domingo, marzo 18, 2007

Cuarto capítulo íntegro de "Con la luz en los ojos"


Capítulo 4 Indoctrinación

En dos rotaciones el bebé se había convertido en un joven de dieciocho años. Sus terribles dolores no se habían mitigado ni un momento en todo el tiempo que llevaba de vida. No era porque no pudiesen calmarse, sino porque esa era la regla básica de la indoctrinación: la instauración del dolor. En lo posible, el dolor no se eliminaba; únicamente para facilitar el control.

De su primigenia matriz había pasado a un diminuto habitáculo de 2x2x2 en sombras. Segunda ley: evitar el movimiento. Para ello habían llegado incluso hasta la mutilación. Para ello y para cumplir los objetivos del Proyecto I. La combinación de movilidad y capacidad integrativa era, simplemente, intolerable.

Tercera regla, aunque no menos importante que las anteriores: establecer su sistema de valores. Para ello se cuenta con un troyano insertado en el mismo sistema nervioso del clon. Anula los pensamientos espontáneos e impone un conjunto predefinido de normas de comportamiento. Normalmente no hay lucha, pero en este caso tan especial nos lo temíamos.

Para mis compañeros era todo un espectáculo ver cómo se debatía entre ideas derrotistas o discursos absurdos y el optimismo y la cordura de todo ser recién nacido. A mi no me hacía ninguna gracia. Es trabajo y ya está.

Pasaban las horas y nuestro personajillo ya sabía con quién se estaba metiendo. Terminó acatando todas y cada una de nuestras imposiciones, como todos. Había terminado la fase uno. Ya faltaba menos para el resultado deseado. Me gustaría verlo. Se dice que este sujeto será capaz de alterar la misma naturaleza de las cosas. Hasta el propio transcurso del tiempo. ¿No es una locura?

Por ello nuestra tarea es atar cuanto antes a este bicho, antes de que se desmande. Usar su poder en beneficio propio. En beneficio del Sistema, mejor dicho. Debo asegurarme, dentro de mi ridículo campo de actuación, que el Proyecto I nunca se empleará en beneficio de unos pocos.

Cada vez que utilizaba mi terminal, situada en el centro de nuestro pasillo, como corresponde a un Monitor de prestigio como yo, un escalofrío me recorría la espina dorsal. Veía en infrarrojos el torso aprisionado del clon, con su cabeza sobresaliendo del mecanismo de anclaje. Una serie de conductos le nutrían como si todavía continuase en el tanque. Era horrible contemplar un ser así y suponer que a eso se le llamaba vida.

—¿Quién ha ordenado poner un anclaje al Proyecto I? —exclamé en una ocasión. Temía que fuese una directriz de Creadores pero no estaba seguro.

—Señor —exclamó uno de mis subordinados, más atento a su visualización que a otra cosa—. Lo dispusimos nosotros. Es lo imprescindible para este tipo de casos.

—No va a ir a ningún sitio. ¿Tanto teméis a un simple clon?

—Señor. Si le soltamos, romperá todo el sistema de nutrición.

—¿Con qué? ¿Con la cabeza? Vamos, soltadle. Cargo con todas las responsabilidades.

Observé cómo el cuerpo casi inerte caía al suelo con un ruido sordo. Yo mismo retiré los tubos de alimentación y activé un compartimento que servía al mismo fin. Por lo menos ya tenía una limitada movilidad. Cuarta regla de la indoctrinación: aprieta pero no ahogues. Si queríamos que trabajase para nosotros debíamos asegurarnos de que nos tuviese como seres inalcanzables y poderosos, pero también justos y rectos. No debíamos aparentar ser crueles o cebarnos con ellos. Acto seguido informé de mi actuación al Creador que tenía asignado.

Una de mis primeras tareas como Monitor fue la de comunicarme con la criatura. No sería fácil, a pesar de su aparente docilidad. Su mente estaba encerrada en un debate inacabable del cual nosotros habíamos sido sus iniciadores. Obedecía nuestras órdenes pero también musitaba frases sin sentido alguno. Agolpaba todos sus pensamientos hacia fuera tal y como el troyano le había enseñado. Compartía con nosotros una serie de incoherencias que hacían imposible la comunicación con su psique. Tuvimos que administrarle algunos tranquilizantes con la comida.

En unas horas su encefalograma era casi tan plano como la superficie de un lago. Estaba dormido pero sin alcanzar todavía la fase REM. Perfecto momento para realizar una inclusión onírica. Mi objetivo consistía en introducir mi rostro en sus bancos visuales del lóbulo occipital y asociarle con su atrofiado circuito del placer. Cuando despertase, mi presencia sería lo único que calmaría su espíritu atormentado.

La tecnología en que se basaban las inclusiones distaba mucho de ser comprendida. Nosotros la usábamos y punto. No nos preguntábamos en ningún momento cómo llegó algún espabilado neurotécnico a inventarla.

Para nosotros sólo existía la dificultad que originaba la resistencia del individuo. Y casi nunca era un escollo insalvable, excepto en ocasiones como ésta, en las cuales su psique era sencillamente superior. Había algo en su interior que le hacía debatirse como un poseso. Difícil de creer en un retrasado sin esperanzas como él.

Mi compañero más leal, un nativo de Prometeo, negro como el vacío cósmico, me dio la señal de que el emisor estaba cargado y en posición. Dicho de forma sencilla, el aparato, una especie de proyector pesado adosado a la pared del cubículo, emite unas ondas que interfieren con el funcionamiento normal del cerebro en reposo, induciendo un estado alucinatorio pseudo onírico. El estado DELTA 2, en alusión a las ondas producidas en un período de sueño ordinario, es el creador de mundos aparte en la mente de muchos de nuestros jóvenes. Un nuevo paso en realidades virtuales, esta vez vividas sin ningún tipo de interfaz. Pero ese es otro tema aparte.

El programa que, digámoslo así, cargaba en la mente del sujeto, había sido diseñado cuidadosamente por nuestro equipo. Como Monitor sabía perfectamente qué tipo de imágenes provocarían su atención. Habíamos ideado una pequeña historia que penetraría perfectamente en su subconsciente, llegando incluso a enlazar con unos profundos recuerdos insertados en el mismo momento de su nacimiento. El ser asistía a un relato en tercera persona en el cual era sólo un observador.

Ahora yo me convertía en una leyenda, el miembro de una estirpe dominadora del mundo conocido, Las masas dóciles me obedecían hasta dar la muerte en aras de un objetivo mayor, la creación de un crucero interestelar que surcaría el espacio infinito para llevar un mensaje a los rincones más remotos, un mensaje de paz y sometimiento voluntario.

Sus neuronas se doblegaban a mi voluntad, mostrando vastos hangares orbitales y bases de suministros en planetas perdidos. En todos esos entornos siempre existía una terminal con mi rostro transparente detrás del texto o alguien entonaba mi nombre como una antigua melodía religiosa. Mis dominios se extendían más y más a medida que la astronave accedía a nuevos sectores. Reparaciones, actualizaciones y vuelta a comenzar. Más mundos repletos de vida y civilización bajo mi estandarte. La historia de una humanidad expansionista e imparable, una historia verdadera en cierto sentido.

Mitos, falsas verdades, elucubraciones sobre la realidad masticadas a nuestro antojo. Era todo el alimento que su alma necesitaba y parecía digerirlo sin problemas. Estaba deseoso de aprender y, sin embargo, su intelecto frenaba esa ansia. Pude ver incipientes impulsos de culpabilidad, que registramos y reservamos para otra ocasión.

A la mañana siguiente, el sujeto ya había finalizado su primera inclusión, una de muchas. Se había pasado media jornada anterior durmiendo y había recibido en intervalos regulares su droga favorita. Cinco miligramos de Hedonfina, un potente estimulante e iniciador del circuito endorfínico, servirían para calmar sus atroces dolores pero sólo cuando una imagen mía le rondase en la cabeza.

Tras recibir su miserable alimento ya estaba listo para una comunicación cara a cara. Este era el momento más satisfactorio de todo mi proceder en Clonal. Todavía no me explico por qué se nos concede tanto honor por parte de los Creadores, el privilegio de actuar como embajadores de la humanidad ante estas bestias sin dignidad, pasado ni futuro.

Jamás se me ocurriría penetrar en su cochambroso cubil. Si otros deciden ir de valientes y pasearse como reyezuelos ante la chusma hambrienta, ese no es mi problema. La precaución, ante todo. Un clon es, por definición, impredecible. Pese a tener una idea exacta de todo lo que pasa por sus cerebros, eso no es suficiente para anticipar su próximo movimiento. No seré yo quien se arriesgue a ser devorado por un subhumano. Mi voz y mi efigie proyectada en la pared serían suficientes. Todo quedó dispuesto en cuestión de minutos.

—¡Despierta, criatura del submundo! —me gustaba dar a mis actuaciones un aire teatral del que tanto carecía mi insulsa vida.

—Ajjjjj. Aja. Aja. Ajanos —era tan grotescamente limitado que ni siquiera podía repetir mi nombre, a pesar de que éste había sido repetido hasta la saciedad en la inclusión.

—Jamás osarás pronunciar mi excelso nombre. Aganos soy yo y nadie más. Aparezco ante tus cansados ojos para proponerte una tarea. Sé que te mueres de ganas por ayudarme en la sagrada misión de extender mi palabra por todo el universo —en ese momento miré al sistema de observación para el uso exclusivo de los Creadores. ¡Que maravilloso sería poder dar órdenes a este individuo, emplear todo su poder, el que fuere, para mi propio beneficio! Una breve manipulación de las cámaras y el clon en mis manos. Lástima que se revisen diariamente y que su trucaje implique graves penas como la degradación que ya he sufrido. Eso por no hablar del uso ilícito de clones, una de las faltas más severamente castigadas, una sustanciosa cantidad monetaria a pagar y la expulsión de Clonal.

—Uni… verso. Pala… bra.

—¡Silencio! Hablarás cuando te lo ordene. Si sigues mis normas podrás descansar de tus dolores. ¿Lo entiendes?

—Sí —aunque su retraso es serio, nunca se quiso dejarle totalmente mudo ni sordo. Tendría que ser capaz de entender mensajes más o menos complicados y, por supuesto, expresarse con relativa normalidad. En ese mismo momento poseía un conocimiento medio del idioma colonial. A medida que nuestro control se vaya afianzando, su cerebro podrá repararse con algún implante neuronal. El diseño pensado por los Creadores tiene todos los detalles en cuenta, incluso añadirle un procesador lingüístico.

—Siiii… lencio.

—Eso. Silencio. Ahora me dirás lo que crees que soy yo. Puedes hablar.

—…

—Me lo temía. ¡Ese cráneo tuyo sólo contiene un revuelto de sesos!

—…

—¡Bien! Veo que acatas mis órdenes. Con retraso. Voy a ser directo. Con suerte alcanzarás a entender lo que te digo en la próxima conjunción de Urales con Prometeo, como dice el refrán. Es decir, dentro de millones de años. Pues empecemos.

—Aquí, en mi residencia, que es el centro del mundo, tenemos una agrupación de personas muy poderosas que han estado vigilándote desde tu nacimiento. No son como yo, desde luego —una pequeña concesión por los servicios prestados durante demasiados años en este rincón olvidado. Yo soy el amo y señor, ellos son tan sólo unos segundones sin apenas autoridad aunque, a la hora de la verdad, aquí no se hace nada sin ellos—, pero son inteligentes. Ellos han diagnosticado tu enfermedad y por eso ahora ya sabemos con lo que nos enfrentamos. Tu mal tiene que ser erradicado. ¡Pero tú no te esfuerzas y de esa forma nunca alcanzarás una total curación. Tú sufres ese dolor y no haces nada por apaciguarlo. No eres capaz también porque nadie te ha enseñado a serlo. Ese será su objetivo. Déjate ayudar. Haz todo lo que te pidan. ¡Obedece! Y sólo así serás algo. Tú sólo existes porque yo lo quiero. El equipo de Artur Chernyshev, tus salvadores, debe formar una completa simbiosis contigo. ¿Entiendes lo que significa esa palabra? ¿Sabes de lo que te estoy hablando?

—…

—No le está haciendo ni puto caso, jefe. Está en un estado demasiado primitivo. Se está chupando los muñones. No creo que este monstruo le haya entendido siquiera una palabra —los dos operarios encargados de la escenografía me miraban como si estuviesen obedeciendo una orden demasiado estúpida como para ser acatada.

—Vale. Ya lo veo. Esto es inútil —en ese instante pensé que tal vez el Proyecto I fuese un desafío inabordable. Quizás se convertiría en una perfecta excusa para mi despido—. Llamaré a Artur y veremos lo que dice. El procesador lingüístico no me parece mala idea.

Me di la vuelta en mi butaca giratoria y hablé con el prometeano:

—¿Qué opinas?

—Sus constantes son satisfactorias. Parece que la impronta se ha desarrollado con más rapidez de lo previsto. Nuestro querido niño ya tiene a su papi. Ja, ja, ja, ja.

—Calla, tonto. No me gastaría un solo céntimo en tan decrépito personaje. Mi hijo al menos es auténtico, no esta, esta cobaya.

—Era una broma, Aganos. De todas formas, piénsatelo por si hay que tirar el proyecto. Un niño crecidito, justo lo que querías, ¿eh?

—Ja, ya crecerán los míos. Tiempo al tiempo.

—Si no crecen, lo cual me parece lógico después de tantos años conviviendo en este malsano ambiente, ya sabes que tienes uno de repuesto.

—Bien, ya basta. Dime, ¿cómo van las cuerdas vocales? He visto que pronuncia mi nombre con dificultad.

—¿Quién prepara los programas de instalación ortolinguística? Yo creo que esa gente no tiene ni idea.

—Cuidado, Yans. ¿No sabes quienes lo realizan? Es una función secundaria de los técnicos de metadatos.

—Tus antiguos colegas…

—Efectivamente. Te pido un poco más de respeto por esa gente. Lo pasan mal. Siempre trabajan por encima de sus posibilidades y ya sabes que su labor podría ser realizada en cualquier momento por una computadora. Es un oficio degradante.

—Ya. Oye, ¿y entonces qué hacemos con éste?

—O sea que dices que es apto.

—Aptísimo, claro. Tiene unas cuerdas vocales perfectas.

—Con que el problema no está en el aparato fonador, ¿eh? Entonces estará más arriba. ¿Tú que crees?

—No sé, no hemos visto nada digno de mención.

—No habéis visto nada porque no hay nada allí dentro. Es subnormal profundo.

—Esa era la idea, ¿no?

—Sí y no. Se suponía que no sería tan costoso arrancarle unas palabras.

—En cualquier caso es problema de los Creadores, ¿no? Nosotros realizamos aquello para lo que nos pagan. Si sale un clon con la capacidad intelectual de una mosca es por puro reflejo de su maña.

—¿Qué insinúas? Insensato. ¿Has olvidado los sensores? ¿Es que no acotarás nunca ese infantilismo tuyo? Somos profesionales, Yans, aunque a veces me cuesta mucho reconocerlo. Mira, este retrasado no va a obstaculizar mi última oportunidad para demostrar a Eigling mi compromiso con esta institución. Ni siquiera tú lo harás. Contactaré y haremos funcionar a este maldito trasto, cueste lo que cueste. ¿Entendido? Ahora vámonos. Y mañana este ser sabrá que es mejor colaborar con Aganos que morir. Vamos.

—Los sensores, ya sabes quien hay detrás, igual están más quemados que yo. Oye, ¿y de donde sacas esa fuerza? A ti esto te encanta, ¿verdad? Te llena de vitalidad y de garra, algo de lo que sueles carecer frecuentemente.

—Ja. El mero hecho de compararte con I ya te hace pensar en que eres mucho más fuerte y tenaz. Además, me encantan los retos. Todavía no ha nacido clon capaz de derrotarme.

—Ni nacerá nunca. Espero.








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