec, de la cual ni su padre le libraría.

—¡De acuerdo! Sólo será un momento. Disculpen, es un pequeño ajuste en los parámetros. Enseguida estoy con ustedes —ya frente a la consola y junto a su desvalido amigo, Aganos Enchel hacía frente a su destino. Accionó por medio de su voz algunos dispositivos. El proceso de retirada fue inmediato y todos lo notaron.

En primer lugar porque una titánica sacudida conmovió las entrañas del subterráneo. Todos quedaron estupefactos. En segundo lugar, yo lo vi en los ojos de los presentes, el miedo y el asombro. No había muchos sitios para ocultarse y los que no trataban de hacerlo tenían la mirada perdida en una de las pantallas. Era aquella en la que se mostraba la miserable celda de I. Había sucedido algo sorprendente. No estaba. El clon había desaparecido.

El caos y el terror estaban cundiendo en todos los rincones del complejo. La sacudida inicial fue dejando paso a otras menos intensas. La construcción resistiría. Había sido construida ex profeso para hacer frente a ondas sísmicas, muy frecuentes por esas latitudes. Sin embargo, el mero hecho de pensar en quedar enterrados vivos en esta red de túneles daba escalofríos hasta al más atrevido.

El reducido grupo de meteorólogos residente en Clonal no podía salir de su asombro. Una tormenta de nieve y hielo en plena primavera uraliana estaba azotando la región y parecía resuelta a permanecer mucho tiempo por los alrededores. Las comunicaciones con el exterior se cortaron casi simultáneamente a la primera conmoción.

La causa de que la tormenta uraliana, una de las peores con las que el ser humano se ha enfrentado nunca, hubiese repercutido en los poderosos muros interiores de roca artificial, era que esa roca estaba diseñada para dilatarse en cuanto los sensores externos detectasen el súbito descenso de temperatura característico, sellando herméticamente las cavidades internas. Pero eso muy pocos de los habitantes de Clonal lo sabían. Entre ellos, Aganos.

Por tanto, la amenaza de derrumbamiento se descartó por completo y se difundió por todas partes la verdadera crisis que nos afectaba: el aislamiento del exterior, la tormenta que había salido de la nada y, lo más inquietante, la desaparición de uno de los clones.

Sobre la tercera cuestión, nosotros dos teníamos mucho que decir pero, como era de esperar, no abrimos la boca. Sin embargo, de la tormenta nada sabíamos, al menos en un principio. Hasta que se produjo el deseado contacto y supimos que ni siquiera sabíamos mucho del tercer problema.

Ya había pasado la noche. Para mí no hubo ningún sueño reparador. Al contrario, recuerdo haberme revuelto una y mil veces, pensando en lo que habíamos desatado, creyendo que quizás nunca despertaría para ver un nuevo amanecer. Sin embargo, al despertar todos los males pasaron, especialmente cuando descubrí que la debilidad de las piernas me había desaparecido por completo.

Por la mañana estaba seguro de que ya no realizaría tareas rutinarias. Se me encargó, como a tantos otros, patrullar por el límite, tanto horizontal como vertical, de las instalaciones. Desde la Imprenta Génica hasta los laboratorios de productos químicos, desde el hangar hasta los depósitos de combustible, enclavados en lo más profundo de la montaña que nos cobija. Estaba terriblemente inquieto y deseaba un rato libre para poder reorganizar mis ideas. Pero no lo tenía pues mi trabajo era urgente y consistía en obtener algún indicio que nos señalase el paradero de I.

Tenía una corazonada, por así llamarlo, aunque estaba basada en una argumentación lógica. Nadie nos había hecho ninguna reclamación acerca de lo de la noche anterior. Si bien los asombrosos acontecimientos colapsaron todo lo demás, a la mañana siguiente reinaba ya una aceptable normalidad. Por eso estuve conectado unos minutos con Aganos, hablando de la manera más críptica posible. El fue quien lanzó la hipótesis. Quizás todo fuese una distorsión producida por I. Quizás estuviésemos viviendo una realidad alterada en la cual todo podría suceder.

—¡Nosotros lo quisimos! ¡Activamos las zonas integrativas sin pestañear! ¡A saber qué más habrá cambiado y nos lo ha hecho pasar por cierto! —estaba a punto de contagiarme su acostumbrada inseguridad y nerviosismo.

—Eso es imposible. Lo sabríamos. Recordamos la anterior realidad porque la vivimos.

—¿Seguro? ¿A ti te suena extraño que haya tormentas de esta magnitud en el meridiano Baikal?

—No. “La peculiar situación de la cordillera Neva contribuye a actuar como barrera para las corrientes cálidas de los valles adyacentes, que contienen lagos en pleno proceso de calentamiento por placas solares orbitales. Este esfuerzo de terraformación se produce especialmente en invierno, cuando los vientos gélidos de la alta montaña soplan con más fuerza, dando lugar a una forma de tormenta nunca antes conocida, consecuencia de la actividad humana y de la especial condición climática uraliana. A esta tormenta se la denomina simplemente como tormenta uraliana…” —estaba leyendo una anotación que había extraído del Atlas Geográfico Uraliano.

—No suena muy distinto a lo que aprendimos en la escuela, ¿verdad? Aunque tu libro habla de tormentas en la estación fría. Es un fenómeno claramente anómalo.

—No lo des más vueltas. Ha sucedido y sabemos quién ha sido. ¿Es necesario dar más explicaciones?

—Deberíamos haber pensado en las consecuencias.

—Pero, si te das cuenta, él ha hecho que nuestro pequeño espectáculo de anoche haya pasado desapercibido.

—Hay temas más importantes de los que ocuparse. ¿Piensas que ese cerdo se preocupa por nuestras miserables vidas? ¿Debería hacerlo? Ya te comenté que él no sería capaz de distinguir. No esperes nada por su parte —mi optimismo exacerbado era tomado por Aganos como una frivolidad perdonable.

—¿Es que de pronto te has convertido en su agente? ¡Que sabrás tú de sus intenciones!

—Es verdad, sé muy poco. Si hubiese sabido que tú llegarías a mi lugar de trabajo completamente sonámbulo, dirigido por I, jamás hubiese encendido sus zonas I. Ese ser es ahora demasiado poderoso. Ahora, contéstame a una pregunta. ¿Conseguiste contactar con él? ¿Te dijo algo?

—No, lo siento. No pasó nada, aparte de lo de las piernas y la cabeza.

—¿Que no sucedió nada? ¡Por Dios, por poco te quema el cerebro! Estuvo en ti, logró entrar. Tal vez no le distinguiste entre la cacofonía de la IA. ¿Cuándo te desconectaste?

—No sé… Con la primera sacudida, creo.

—¡Entonces estuviste más de dos minutos! ¿Y no te dijo nada?

—¿Qué quieres que me dijera?

—No sé, algo. Quizás todavía no sepa hablar. Probablemente el SCE no haya hecho más que restringir las zonas.

—Me estoy imaginando a dónde quieres llegar.

—No quiero llegar a ningún sitio. Simplemente barajo las posibilidades.

—Pues yo sí. Pensaba en que tal vez todo esto sea debido única y exclusivamente a la IA.

—No, no. El SCE no puede hacer esto. No tiene sentido.

—Piénsalo bien.

—Ya lo pienso y no llego a ninguna conclusión. Me parece que llegarás con unos minutos de retraso a esa reunión sobre la búsqueda. Hablaremos esta tarde. Entonces tendrás más tiempo libre. Os relevarán los militares de Laertes. Llegan justo a tiempo.

—Sí. Por eso tenemos que volver a la celda. Cuanto antes. Hazme un favor. Registra todo el cubículo, palmo a palmo. No te ocupará mucho tiempo. Es muy posible que el clon siga allí, tan confuso y vulnerable como siempre. Tal vez la IA se haya apoderado de él.

—Echaré un vistazo. Recuerda que es mi trabajo, es mi responsabilidad. Aunque, si está en la celda, me gustaría saber cómo demonios le voy a localizar si él no quiere dejarse ver.

—Ponte en contacto con él. Quizás eso le delate. No lo sé, son conjeturas.

—Pues guárdate tus conjeturas, no pienso contactar con ese engendro.

—Tú eres, en cierto modo, su padre. ¿Recuerdas lo que me relataste? La, ¿cómo era?, la impronta que le habías dejado. Para él tú posees un halo de autoridad y poder. Opino que deberías aprovecharlo.

—¡Maldita sea! ¡No debería haberte conocido nunca! Tampoco tuve elección. ¿Y si me mata?

—Tendrás que arriesgarte. De todas formas, lo más lógico sería que no estuviese allí.

—También es verdad. En fin, ya sabes que no prometo nada.

—De acuerdo.

—¡Venga, que llegas tarde!

Eran las 19:46, horario local, cuando el destacamento Orión procedente de Laertes, debía haber desembarcado en el hangar. Selene Genesen, la comandante del equipo de intervención, ya se pasearía con libertad por las instalaciones de no ser por la terrible tormenta. Se notaba un ambiente de tensión y malestar en todas partes. Es muy probable que, al observar el cariz que estaba tomando la situación meteorológica en la región, decidiesen esperar a que pasara. Este aislamiento podría durar semanas.

Era imposible abrir las compuertas de forma convencional desde fuera. Debido a la posibilidad de que usasen explosivos para hacerse camino hacia el interior de Clonal, el hangar fue despejado de personal en su totalidad. Los posibles destrozos en las naves estacionadas allí serían sufragados por la Administración Sistémica. Por eso, se me alteró radicalmente la ruta de patrulla, impidiéndoseme la entrada al nivel 0.

Eigling nos había dado personalmente las indicaciones antes de partir. No recibí ningún reproche por su parte, lo cual confirmaba mi suposición de que I había intercedido de algún modo por nosotros. Pudimos percibir, eso sí, un nerviosismo y una ansiedad nada comunes en él. La tormenta tapaba de momento su error, pero eso no duraría mucho. Era muy posible que fuese despedido de su cargo y obligado a realizar tareas de mucha menos responsabilidad, como la administración de alguna avanzadilla minera de capital sistémico en el planeta Ragshnur.

Pasé toda la tarde con una falsa calma, como si el descomunal aparato eléctrico de la tormenta me estuviese afectando allí dentro. Tenía una sensación de que faltaba mucho aún por desencadenarse. Estaba seguro de que algo volvería a pasar. Cruzaba las mismas esquinas y suelos metalizados e impolutos, viejos conocidos de otras rondas, y lo que en realidad deseaba hacer era reunirme con Aganos y ponerme al corriente de sus averiguaciones.

Pero, como todo pasa, hasta el mismo aburrimiento, terminado mi trabajo me vi precipitándome a la familiar sala de mandos en la que había estado la noche anterior. Cuando llegué allí, ligeramente acalorado y agitado, contemplé una escena sobrecogedora. La habitación, alargada y a oscuras, sólo dejaba ver el brillo de los innumerables controles y pantallas encendidas. En la butaca de mi compañero reposaba un bulto informe y el propio Monitor estaba agachado a su altura.

—¿Qué estás haciendo, Aganos? ¿Le encontraste?

—Shhhhh. Aquí está. Tengo toda la sala incomunicada y vigilo todos los pasillos adyacentes. Esta vez no habrá intromisiones.

—¿Dónde? ¿Dónde estaba? —exclamé sin resuello.

—Llevo toda la tarde buscándole con mi gente, pero sólo cuando se fueron pude obtener respuesta. ¡Ha estado en su celda todo el tiempo! ¡Justo como decías!

—¿Por qué le has sacado de la celda? —pregunté extrañado.

—Él me lo pidió. Dice que me conoce, que desde el primer momento supo que el mundo que yo le impuse era falso. Dice que tengo muchas contradicciones en mi interior. Jamás imaginé que podríamos crear este tipo de seres. Es verdaderamente un homo superior. Me asustaba pensar que lo que le hemos hecho a él nos lo pudiese devolver y se lo dije. Afortunadamente me ha revelado que no me tiene ningún rencor y que entiende la situación en la que estoy. ¿No es maravilloso?

—¿Es necesaria toda esta oscuridad?

—Dice que su vista se resiente ante la luz intensa. Lógico. Su retina se ve afectada por la fotofobia, otro mecanismo de control.

—¡Oh! Es horrible… Perdón. Es que no lo he podido evitar. Los muñones… ¡Es como si nunca tuvo miembros! —sus extremidades estaban totalmente lisas, como si fuesen pequeñas protuberancias naturales, saliendo de las cuatro esquinas de su torso. Repugnante.

—Tu comentario en un ser que mata con el pensamiento ha sido verdaderamente precipitado.

—No me asustes —dije tratando de calmarme. Tenía que convencerme de que, a pesar de parecer un mongólico, aquel ser, como había dicho Aganos, ya no formaba parte de nuestra odiosa especie.

—Yo me limito a recordártelo. De todas formas, parece que en su estado es imposible huir de aquí sin ayuda.

—¿O sea que por fin estás dispuesto a ayudarme?

—Sí. Y tengo un plan que debe funcionar. Ya lo verás. Conduciremos a nuestro invitado hacia mi dormitorio. Allí estará seguro. He jurado protegerle hasta que llegue el ejército del que me hablaste. Por tu bien espero que todo eso sea cierto.

—Lo es. ¡Vamos, rápido! Que no nos pillen otra vez.

Aganos le recogió con cuidado y, según me pareció, con cierto cariño. Desplegué el mapa de patrulla, que me daría la localización exacta de mis colegas. Aunque sabía que no sería detectado, mi amigo había pensado en todo.

—He recogido esta caja en el almacén. Estaba vacía pero ahora, junto con el clon y algún que otro suministro alimenticio y sanitario, va a pesar lo suyo. En esa esquina tienes el elevador. Ayúdame a depositarle. Eso es. Y después enciende el elevador. Sabrás usarlo, ¿verdad?

—Claro —esos pequeños aparatos usaban el mismo sistema electromagnético de levitación que nuestros deslizadores. Abundaban en todos los almacenes, hangares y espaciopuertos. Tan sólo era necesario apretar el botón rojo situado en el panel de control y después bastaba con reposar la mano en una hendidura. Cualquier pesada carga se movía con la aplicación de una mínima fuerza por parte de la mano.

El mecanismo de cierre estaba suelto y la tapa, descorrida unos centímetros, dejaba entrar el aire. No queríamos que I muriese en el viaje. Nos pusimos en marcha sólo cuando comprobamos que I estaba perfectamente escondido.

No íbamos a tardar mucho tiempo en llegar a nuestro destino, totalmente ignorados por los escasos habitantes que nos toparíamos por el camino. Por un momento encontré terriblemente familiar la escena. Sentía un déjà-vu y no sabía por qué. Sólo pasados unos segundos pude acordarme del intento de robo de Aganos. No había pasado mucho desde aquello y, sin embargo, ya me resultaba remoto y casi perteneciente a otra vida.

Una vez en la relativamente confortable y acogedora residencia del Monitor, depositamos la caja en el suelo. Había un dormitorio-salón de 6x4 metros pobremente decorado, escenario de nuestras habituales reuniones, y un aseo de 3x3 recubierto de baldosas serigrafiadas en tonos azules.

—Bien. Y ahora pensemos el siguiente paso. Tenemos un arma en nuestro bolsillo. Debemos aprender a usarla o nos explotará en las manos.

—¡No, Aganos! No es ningún arma. Es un ser humano y merece todo el respeto del mundo. Para empezar, lo colocaré en tu cama.

—¡No! ¡No! Aquí no. Mira, no sé cuantas sustancias nocivas y letales podrán cubrir su cuerpo en este momento. No podemos arriesgarnos.

—¿Qué motivos tenían para hacer eso? Creía que limpiabais su cuerpo, evitando todo tipo de infecciones y parásitos. ¿No es así?

—Sí, por supuesto. La higiene en las celdas es tema prioritario. Sin embargo, su caso es especial. No podemos lavarle con agua a presión porque su piel es tan sensible que simplemente se desprendería. Por ello lo único que hacemos para limpiarle es dejar que el agua corra por su cuerpo sin ninguna fuerza y durante el tiempo restante le rebozamos con unos polvos que conforman una película transparente. Le protege de abrasiones y del contacto externo. La verdad es que no sé qué vamos a hacer con él. Nosotros somos incapaces de darle todos los cuidados que se merece. De hecho, su piel ya empieza a enrojecerse ante el mismo contacto con las paredes de la caja.

—¡Cómo es posible! ¿Era necesario todo esto?

—Tiene su razón. Simplemente son condiciones iniciales necesarias. Él debía sufrir en su propia carne el dolor, las limitaciones, las incapacidades, y sobreponerse a ellas. No sólo es un medio de control, es una vía para el crecimiento de la voluntad. Eso sí, siempre dentro de los límites que nosotros marcamos. Preocupándose por ignorar el dolor, obsesionado por superar y sobreponerse a las adversidades, así creamos un individuo más fuerte y a la vez más maleable, puesto que nosotros somos la fuente del dolor.

—Vosotros erais… erais la fuente… del dolor. Y, sin embargo… llegué a pensar que… que partía de mí.

—¡Pero si habla! —el que no podía hacerlo ahora era yo. Por poco no lo solté, atemorizado por las vibraciones que sacudían todo su ser cuando hablaba y también, por qué no decirlo, por su aspecto aberrante.

—Claro que habla. Y escucha. Ganaste la apuesta, parece que el procesador cumplió con su cometido. Por suerte, traigo todo el amplio espectro de fármacos que necesitará, incluso sedantes. Lo que no sé es cuánto durará.

—Debería bastar para unas cuatro rotaciones. Pero antes de ese plazo ya estarán registrando en las dependencias privadas. Es un mandato de Eigling —dije dirigiéndome hacia el baño con ese bebé crecido en mis brazos—. ¿Cuántos años tiene?

—¿Años? Ja, ja. Es difícil de decir. Tenemos su edad cronológica por un lado. En torno a los veinte años. Y luego está su edad post-ontogénesis, que ya conoces. No llega al año —me contestó Aganos, acompañándome y ayudándome a descorrer la cortina translúcida.

—¿Nos oyes bien? ¿Puedes vernos? —le interpelé a nuestro acompañante mientras le aposentaba, reposando su enclenque figura contra la pared.

—Sí. Estoy bien aquí.

—Lávate bien las manos. Recuerda lo que te dije.

Una vez acomodados alrededor suyo le vimos deglutir algún que otro nutriente líquido con bastante dificultad. Nos pusimos a la tarea de alimentarle, cosa que hicimos con devoción.

Más tarde, una vez avisado a la Sección Comedor de que no apareceríamos por allí, decidimos pasar la noche juntos, vigilando a nuestro invitado y escuchando sus explicaciones. Sin embargo, pronto mostré mi principal preocupación y cambiamos de planes.

—¿Qué ha sucedido con los Creadores? Tienes que ayudarnos. No todos aquellos de quienes te desembarazaste eran responsables de tu mal. Una amiga mía, Lena Franz, está ahora reposando en el área forense de la Sección Médica Central sin que podamos hacer nada. Si tú quisieses revivirla, estoy convencido de que lo harías. ¿Qué necesitas para conseguirlo? ¿Quieres que te dejemos sólo?

—Lo haré si… es posible —replicó el clon con una mueca de dolor.

—No te es fácil conseguirlo, ¿verdad? —dije yo, consciente de su lenguaje no verbal.

—No es eso. No quiero volver allí.

—Le da miedo. No sabe cuánto tiempo podrá permanecer inadvertido. Cuando consigue alterar los hilos de la realidad, como él los llama, existe una pequeña posibilidad de que llame la atención de otros seres.

—¿Qué seres? ¿Las corrientes autónomas de intelección? ¿Cómo son?

—Otra forma de existencia. No me detectan. Navego en sus corrientes de pensamiento. Me desintegro. Mi habitación se disuelve. Soy insignificante. Muero en absoluta soledad.

—Sientes como si te desvanecieras. Se te nubla la vista. ¿Verdad?

—Sí.

—En culturas prehistóricas afirmaban poder ponerse en contacto con la divinidad mediante algo llamado trance. Los elegidos ingerían sustancias que les producían síntomas como éstos que relata I. No es exactamente igual esta situación pero me ha recordado mucho a esos antiguos rituales —Aganos nunca dejaba de sorprenderme. Siempre sacaba los más inesperados datos de algún archivo poco frecuentado. Sin embargo, en esta ocasión él no tenía todas las respuestas.

—¿Podrás hacer lo que te pedimos?

—Sí. Esta noche. Esa amiga tuya… ¿merece el esfuerzo?

—¿A qué te refieres? —no era consciente de que estaba hablando con un ser realmente distinto a todo lo conocido anteriormente.

—¿Es como vosotros?

—Sí, claro —me anticipé casi sin pensar—. Es una buena persona.

—¿Qué es lo que os… distingue? Sois de… distinto género.

—A ver cómo le explicamos ahora el concepto “amor”, sobre todo yo que todavía sigo sin entenderlo —la ironía de Aganos al respecto se remonta a tiempos mejores en los que convivía con su esposa y los dos hijos reglamentarios en el interior de este insalubre subterráneo, en una vivienda ligeramente más amplia. Tiempos que echa de menos.

—Creo que estamos destinados a encontrarnos, a vivir juntos. Hay una fuerza en mi interior que me impulsa a estar junto a ella, a apreciar su forma de vestir, a admirar su inteligencia y su carácter despierto, afable y optimista. Sientes como si esa persona fuese similar a ti, como si la has conocido toda tu vida. Me cuesta explicarlo. Requeriría tiempo o, aún mejor, que tú mismo lo pudieras experimentar.

—Eso es imposible. Yo jamás sentiré eso. Tú sí lo harás. Necesito tranquilidad y paciencia.

—Muchas gracias. Gracias. Siento enormemente que hayas sufrido tanto. Antes pensaba que vosotros erais material desechable, como todos. He recorrido un largo camino y al fin me gustaría pensar que no tengo nada en contra vuestra. Hazme un favor. Dime si en verdad quieres hacer esto. Quiero creer que no te estoy utilizando una vez más, que no te estoy explotando. Por favor, ahora respetamos tu decisión. Si consideras que pudiera ser peligroso o contraproducente, comunícanoslo.

—¡Vamos, Orestes! Si pudo hacer lo de los Creadores, si pudo manipularte como un títere, si ha borrado lo de ayer, si ha creado la tormenta y sigue manteniéndola, lo tuyo entonces no será nada. Te lo aseguro.

—Reconozco mis acciones pero no la tormenta.

—¿Entonces es natural?

—Yo no provoqué la tormenta.

—Tiene que ser natural. Anormal pero posible. ¿No crees?

—Sí. Ja, ja, ja. Sobre todo si los paneles solares han sido reactivados para la ocasión.

—Pudiera ser, Aganos. Simplemente tuvo lugar una casualidad.

—No, no hubo coincidencias. Los paneles estarían dispuestos para iniciar el calentamiento en cuanto las zonas I se hubiesen activado de nuevo. ¿Recuerdas la IA implantada en el clon? El SCE se habrá hecho cargo de todo para impedir la huida del clon, para mantenerlo a buen recaudo.

—Aganos. Siento decirte que desconoces totalmente cómo funciona un panel solar orbital. Es una materia propia de exploradores y técnicos terraformadores. Tardan un buen tiempo en cargarse, especialmente si no han sido usados en mucho tiempo…

—Pues ya estarían cargados.

—No, no, no. Esto no es matemático. La oleada de calor no crea necesariamente una tormenta en cualquier situación. Además, no es algo que pueda ser encendido muy alegremente. Los vuelos en el área afectada se prohíben. Evidentemente, usar unos paneles solares de cientos de metros de longitud entraña riesgos y graves complicaciones.

—Bien, Orestes, no me internaré en tu terreno. Lo dejamos. Es una tormenta uraliana normal. Sus causas son desconocidas aunque suponemos que son las propias de toda tormenta uraliana.

—¡Mira! Ha cerrado los ojos. ¿Cuánto tiempo lleva así?

—No me he dado cuenta, pero eso es lo que suele hacer.

—¿Está en ello? —veía cómo, aparte de tener cerrados sus pálidos y, a la vez, sanguinolentos párpados, el clon no parecía estar haciendo nada en especial. En la claridad fluorescente del baño, su rostro se veía con más detalle. Las líneas características de un retrasado mental con ciertos rasgos típicamente orientales y rasgados.

—Hecho. Ella está en una camilla a oscuras, viva.

—¡Cómo! ¿Cómo es posible?

—Ve a comprobarlo. Es lo mejor. Si es cierto, tráela aquí. Y si no, pediremos explicaciones —pese a no pretender hacer una recriminación, sonó a eso. Aganos y su falta de fe.

De nuevo corría por los pasillos y conductos de Clonal, mi cerebro completamente invadido por una sustancia extasiante. Mi mente volaba muy lejos en la fantasía de un futuro por venir, prácticamente inminente pero todavía difícil de creer. Soñaba mil posibilidades distintas, mil maneras de salir de esta maraña de acontecimientos que yo mismo me había tejido al acceder a participar en algo que no terminaba de entender.

Llegué al área forense ya aquejado de palpitaciones en el pecho y un temblor considerable en mis manos. Preguntaba a cualquier persona por el paradero de Lena y nadie me sabía contestar. Con mi nerviosismo no podía entender que nadie conociese a Lena.

Afortunadamente, pronto me sosegué y comprendí que allí no sabían su nombre. Sólo manejaban una ristra de letras y números que identificaba a cada uno de los Creadores, una cifra que yo no sabía. De todas formas, Lena era la Creadora más joven y ese dato serviría para dar con ella.

Cuando conseguí hacerme entender, descubrí que se me impedía llegar hasta ella. Uno de los médicos se acercó hasta la mesa de control y me explicó que, al haber “resucitado” milagrosamente, se la habían llevado de nuevo para realizar unas pruebas. Me explicaba esto reposando su mano en mi espalda, una garra que hasta hace poco había estado desventrando muertos. Me entraron ganas de vomitar.

Gracias a su carácter alegre y desenfadado, y a lo avanzado de la noche, pude obtener el número de habitación de la Creadora. Pero poco después me recalcó que allí no me dejarían pasar sin que demostrase mi identificación electrónica, en la cual debería aparecer el nivel de relación que tengo con ella. Hasta esos extremos llega la vida aquí en Clonal. Hasta las mismas relaciones necesitaban plasmarse a nivel burocrático. En mi caso tenía registrado a Aganos pero, desgraciadamente, no a Lena.

Regresé abatido y cabizbajo a los aposentos de mi amigo. Esta posibilidad no la había tenido en cuenta en mis ensoñaciones de hacía tan sólo quince minutos. Cuando relaté lo sucedido a mis dos interlocutores, Aganos me regañó:

—¡Tendrías que haber ido! No sabes lo que sucederá hasta que no tientas la suerte. Tal vez podrías haber ablandado a alguna de las enfermeras. Poco probable pero, ¿quién sabe?

—¿No podías liberarla? —supliqué a I con bastante poca vergüenza por mi parte. Ya había hecho un gran esfuerzo y yo prácticamente ni se lo había agradecido.

—Necesito dormir. Descansar para cuando cese… la tormenta.

—Es cierto. Perdóname. Aganos, ¿qué te parece si colocamos unos cuantos trapos, cojines y una manta en la ducha? Vamos a intentar que esto se parezca a un lecho. Te debemos mucho, I. Y yo más todavía. ¡Está viva! Casi no te lo he agradecido. Haré todo lo que sea posible por ayudarte.

—¿Me llamáis… I?

—Sí, bueno, viene de “integrativo”. Es la clase de poder que tú manejas. Quizás debiéramos encontrar un nuevo nombre, ¿verdad, Orestes?

—No importa. Bastará con I.

—En ese caso, I, permite que te saquemos de aquí. Adecentaremos un poco tu nuevo hogar.

La teniente Selene Genesen esperaba enfrente de la puerta principal del bunker exterior. Sus botas pisaban con fuerza la nívea capa caída la noche anterior. Vestía un traje acorazado de combate espacial. Su superficie cobriza brillaba al sol, el cual se dejaba entrever entre la espesa capa de nubes púrpura. El casco, una enorme escafandra blindada en su totalidad salvo las aberturas necesarias para los ojos, reposaba en sus brazos.

El rostro decía mucho de las penalidades sufridas en la búsqueda de un lugar en el rígido escalafón de las estaciones de investigación y combate laertianas. Su boca era un rictus, mucho más acusado en situaciones de inactividad absurda como aquella. Sus ojos, de mirada firme y tan azules como la luz que ahora caía desde el cielo, daban cuenta de su extremada astucia, ambición y curiosidad sin límites.

El resto de su faz denotaba cansancio y una vida demasiado agitada: hondas arrugas en su frente y cerca de la boca, bolsas bajo sus ojos, heridas a medio cicatrizar y una piel estirada a base de privaciones y ejercicio. Como contraste, una corta melena rubia que la cubría las orejas le daba un aire juvenil, más acorde con su edad real.

Detrás suyo, el transporte pesado que les había dejado a ella y a cincuenta hombre más, entre técnicos biomédicos y soldados procedentes de la estación Orión, comenzaba a hundirse en las entrañas de Clonal. Simultáneamente, las puertas del bunker se abrieron con un estremecimiento similar a una onda sísmica. El comité de bienvenida habitual se había reducido. Eigling, el jefe de Protectores y el de Monitores. Yo estaba allí, unos metros más lejos, inspeccionando en mi visor las imágenes que registraban las cámaras exteriores del complejo, perfectamente disimuladas en la roca.

Las cosas se estaban complicando indeciblemente y pronto empezarían a mirar en las dependencias domésticas. Aganos, sin trabajo después de la desaparición de su cobaya, había ideado una solución sin tener que contar con la milagrosa ayuda de las zonas integrativas.

A primera hora de la mañana habíamos vuelto a la sala de trabajo de Aganos. I volvía a estar en la caja. Mi compañero comprobó que la celda seguía vacía. No se había usado para albergar a nadie más.

Aganos comenzó a reprogramar el sistema de soporte vital para que I siguiese recibiendo su comida y medicamentos en nuestra ausencia. Después yo me encargué de devolver al clon a su anterior hogar. No estaba muy cerca precisamente, así que tuve que apresurarme para no coincidir con la jornada de trabajo que estaba a punto de comenzar.

Fue más fácil de lo que había pensado. Deposité la caja en el cubículo, la volqué y dejé que el pobre I se acomodase en una esquina. Le conecté de nuevo a su cordón umbilical y me aseguré de que le fuese inyectado su combinado de fármacos para la mañana. Para terminar realicé una señal al circuito cerrado de video controlado por mi Monitor favorito.

Después de salir, Aganos se aseguró de cerrar la puerta y apagar las cámaras. Acto seguido bloqueó la consola con una clave. Me desembaracé de la caja en el horno que ya había visitado tiempo atrás. El operario no me puso ninguna pega. Finalmente me encaminé medio somnoliento hacia mi nueva asignación, la vigilancia y escolta de las jerarquías de Clonal en el recibimiento al destacamento Orión.

Todos esperábamos que nadie querría volver a activar la consola, dedicada única y exclusivamente a monitorizar la celda de I. En caso contrario, Aganos se aseguraba de que nadie pudiese hacerlo.

Los cincuenta nuevos habitantes de Clonal ya se desperdigaban por el almacén y el taller, los dos usos que tiene el bunker exterior. Una acumulación polvorienta de chatarra metálica y colosales contenedores de colores vivos no era el mejor entorno para dar la bienvenida a los recién llegados. Sin embargo, el suelo estaba seco y eso era mejor que caminar por una chorreante, crujiente y resbaladiza superficie.

Se habían barajado muchas técnicas para evitar la precipitación de toneladas de nieve en el hangar cada vez que entrase una aeronave. Las fibras térmicas eran una solución. Eso y una serie de acanaladuras por las que el agua de deshielo se evacuase fuera de la meseta. Pero eso es ya otra historia.

Estaba distraído pensando en las fibras térmicas y no reparé en el equipo que habían desembarcado en el hangar. Auténtico material de guerra descansaba en las plataformas de carga. Un cañón tierra-aire de pulsos electromagnéticos completamente automatizado, cuatro baterías de misiles, trece cajas de munición ligera para proyectores de asalto y pesada para las baterías y, por último, dos centinelas robóticos, unas máquinas humanoides que no había visto nunca y que, según se decía, custodiaban el perímetro de las reservas situadas al otro lado de la cordillera Neva. Todo eso, junto con el ya extenso arsenal de Clonal, haría totalmente imposible cualquier intento de asedio. Teníamos que hacer algo.

Si queríamos escapar vivos tendríamos que desarmar a ese escuadrón de tropas de élite. Especialmente el cañón, ya que la única forma de llegar a Clonal es por el aire. Llegué a contar unos veintiséis soldados, de los cuales ocho tenían la armadura completa y el resto una especie de blindaje ligero similar al mío, sólo que en un color marrón y con hendiduras para la munición y fundas para armas diversas.

Cuando regresé con la información necesaria para actuar, Aganos me recibió con una mueca de desagrado.

—Ya han empezado a apoderarse del Centro. Están mandando reiniciar los proyectos. No sé si investigarán nuestra celda, Orestes. Tenemos que detenerlos.

—He visto lo que traen. Cuando terminó mi turno ya estaban instalando las baterías en los puntos cardinales del promontorio, cerca de los bordes rocosos. Si pudiese volver a nevar, tal vez serían enterradas, pero nos quedaría lo peor, el cañón, que han subido al bunker exterior para sacarle si fuese necesario. Su despliegue no duraría más de tres minutos.

—No tenemos más remedio que volverle a utilizar.

—No lo llames así. Simplemente volveremos a pedirle que nos eche una mano. Aunque realmente me molesta tener que volver a cargar con él.

—Tranquilo. He hecho valer mi cargo y he pedido que registraran mi domicilio a la mayor brevedad. No quería quedarme sentado toda la rotación para tener que abrirles, les dije. En casos como el mío, simplemente no pueden abrir la puerta sin mi permiso. Accedieron, y ahora ya estamos libres de sospechas. ¿No te parece genial?

—Veo que tienes buenas ocurrencias. Muy bien. Entonces le subimos de nuevo y planeamos lo que haremos.

—Le subirás tú.

—Cómo no.

Tal vez pareciese que tentábamos demasiado a la suerte pero no teníamos otro remedio. Estábamos protegiendo a I para que él, a su vez, borrase nuestras huellas. Cumplíamos, además, el cometido que Dunlach tenía designado para nosotros. Si algún día salíamos de ese maldito subterráneo íbamos a pedir una sustanciosa recompensa. Ya no bastaban los ideales.

Una vez con nuestra carga de nuevo cómodamente instalada en la ducha, íbamos a exigir un duro trabajo de concentración. Teníamos un esbozo de lo que nos gustaría hacer y se lo presentamos a I.

En resumidas cuentas se trataba de crear la confusión y el desorden antes de que comenzase el ataque, impidiendo el lanzamiento de ningún misil o haz de energía. Desgraciadamente las baterías ya estaban instaladas pero necesitarían de una señal para entrar en pleno funcionamiento y empezar a abatir objetivos hostiles. Y lo mismo sucedería con el cañón si los hombres estuviesen demasiado ocupados como para tratar de salvar sus vidas.

Así pasó otra noche. Definimos una y otra vez los pasos a dar y el papel de cada uno en la obra que estaba aún por representar. A altas horas de la madrugada regresaba a los barracones con la tranquilidad de saber que el plan había sido pulido hasta alcanzar la perfección. Ya en mi nicho pude dormir a pierna suelta. Tenía la suerte de que todos íbamos y veníamos a las más variadas horas y nadie hacía preguntas.

A la mañana siguiente volvimos a tener una reunión de trabajo con el Jefe de Seguridad. Algunos de los nuevos se habían añadido a las partidas de búsqueda y registro. Eso demostraba que Eigling había terminado por decir la verdad y solicitar toda la ayuda que fuese posible. Sus días en Clonal estaban contados.

Todo iba relativamente bien hasta que se nos pasó a nuestra red interna una llamada de emergencia recibida hacía unos pocos minutos en la Sección de Comunicaciones. Procedía de una de las reservas más cercanas. Aún con riesgo para su integridad física, uno de los sanitarios del lugar había conseguido ocultarse y llegar hasta una terminal.

El hombre acertaba a decir que la reserva había sido ocupada por un heterogéneo ejército, formado principalmente por clones y exploradores, y que en ese momento se habían reunido en el comedor para determinar su siguiente movimiento: la toma de Clonal.

El pánico se debería haber instalado en nuestra más que fortificada plaza. Sin embargo, nada sucedió, precisamente porque todos confiaban en la inexpugnabilidad de nuestra fortaleza rocosa, en la inaccesibilidad de sus alrededores y en la combatividad de los recién llegados. Todavía ignoraban que el enemigo más temible estaba dentro.

Una calma malsana se estaba instaurando como una niebla densa en todos los recintos. La espera se hacía insostenible para muchos, especialmente los guardias, que nunca habían sido preparados para combates a gran escala. El clon se daba por desaparecido, declaración que causó malestar en Selene, ya que todavía no había tenido apenas oportunidad de demostrar la valía de sus hombres.

Finalmente llegó el momento, la noche anterior a la fecha prevista. Realmente tenía ganas de terminar con esto de una vez. Sentía que un ciclo estaba concluyendo y que tal vez fuese además la última etapa de mi propia vida.

Por lo que respectaba a mi compañero, él no era o no quería ser consciente de ello. Había aprendido mucho de su, hasta cierto punto, criatura. Ahora quería conocer de primera mano lo que I sentía al ejercitar su casi sobrenatural talento. Por ello dedicamos la última noche a realizar una exploración de sus habilidades antes de tener que usarlas intensivamente.

Estaba en una aceptable forma física después de haberle suministrado la última dosis nocturna de sedante para su dolor crónico. Todo a cuenta y riesgo de Aganos. Él podía entrar en los almacenes y sacar casi cualquier material sin restricciones. Privilegios de ser uno de los favoritos. Aunque terminaría delatándose. El mismo Eigling había llegado a la descabellada conclusión de que el clon había muerto en algún conducto de ventilación o podía estar recibiendo ayuda, cuestión que debería tratarse a la mayor brevedad, examinando los albaranes de los almacenes.

Nos arrodillamos junto a él. Ya estábamos expectantes examinando alguna variación en el rostro de I cuando comenzó a hablar:

—Todos nosotros… tenemos un hilo que nos conduce… de antemano… por un camino conocido. Siempre veo esos hilos. No tienen forma física… pero los vislumbro. El universo está tejido con esos hilos. O quizás no sean hilos. Son canales. El universo fue construido con esos canales… y ahora el ser humano no tiene más remedio… que discurrir por ellos. Todos tienen un fin…

—Que es la muerte, ¿no? —dijo Aganos, perceptiblemente inmerso en lo que I nos contaba.

—No le distraigas.

—No. No es la muerte. Somos como hormigas en fila india. No he visto jamás eso… pero el SCE me ha enseñado muchas cosas. Si no encuentras el rastro de muchos viajes, te pierdes y te aíslas. Eso les pasó a los Creadores.

—Por cierto. ¿Descubriste algo sobre Lena?

—Calla ahora tú. No hay novedades, no dejan acceder a su habitación.

—Yo corté su hilo y el tiempo ya no discurrió para ellos. Sin embargo, el hilo se rehace de nuevo. Por eso, necesito mucho esfuerzo… para mantenerlo cortado.

—¿Cómo es que se rehace? —Aganos estaba sentado en cuclillas pero no aguantaba mucho en una posición. Se le veía tremendamente inquieto y sus ojos brillaban con el destello de la curiosidad.

—Ellos lo rehacen. Esos seres… esos seres nos contienen a nosotros. Nuestros hilos conforman su muerte. Nuestras vidas son esos sueños. Cuando esos sueños se pierden… y se disipan en el olvido… la vida de esas personas se detiene. Esto no ha pasado nunca… hasta ahora. Temo que ellos lo sepan… y se olviden de mí. Todavía no sé si saben que existimos.

—Has dicho que todos tenemos un final. ¿Cuál es? —esta vez Aganos hacía bien en interrumpir. A I parecía faltarle el aliento. Su respiración empezaba a hacerse entrecortada—. No es la muerte. ¿Entonces es que hay vida tras la muerte?

—Yo no soy… ningún iluminado. Sólo sé… que hay una razón. No la llego a comprender, me supera. Incluso yo tengo un papel. Para todo este tormento hay explicación. Ojalá podamos acabar con esto… para siempre. Ojalá mi dolor evite otros. Todos tenemos un fin, aún los más desfavorecidos.

Tras un nuevo respiro, I continúa:

—Soy un parásito. Es un nuevo tipo de interacción. Nunca antes nadie había podido llegar tan alto. Aunque mi trabajo es humilde: detecto sus energías y las altero. Quién sabe lo que nos deparará el futuro. Ahora intentaremos servirnos de esos seres, hacer lo que el hombre… ha hecho siempre. Mantener la opresión. En realidad, esto es una simbiosis. Debemos buscar el beneficio común. No podremos vivir sin ellos. ¿Vive acaso el átomo separado de la materia? No alcanzo a entender… qué función desempeñan ellos. La incógnita se remonta… a otros niveles superiores. También tengo límites. Se nos ha abierto una puerta a otras formas de existencia… pero el universo es demasiado vasto… para satisfacer todos nuestros deseos.

—¿Puedes ver qué es lo que sucederá? Antes dijiste que tenemos un camino previsto de antemano. ¿Qué pasará con nosotros? —me había afectado seriamente la afirmación de que existía un destino invariable. No lo quería creer y por eso iba a poner en evidencia a I.

—Lo distingo perfectamente. Vuestras líneas parten de aquí… muy lejos… hasta más allá del alcance de mi visión.

—Estaremos muertos. ¡Qué horrible!

—Cállate, Aganos. No seas pesimista. ¿No hay ninguna manera de evitarlo?

—No, que yo sepa.

—Entonces, ¿qué sentido tiene preocuparnos? ¿Para qué hacer nada? En unas cuantas rotaciones o meses, a lo sumo, estaremos fuera de aquí.

—Tentemos al destino. Eso, no hagamos nada. No nos movamos de esta habitación, que escaparemos de aquí por arte de magia —me parecía ridículo.

—Creo que no comprendéis correctamente… las reglas aplicables… al tiempo y al destino. La clave… es actuar sin saber… que todo está dicho y hecho. Dejarnos influir… por las sutiles influencias, impulsos y presiones… conocidas o desconocidas. Entonces sólo habrá… un vector posible, el resultado dictado… por el destino.

—¿Y si somos nosotros? ¿O tú, que sabes todas las respuestas? ¿Si no podemos evitar ver la determinación en todas las cosas?

—Entonces haréis… lo que creéis correcto, Aganos. No querrás quedarte anclado… en el tiempo… como los Creadores.

—¡No puedo creerlo! ¿Estás diciendo que si decido abstenerme de tomar decisiones me quedaré tan lobotomizado como Chernyshev?

—Sí… y no. Conoces el mundo suficientemente bien… como para saber que eso… no suele pasar. La… naturaleza… no quiere que suceda… pero sucederá si alguien… amenaza el normal transcurso de los acontecimientos. Alguien como yo. He hecho mucho mal… eliminando a los Creadores. Tal vez había… otras salidas.

—No te cargues tantísima responsabilidad sobre los hombros. Tú no sabías cómo controlar tu poder. Estabas asustado, confundido y enfadado. Todos hubiésemos hecho lo mismo en tus circunstancias. Será el destino —la explicación de I no me sonaba especialmente mal aunque, puestos a creer, no parecía haber límites.

—Venga, anímate. De todas formas, si hay un destino no puedes hacer nada. Entonces, ¿por qué preocuparse? —Aganos le palmeó con cuidado la espalda, cubierta ahora por un viejo uniforme gris claro de su época como técnico de metadatos—. Tengo otra…

—¡Dios mío! ¿Qué le está pasando? —mi compañero le dio la vuelta para examinar su cuello. Estaba oscureciéndose. O quizás para ser más exactos, estaba desintegrándose.

—Lo siento… por mí y por vosotros. Está sucediendo… lo llevaba esperando… todo este tiempo. Demasiadas irregularidades. Han decidido eliminar… el cuerpo extraño. Soy una aberración. ¡Ahhhhhhhhh! Es… lo… mejor. Siento dejaros… solos.

Nos quedamos atónitos. Mientras hablaba, el proceso que Aganos había descubierto avanzaba con premura de detrás hacia delante. Cuando tocó los órganos vitales de I, éste falleció. Y cuando se eliminaron los últimos restos de las zonas integrativas cerebrales, el proceso se detuvo. En pocos segundos, fuimos testigos de una de las muertes más horrorosas que podía padecer un ser humano. Y eso es lo que fue, desde su nacimiento hasta su pavoroso final.

I nos dejaba justo en el peor momento. La tarea iba a ser verdaderamente dura. Nos pasamos cerca de media hora mirando el más que deformado cadáver del que iba a ser nuestro salvador. ¿Qué sería ahora de nosotros?

Tuve que romper el atroz silencio con una cuestión que había venido a mi mente:

—Presiento que los Creadores han vuelto a la vida. Deshagámonos del cuerpo.

Capítulo 7 La toma de Clonal

De nuevo éramos un par de humanos asustados. Ya no habría ángeles de la guarda para protegernos. Ahora actuábamos por nuestra cuenta. Se nos había separado de nuestro nuevo compañero. Habíamos recibido la luz de pleno en los ojos. Y nos había deslumbrado. Las probabilidades de salir vivos de todo esto nos parecían remotas.

De nuevo nos movimos, esta vez impacientes y conmovidos, transportando a un cadáver en otra caja, esta vez convertida en féretro. Teníamos que ir despacio e incluso parar para permitir que las patrullas atravesaran antes el lugar que deberíamos cruzar nosotros. Nuestro destino debía ser el horno. Las pruebas serían eliminadas entre volutas de vapores tóxicos producidos por la quema del clon. Allí terminamos llegando sin incidencia alguna.

El encargado nos dio el alto. La mala suerte quiso que estuviese enfrente de la entrada del horno en ese momento. Debió vernos nerviosos y apesadumbrados. Nos preguntó que qué era lo que queríamos incinerar. Aganos tomó la palabra justo antes de que yo comenzase a pensar algo que decir.

—Es terrible. Mire. Un despojo. Un aborto. Está totalmente inutilizado. Fallaron todos los sistemas de modelado molecular. Debió ser por alguna interferencia que recibieron los computadores el día de la tormenta. Tenemos que incinerarlo urgentemente. No podemos permitirnos la incubación de ningún elemento infeccioso.

—Necesito su permiso de incineración.

—Vamos a ver. ¡Vamos a ver! —Aganos no estaba interpretando, su enfado era real—. Tienen que incinerar esto inmediatamente. Mis subordinados han tratado de escamotearme el error y ahora ya han pasado dos rotaciones. ¡Lo va a hacer o no!

—Bien, de acuerdo. Ya veo cómo está. ¡Venga, lleváoslo! —el encargado, un tipo pequeño y con un bigote canoso, echó un breve vistazo a la zona devastada por la misteriosa desintegración y, acto seguido, señaló la caja a uno de sus trabajadores.

Minutos después, dábamos grandes zancadas cruzando los pasillos sin detenernos. Habíamos zanjado un problema pero aún quedaban muchos. Entre ellos, las armas del destacamento Orión.

En nuestra anterior situación privilegiada habíamos pensado en una alucinación colectiva en la cual una nueva tormenta uraliana arreciaría a la vez que un error en el sistema hidráulico de las compuertas las abriría de par en par. Una idea inspirada en la observación de todo aquel hielo en el hangar, cuando Selene y los suyos llegaron a Clonal. Desgraciadamente, sin I no podíamos obrar milagros y el área cercana a la superficie estaba completamente fuera de nuestro alcance.

Ensimismado estaba con estos pensamientos cuando, al girar una esquina, vimos a dos personajes realmente difíciles de ver en un pasillo cualquiera del complejo. A la izquierda estaba el altivo y seco dueño de esos pasadizos, tan monótonos y ariscos como él. A su derecha, la teniente Selene, que reaccionó con reflejos de felino ante nuestra precipitada aparición.

—¡Eh, ustedes! ¡Deténganse! —nos señaló mientras desenfundaba su proyector de haces energéticos. No nos dejaba otra elección.

—Sí. Oh, perdónennos… Estábamos… Seguíamos a unos individuos que llevaban al Proyecto I con ellos. Parecía… parecía estar inconsciente. Y ahora… ¿Tú sabes qué camino tomaron? —Aganos, siempre convincente, estaba inventando, improvisando según su estilo. Y quería que le siguiese la corriente.

—Ustedes no vieron nada, ¿verdad? Tal vez huyeron por la izquierda o se metieron por alguna de esas puertas. Deben activar la alarma. Alarma de nivel 1, ya sabe, señor Eigling. Posible escape de un clon. Y no es cualquiera. Tenemos que apresurarnos. Ah, y tenga mucho cuidado con esas armas que tiene en el exterior, teniente Genesen. Si por algún remoto azar llegasen a impactar contra un transporte en pleno vuelo, usted sabe que sólo quedarían restos.

—Descuide, Borkovec —exclamó Laos con una sonrisa viperina—, nosotros sabremos lo que hacer. No les molestamos más, sigan su búsqueda. Ah, señor Enchel, espero que esta fuga no termine siendo achacable a su insaciable interés por lo ajeno. Le tenemos aquí en muy alta estima. Me lamentaría profundamente al tener que desnudarle por segunda vez. Hace mucho frío allá fuera.

—He avisado a mis hombres. Ahora mismo se dirigen hacia aquí. Les encontraremos. Buena suerte.

—Vamos, Enchel. No tiene sentido que nos demoremos más —era indudable que las últimas palabras del Director habían afectado a mi amigo. Le cogí por el hombro y reaccionó de inmediato.

Gracias a nuestro excelente trabajo de improvisación habíamos conseguido montar un gran revuelo. Lo de las baterías estaba por ver. Sólo bastaba que uno de los hombres de Selene introdujese un código cibernético a menos de diez metros y empezarían a funcionar por su cuenta. Eso costaría si estaban en el corazón del complejo, buscando a un escurridizo clon que ya no existía.

—¿Cuál será la ruta del clon fugado? Vamos a ver, ahora está amaneciendo. Dios, no hemos dormido nada. Tenemos que aguantar todavía una larga rotación. Quién sabe cuándo atacarán.

—La ruta del fugado, ¿eh? Sé por donde vas, Borkovec. Ja, ja. Lo haremos lo más errático posible. Transmites tu posición por la red, ¿no? A eso te refieres.

—Sí. Les daremos una buena ocupación. No nos debemos preocupar por los ocho de armadura pesada. Irán más lentos y partieron de lugares más alejados. Eran ellos los que se encargaban de las zonas más superficiales. Los dieciocho restantes están distribuidos todo alrededor nuestro. Y de los guardias, mejor ni hablar. Por suerte para ti, soy uno de ellos.

—Ya. Laos no confía mucho en mí, ¿verdad? Pensé que me iba a detener allí mismo.

—Es parte de su carácter chulesco y amedrentador. No creo que tenga pruebas de nada. Al menos de momento.

Pasaron los minutos y nuestras evoluciones ya eran conocidas por gran parte del personal laboral de Clonal. Sin embargo, procuramos dirigirnos hacia áreas deshabitadas. No queríamos que nadie viese que delante nuestro no había nadie. En ese deambular pronto nos encontramos con un cartel que anunciaba la dirección hacia la Sección Médica Central. Recordé a Lena. No pude evitarlo.

—No, Orestes. Esto es primordial. A ella no le va a ocurrir nada. Sigamos.

Bajé la cabeza y proseguí la marcha. Estaba empezando a cansarme. Sudaba por todas partes, mi piel estaba ardiendo y mi corazón se había quedado frente a aquel cartel.

Nos adentrábamos cada vez más en las profundidades de Clonal. Los puntos azules de los guardias eran cada vez más dispersos en esos lugares. Y los escasos puntos marrones estaban muy cerca.

Los pasillos y corredores generosamente iluminados dieron paso a túneles abiertos en la roca viva y cavernas gigantescas acondicionadas para el almacenamiento masivo de contenedores criogénicos, bidones de material tóxico o de combustible, así como de material de construcción. Los sistemas de calefacción y el suministro de oxígeno eran aquí mucho más escasos, lo cual se hacía notar. Aganos tenía un traje mucho más liviano que el mío y pronto empezó a tiritar, a pesar del ejercicio físico intenso que estaba realizando. La escapada no podía durar mucho más.

De pronto, recibí un mensaje en mi visor. El Jefe de Protectores nos urgía a volver a la Sección de Seguridad más cercana. Una nueva emergencia se había disparado. No podía ser otra que el ataque a Clonal. Más pronto de lo que ambos pensábamos. Eso hizo que nos detuviésemos un poco y recuperásemos fuerzas. Como era de esperar iba a hacer caso omiso al mensaje. Es más, iba a emitir uno a la frecuencia de los hombres de Selene, que eran los que queríamos tener distraídos. Me identifiqué y solicité refuerzos. Habíamos avistado de nuevo a los secuestradores y estaban armados. Imaginé lo que podían estar pensando allá arriba y no lo conseguí. Debían estar totalmente confundidos.

Los puntos marrones no se habían detenido ni un momento y seguían devorando metros gracias a servomecanismos o a alguna modificación muscular en las piernas de aquellos soldados. Era lo habitual en Laertes. Pronto llegaríamos a verlos.

De repente, se me ocurrió una idea osada. Apagar el sistema de posicionamiento, escondernos tras unas rocas o cubas de algo parecido al agua para, instantes después, aparecer detrás de los perseguidores y matarles con mi proyector. El sistema de tiro era tan preciso que, básicamente, la única distinción entre la vida y la muerte residía en quién era el que disparaba antes. Sólo serían dos, al menos de momento. Aunque eran dos soldados de Selene y eso era decir mucho.

Así lo hicimos. Desde nuestro escondite, tumbados como estábamos en la tierra, justo a la entrada de una caverna, vimos cómo los soldados entraban a paso ligero. Los reflectores del techo acertaban a iluminar esa zona. Aunque nunca haya tenido que usar mi proyector, en los entrenamientos siempre hacía buenos resultados. Apunté y enfoqué bien mis blancos y con un gesto instintivo disparé mi arma. El alcance era más que suficiente y un rayo zigzagueó, impregnando el aire de un olor a quemado. Entró en el cuerpo de uno de los soldados con uniforme parecido al mío y salió limpiamente para impactar en el otro y desaparecer. Parecía demasiado fácil matar con las armas modernas.

Nos acercamos y con mucha frialdad comprobamos que verdaderamente estaban muertos. Sendas manchas de ceniza lo confirmaban. Volví a encender mi sistema de posicionamiento y comprendí que el suyo ya no se podía activar. Estaba relacionado con el estado vital del usuario. Sus compañeros pronto llegarían al lugar del asesinato. Ahora sabían que esto iba en serio. Como pude saber más tarde, en ese momento no habían activado todavía sus defensas magnéticas adosadas a sus armaduras. De otro modo, nuestro intento de dispararles con los proyectores hubiese resultado en desgracia, ya que los rayos reflectados vuelven directamente al emisor.

Seguimos huyendo. Los soldados se habían detenido un momento junto a sus dos compañeros pero siguieron adelante en poco tiempo. También se pararon poco después y nosotros interpretamos que les estaban llamando para afrontar el asalto. Parecía que nuestro plan empezaba a resultar. Ya sería demasiado tarde para los de la superficie. Ni siquiera hubiese servido de algo volver en ese momento. Los ascensores se habían bloqueado en una posición intermedia debido a la alarma de ataque, obligando a los posibles asaltantes a tener que usar las escaleras.

Transcurrieron horas enteras y ya ni siquiera corríamos. Los soldados se habían terminado convenciendo de la urgencia con que requerían de su colaboración allá arriba. Habían vuelto a un acceso de escaleras. Nuestro cometido se podía dar por terminado, pero decidimos no salir hasta que la situación estuviese verdaderamente controlada.

La larga vuelta a la superficie sólo tuvo lugar al atardecer. Los ascensores seguían bloqueados. Las escaleras nos iban mostrando cada vez más muestras de una marea imparable de violencia y destrucción. Paredes fracturadas, cristales rotos, sanguinolentos restos no identificables, la locura no parecía haber terminado de salir de Clonal. Volvimos a la superficie haciendo grandes rodeos. Muchas zonas estaban intransitables debido a las llamas, cascotes o simplemente a la desagradable presencia de retorcidos cuerpos humanos.

Desde la residencia de los Creadores, dentro de la Imprenta Génica, nos llegaba un griterío insoportable. Ya en el vestíbulo, casi irreconocible, empezamos a ver gentes extrañas que en ningún momento me parecieron habitantes de Clonal. Se caracterizaban, sobre todo, por la extrañeza de sus rasgos, por lo dispar de sus formas, por sus muecas llenas de odio y miradas furibundas. Nos miraban a nosotros. Uno de ellos, una especie de enorme hombre-mono vestido con harapos, me agarró del cuello con una fuerza tal que casi me estrangula al contacto. De no ser por otro, un individuo pelado que se paseaba desnudo mostrando su absoluta ausencia de genitales, el primero me hubiese matado.

Ambos fuimos conducidos en volandas por el hombre-mono. Otros seres se apartaban y el hombre desnudo nos seguía a duras penas. Llegamos a una sala de juntas atestada de clones. Tantas diferencias, tantas historias personales de sufrimiento y marginación, tantos monstruos que nos rodeaban viéndose por fin libres de la presencia ominosa de Clonal. Allí pudimos hablar con una bella mujer de cabello largo moreno, tez casi quemada y finos labios amoratados, enfundada en un traje de explorador: Denera Abnera. Tras terminar de hablar con otros exploradores con los trajes sucios y ensangrentados, se dirigió a nosotros, que nos debatíamos en las garras de tan grotesco personaje:

—Bienvenidos seáis a lo que antes era la Imprenta Génica. No sois muchos los que seguís vivos. Por ello os sugiero que abandonéis cualquier esperanza de resistir.

—No nos resistimos. Somos Orestes Borkovec, si ese apellido te dice algo, y Aganos Enchel. Estáis aquí gracias a nuestra ayuda. ¿O es que no os ha extrañado que las baterías no funcionasen? —Aganos, siempre tan diplomático.

—Todavía nos faltan muchos datos por conocer. Sabemos que había gente que luchaba por nuestras vidas aquí dentro. Lástima que no hayamos sabido reducir la violencia del asalto. Estas personas tenían muchas razones de peso para hacer lo que han hecho. No les voy a defender, pero tampoco acusaré sus modos de actuar ante esta fortaleza que tanto perjuicio les ha causado durante todos estos años.

—Entonces todo ha terminado. El símbolo del esclavismo ha caído. No había otra manera…

—Pero será construido de nuevo. Hay planes de contingencia para ello y justo ahora mismo en Prometeo saben qué es lo que ha ocurrido hoy aquí. No podemos permanecer mucho tiempo aquí. Los bombarderos orbitales arrasarán toda la región. Ahora estábamos decidiendo precisamente esto. Cuánto tiempo nos queda antes de que empiece la destrucción y dónde llevaremos a tantísima gente como hemos rescatado de esas frías prisiones.

Ante lo significativo de las decisiones a tomar se decidió apartarnos y pudimos comer algo, además de descansar nuestros agotados pies. En pocos minutos estábamos casi del todo repuestos. Empecé a pensar en Lena. Como Creadora debía estar en el punto de mira de aquellas criaturas. Es posible que estuviese muerta en algún rincón de la Sección Médica. Tenía que ser valiente. Por ello dejé a Aganos tumbado en el suelo y, como no nos habían dedicado ninguna vigilancia, pude encaminar mis pasos hacia ese asunto pendiente.

La Sección Médica estaba como todo Clonal. El tumulto de los clones había dejado su huella también aquí. No pude encontrarla. Tuve que volver de nuevo sin respuestas. Pregunté a decenas, cientos de clones. Nadie sabía nada. Los pocos prisioneros estaban siendo conducidos a las celdas, una curiosa forma de venganza.

No pasamos muchas rotaciones en el complejo. El tiempo pasaba por encima de mí y no notaba nada. Volvía a sentir una pena terrible por su ausencia. Era el fin de todo y, sin embargo, notaba una extraña sensación de melancolía por los tiempos pasados. Habíamos conseguido más de lo que nos atrevíamos a soñar y, sin embargo, dejábamos tantas cosas atrás que no se podía considerar estrictamente como una victoria.

Epílogo El crucero interestelar

Aganos y Orestes llegaron a Perm junto con todos los transportes repletos de clones y exploradores como Denera, deseosos por encontrar un nuevo hogar para ellos. El crucero interestelar Polkim había recalado en Urales por una semana y tendrían suficiente tiempo como para introducirse en él. Hubo una dura lucha en la misma pista del espaciopuerto, numerosos centinelas robóticos se habían desplegado para proteger los cargueros pesados que se llevarían materia prima como metales o plásticos, maquinaria de precisión y personal experimentado de este planeta. Muchos hombres y mujeres libres perdieron su vida en ese postrero intento por sobrevivir.

En varios compartimentos ocultos y perfectamente sellados y acondicionados, se hallaban los miembros de mi raza que partían desde el planeta Ragshnur hacia nuestro hogar, escondido a los ojos humanos. Esos eran los destinatarios a los que me refería. Orestes, luchaste por los clones, por su libertad, pero también lo hiciste por los miembros de mi especie que, renuentes en un principio al abandono de sus hogares, siguieron habitándolos hasta llegar a mimetizarse con los nuevos colonos humanos. Al final, quedaron aislados entre extraños, anhelando el reencuentro con los de su raza.

Ellos te deben la vida. Gracias a ti el Proyecto I ha podido ser controlado. Lo que se le hizo a ese chico era una aberración. El hombre todavía no está preparado para desentrañar los misterios integrativos, unos enigmas que ni siquiera los de mi estirpe están capacitados para desvelar. Una luz demasiado fuerte para nuestros ojos, que amenaza con dañarlos pero que, pese a ello, nos ilumina y nos guía. Ese será el futuro de la humanidad, algún día, y el de nuestro pueblo.

Unidos, los clones liberados, los exploradores renegados y los nuestros serán descargados en el espacio, como he convenido con Desmund. Sólo que él jamás sabrá que nosotros les recogeremos y les daremos el hogar que ellos no supieron ofrecerles. Y, tal vez, algún día surja un fruto de esta unión. Sólo así podré regresar a donde realmente pertenezco.






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