lunes, abril 20, 2009

Disformidad

—¡Hombres, mujeres, niños y niñas! ¡Pasen y vean! ¡El espectáculo más grande del mundo acaba de comenzar! Aquí, en este nuestro teatro de lo absurdo encontrarán todo tipo de atracciones para poder disfrutar, en compañía de los suyos, de la maravilla y el asombro, de lo extraño y aberrante.

 

—Traídos desde los confines más remotos del mundo aquí ustedes encontrarán desde los niños peludos del Brasil, hasta la mujer más gorda del mundo, desde los deformes niños ancianos de la estepa siberiana hasta el hombre más feo del mundo, venido directamente desde España.

 

—¡Sí, señores! ¡Porque aquí le tenemos! ¡Sin dilación, sin demora, ustedes podrán ver… al hombre más feo del mundo! 

—Vean lo grotesco de su extraña faz, la siniestra expresión que denota su mirada, la ejecución de los más simples movimientos se convierte en una oda a la torpeza y a la risión. ¡Admiren la sublime disparidad de facciones! La tez pálida e incluso amarillenta… ¿no les hace vomitar?

 

—Es el auténtico, el inimitable, el original. No hay otro ser como él. Ya no. Forma parte de una extinta raza. La fealdad ha sido exterminada. Sólo él nos recuerda cómo fuimos. La deficiente herencia genética que él posee, afortunadamente se parará ahí. Ya no contaminará más. Cuando él muera, el ser humano habrá alcanzado por fin la perfección. Agradezcamos a la sabiduría de la ciencia y del progreso las altas cotas alcanzadas.

 

En el inmenso auditorio no cabía un alma. Diez mil personas abarrotaban el recinto esperando encontrar en él la confirmación de su propio logro, la disformidad había sido confinada a una sola persona. Al fin se mostraba lo imposible.

 

Jonathan había deseado estar allí desde el momento en que escuchó la noticia aquel 3 de marzo ya lejano. El nuevo espectáculo del afamado coleccionista de extravagancias, Adam Sternberg, comenzaría su gira mundial en el nuevo Auditorio Rey Carlos. No se lo podría perder.

 

Desde hacía unos 3 años, Jonathan seguía con mucho interés las pesquisas realizadas por Sternberg para localizar a los escasísimos ejemplares de anomalías genéticas dispersas por todo el mundo. Había realizado un estudio en la universidad sobre el “gran hombre” que había anulado de una vez y para siempre al lado más despreciable del hombre y de la mujer: el polémico genio Daniel Palmer, creador de la estetogénica, una nueva disciplina que combina los últimos avances en terapia génica reparadora con renovadores tratamientos cosméticos, de cirugía plástica y de belleza en general. Aquel grandísimo benefactor había quitado de un plumazo todas las taras genéticas que acumulaba el ser humano desde el principio de los tiempos. Y Sternberg, como avispado empresario que era, había comprobado lo tremendamente provechosa que podía ser la rareza.

 

La entrada le había costado unas 30 libras, pero él las había pagado gustosamente. No era un amante del morbo o de las emociones fuertes. Sus motivaciones eran muy distintas, quería comprobar de primera mano cómo era posible todavía la existencia de semejantes seres. Quería observarles de cerca antes de que en su rotunda inferioridad muriesen sin haberle dado la oportunidad al resto del mundo de observar la anormalidad cara a cara. De hecho, la mayor parte de espectadores estaban allí por lo mismo. 

Pero allá abajo el maestro de ceremonias ya proseguía con su presentación. Con su camisa liviana dotada de un colorido arrebatador, su pelo perfectamente compuesto y dotado de brillo y tersura por igual, su sonrisa límpida y franca, todo ello contrastaba abruptamente con el cuerpo desnudo y contrahecho de una víctima de Auschwitz. 

Sin embargo, allí no había víctimas. Todo el mundo lo sabía. Los “actores”, como se les llamaba, eran invitados a participar voluntariamente, eran trasladados desde sus hogares y cobraban unos buenos estipendios. La desnudez era una parte más del acto, concebido con el fin de mostrar. Era necesario y siempre reconocido por los asistentes. No pedirían menos por lo que habían pagado.

 

—Aquí tienen ustedes a los padres de la criatura. Es difícil de imaginar, ¿verdad? ¿Cómo es posible que la infección se haya podido originar en una familia normal y corriente? Mírenlos en su ceremonia de bodas. Felices, altivos, orgullosos, dignos ejemplares de la humanidad más sana y natural. ¿Cómo pudieron ellos dar origen a tal aberración?

 

—Miren, hemos intentado hacer lo indecible por tratar a este… hombre. Intentamos aplicar la estetogénica en él. Sin éxito. Como era de esperar, sus malformaciones son demasiado evidentes y las correcciones no quedaban saludables sino que lo empeoraban todavía más. En cambio, la variante de intervención en su descendencia, la manipulación del ADN de las células germinales sí triunfó. Hemos liberado a este ser de la cadena de opresión que le torturaría a su progenie durante el resto de la eternidad. Sin embargo, como resulta evidente, nadie estará dispuesto a emparejarse con un ser tan pobremente dotado. Ya no se puede hacer nada por salvarle. 

—Es gracioso. Estos últimos días que ha estado con nosotros, en los que le hemos ofrecido la oportunidad de ver otras culturas y otras gentes más allá de su cortedad de miras, nos ha insistido, con un discurso monótono, cansino y vacío, en la necesidad que él tiene de conocer a personas del sexo opuesto. No se rían, no, por favor. El tema es muy serio. Estamos hablando… Bien, sí, comprendo su sentido del humor. ¡Sí, estamos hablando del hombre más feo del mundo! ¡Con prerrogativas! ¡Con exigencias! ¡Porque él habla! Aunque no le dejamos que lo haga mucho, comprendan por que no lo hacemos. ¡Quién eres tú para hablar! ¡Miseria de la existencia! ¡Absurda prueba del arrastramiento de la humanidad por un fango que ya no se puede permitir! ¡Has manchado con tu mera existencia las altas aspiraciones de perfección de una sociedad que ya está inmersa en la búsqueda de las estrellas! ¡Que no se puede permitir volver a la animalidad que tú representas! ¡Bestia! ¡Aberración!

 

Jonathan asiste con incredulidad a la escena. El ser arrodillado y meditabundo, sumido si acaso en pensamientos de culpa y condenación absolutas, acoge con pasividad las coces que el presentador arremete contra su pálido cuerpo. ¿Este es el espectáculo por el que masas enfervorecidas de todas las partes del planeta no dudan en pagar su dinero costosamente ganado en trabajos cada vez más penosos y rutinarios? Pero, por otro lado, ¿no estaba todo justificado? ¿La inferioridad clara de esos seres no nos daba derecho para reafirmarnos sobre ellos? ¿No había cambiado toda la legislación internacional al respecto de estas criaturas? ¿No nos daba esto legitimidad para realizar cualquier tipo de espectáculo burlesco en el cual realzarnos más contra la triste desgracia de unos pocos? ¿No nos daba eso ínfulas de pequeños dioses en miniatura? ¿No nos hacía grandes? 

En esta confusión estaba inmovilizado Jonathan cuando, súbitamente, de entre las primeras filas del auditorio surgieron cinco, seis, después unos doce y hasta veinte personas. Avanzando a lo alto del estrado a la vez que iban gritando frases paradójicamente tranquilizadoras. Sus rostros, cuando entraban en la zona de luz marcadas por los focos, se revelaron como poco armoniosos, en cualquier caso fuera de la moda ortoestética que medios de comunicación nos habían voceado y vendido desde hacía años como la fuente de felicidad absoluta, aunque sin llegar a la imperfección sublime del hombre más feo del mundo. 

Los hombres y mujeres ya estaban junto al presentador, el cual miraba confundido a los dos lados del escenario, al tiempo que parecía recibir instrucciones de su audífono. Con un empujón, el amable y conciliador presentador terminó por los suelos. El pequeño hombre de unos cuarenta y tantos años fue recogido y apoyado en los hombros de sus salvadores pudo empezar a caminar, no sin dificultad. 

Ante la atónita mirada de miles de espectadores, el hombre más feo del mundo fue sacado del escenario. Todo había durado dos escasos minutos. Y alguno de los miembros del público todavía esperaba que fuese parte del show. Sin embargo, poco a poco, con una molicie típica de las masas adormecidas y somnolientas, el rebaño fue bajando por las escaleras en dirección a las salidas, en ordenada procesión. El propio Jonathan, incapaz de creerse lo que había visto, hipnotizado todavía por el juego de luces y la escenografía, se desperezó y partió, siguiendo los reflejos de una columna humana que podría estar dirigiéndose hacia sus casas o igualmente a un despeñadero. Lo seguiría igual.

 

A la mañana siguiente, en las noticias televisadas que seguía a la hora del desayuno pudo constatar que la escena del Auditorio no había sido un sueño ni una simulación. 

—A las 20:43 del día de ayer en el Auditorio londinense Rey Carlos fue secuestrado el mundialmente conocido como “el hombre más feo del mundo”. Este se encontraba en una gira mundial promovida por el famoso empresario norteamericano Adam Sternberg,  que recalaba precisamente ayer en nuestra ciudad. La mayoría de asistentes pudieron contemplar e incluso grabar con sus móviles escenas del secuestro por parte de una veintena de enfervorecidos que partieron del lugar sin que la policía ni los organizadores del acto pudieran hacer nada por detenerles. Scotland Yard está investigando el delito y nos ha comunicado que los secuestradores recibieron ayuda por parte de algunos de los trabajadores del Auditorio. Se han realizado cinco detenciones hasta el momento, sin que todavía se sepa el paradero del desaparecido.

 

—Asimismo, han sido polémicas las imágenes que se han recibido en esta casa de malos tratos que tuvieron lugar ayer mismo en el Auditorio con motivo de la presentación de esta rareza. Hemos consultado a nuestro asesor en materia legal, el reconocido abogado Arthur Lombard, el cual nos ha insistido en la total anormalidad de este tipo de acontecimientos, los cuales concitan las peores emociones e instintos humanos, sin que de momento pueda sancionarse penalmente. “Estamos atados de pies y manos”, fueron sus palabras. 

—Están viendo ustedes la BBC1. Les habla John McAlister. A continuación, las noticias internacionales…

 

Terminando su desayuno, Jonathan reflexiona sobre lo ocurrido y se dispone para iniciar su jornada laboral en un perfecto e higiénico cubículo situado en medio de un rascacielos más de la City:

 

—Esta nueva etapa de avances científicos y de la búsqueda incesante de la perfección nos está llevando a la locura más absoluta. ¿Hasta donde nos llevará éste ansia por ser mejores, más altos, más competitivos? ¿Es que no aprendimos nada del nazismo? A ritmo de la epopeya wagneriana y de la oda a las proezas de los héroes arios se sumergió Europa en la búsqueda de su propia destrucción. ¿En qué mundo quiero que vivan mis hijos? ¿Uno en el cuál sólo los fuertes puedan dictar su ley, dónde no exista el reposo de un hombro amigo que comprenda mis imperfecciones y permita consolarme cuando los azares de la vida me cambian el rostro? ¿Cuándo empezaremos a matar ancianos? ¿Cuándo el canon estético se convirtió en principio moral? ¿Por qué la fealdad esta asociada ineludiblemente con la maldad? La belleza manchada de sangre ya no es belleza, sino corrupción. Porque la sangre de los débiles y de los inocentes cuenta también. Llegará un día en el cual alguien pueda hablar también por ellos. Tendrán una voz fuerte que les defienda y les comprenda. Su único pecado fue nacer diferentes. Tan sólo espero que ese pobre hombre pueda llevar una vida en las sombras, aislado del resto de nosotros pero en la compañía de personas que le aprecien tal y como es. Yo sé que jamás podría estar de su lado. Soy demasiado cobarde para acometer la dura tarea que les corresponde a él y a los suyos iniciar. Pero sé que en mi indignidad de mero espectador mecido por los vientos dominantes de los medios de comunicación, en mí siempre tendrán el asombro y el aplauso de la victoria que les queda aún por ganar.

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