Un regalito de Navidades para todos vosotros...
Con el nuevo año os voy acercando un poco más a la resolución final de esta historia... Espero poder contar con imágenes tan buenas como las del anterior capítulo...
Capítulo 3 Los Creadores
El intenso frío emanaba de los tanques de cultivo en forma de volutas de humo. Innumerables depósitos cristalinos eran drenados para que los líquidos amnióticos pudiesen fluir en dirección a sus respectivos destinos. Máquinas y servomecanismos actuaban para mantener todo el sistema en marcha. Sensores naturales y mecánicos registraban el recinto.
Las semillas ya habían sido plantadas en el interior de los tanques, ambarinos óvalos que podían albergar a un ser ya plenamente formado. Estas sofisticadas y casi artificiales esencias codificadas de un ser subhumano esperaban la señal para comenzar la ontogénesis. Sin embargo, esta vez no sería su turno. Todo el laboratorio НИОКР SD de la Imprenta Génica había encontrado un hueco para paralizar su “producción”. Tan sólo uno de los proyectos tomaría forma esta vez. Toda la atención era poca para este nuevo nacimiento.
Litros y litros de maloliente sustancia placentaria ya semicoagulada se agolparon en torno a la célula fuente. En breves instantes, la semilla recibió la orden química de replicarse y las cabezas pensantes de la Imprenta comenzaron a adquirir pautas de nerviosismo y dudas de última hora. El proyecto I ya había comenzado. I de incógnita, I de inquietud, I de inmenso, I de infinito. I de ignorancia, I de inocencia, I de interior, I de iluminación. I de integrativo.
El proceso adquirió una velocidad creciente y en breves instantes el zigoto se dividió en incontables racimos de idénticas copias. La complejidad se iba haciendo intolerable a nivel microscópico. Los Creadores supervisaban la multiplicación y como auténticos artesanos añadían y quitaban líneas de programa embriológico según habían acordado anteriormente. Esto suponía un afinado molecular que sólo tenía un propósito: conseguir al ser más perfecto para la tarea que tenían en mente.
El tiempo para alcanzar las primeras características externas de un ser humano no pasaba de unas pocas horas, lo normal en un nacimiento de cualquier ciudadano del Sistema. Durante ese tiempo los Creadores seguían interviniendo en la matriz de abigarradas formas que se iba formando. Los aparatos de intervención molecular, situados en el centro de los vectores de crecimiento, estimulaban la creación de nuevas células y las instruían, a su manera, para realizar su especial función.
Este entrenamiento celular es una tecnología moderna tremendamente extraña. Supone que los ladrillos de la vida son también capaces de adquirir nuevas destrezas, por llamarlo de algún modo. Permite también detectar a tiempo unidades defectuosas para repararlas nanométricamente. Un logro de la ciencia médica proveniente de Clonal. Sus aplicaciones son tan fértiles como la imaginación humana.
Otro de los avances que los Creadores tienen en muy alta estima es la creación de cerebros desde cero. La extraordinaria situación fisiológica del cerebro humano original siempre ha supuesto un límite a las aspiraciones de los científicos. Muchos de los especimenes más prometedores de Clonal poseen tal innovación tras las membranas craneales. Supone la síntesis de decenios enteros de avances en el campo de la fisiología cerebral. Una pieza en la que están integrados los dos lóbulos, los distintos estratos y estructuras internas, especialmente el sistema límbico y el neocortex, que tantos problemas ha supuesto siempre su lucha por el control de la mente para el bienestar humano, tanto individual como el de la especie.
El sistema nervioso, diseñado exclusivamente para el Proyecto I, acababa de ser comprobado en su estado más rudimentario. Empleando estímulos creados ad hoc se había podido determinar la extraordinaria plasticidad de su psique. Ante todo, debía ser adaptable y maleable.
Llevaba integrados los característicos protocolos de control: el cerebro mandaría respuestas bloqueantes al organismo en caso de una situación de alto riesgo, en caso de que supusiera una amenaza para sus cuidadores. Parálisis de miembros, temblor en los mismos, vista borrosa, encefalitis, hemorragias súbitas, drásticas desconexiones de conciencia, el repertorio de medidas era tan amplio como atroz, siempre a voluntad del respectivo Creador. A veces se dejaba la elección al azar, introduciendo en el complejo sistema unos algoritmos de aleatoriedad. Luego, ellos se divertían con la sorpresa del protocolo ganador, que maliciosamente activaban a placer.
A veces necesitaban la emoción del riesgo, de saber que no todo ha sido planteado de antemano por ellos mismos. ¡Malditos gusanos! Su estirpe me da náuseas, un rechazo que surge del fondo de mi ser, de lo que soy y de lo que he aprendido. Por muy rígidas que sean las normas y ejercicios del Refugio, jamás… No, no, contrapongo los dos entornos y no es correcto. O tal vez sea la gente, tal vez. El Refugio está diseñado para respetar unos valores, seguir unas órdenes que jamás se hicieron contra el individuo. Allí nuestros miedos de no poder estar a la altura no tienen razón de ser. Desde el comienzo se entendió que todo ser humano está capacitado para obtener instrucción a su nivel.
Pero, ¿cómo separar unos muros de hormigón de las personas que lo habitan? El Refugio Baikal ha sido contaminado por la corriente imperante en nuestro mundo: dominar a la naturaleza y a tus semejantes. Y como recompensa, la burla, la sonrisa de triunfador, la patada en la boca e incluso más, todo lo que la tecnología pueda ofrecer. Es decir, el control total y absoluto del hombre vencido, hasta lo más íntimo de su código desoxirribonucléico. Eso si eres clon pero, ¿cuánto se tardará en añadir a la base de datos maldita a aquellos humanos designados como no válidos? ¿Cuán lejos nos llevará la obsesión por competir?
Allí les tenía a todos, sus insensibles rostros atentos a la ristra de cifras que surgían y se escondían de la gigantesca lámina de hipervideo REOL que levitaba dos metros por encima de la mesa de juntas. No había más luz que la que provenía de los dos extremos de la pantalla. Unas treinta personas conformaban la élite de los Creadores.
En una esquina de la sala de reuniones, totalmente inmerso en sombras, estaba yo. Mi misión era, como la de otros siete guardias, la de proteger la integridad física de estos individuos así como la privacidad de sus redes. El primer objetivo era estúpido. Nadie les amenazaba. El segundo no era posible. Simplemente porque yo hice lo contrario con el subgrupo que me correspondía.
No había silencio en la sala. Tanto dentro como fuera de las líneas de comunicación, el griterío era desquiciante. Poseían toda la ilusión y el entusiasmo de unos niños frente a una enorme golosina. Unos niños mal paridos. Volví a prestar atención a lo que se mostraba por video.
—Configuración estructura ósea del nonato establecida en un 58% —era la voz del sistema regulador de la Imprenta.
Me mesé la reciente y distintiva barba de explorador con aire distraído. En la pantalla, la ampliación automática había ido revelando de dentro a fuera ciertos puntos clave de interés para los Creadores, especialmente distintas áreas del lóbulo frontal, el eje hipotálamo-hipófisis y la amígdala, entre otros. Los circuitos neuronales eran objeto de agrias discusiones en las que Lena evitaba meterse. Su cola de caballo se agitaba a un lado y a otro, a unos cinco metros de mí, mientras seguía el discurso de los contrincantes. Cada vez estaba más convencido de que ella era distinta, de que permanecía aparte. Su interés es meramente científico. ¿Qué culpa tiene de que la trayectoria de su trabajo le haya conducido a este abyecto lugar?
Más muestras de la prodigiosa riqueza de todo organismo: se estaba activando un haz de neuronas piramidales, propias del cortex cerebral. Habían pasado dos escasas horas y el bebé estaba listo para el nacimiento. Lo estaría si fuese normal, aunque para los científicos bastaba. El niño era sano y crecía según las previsiones establecidas. En dos trascendentales rotaciones el producto final, usando jerga de Creadores, sería un joven de dieciocho años totalmente preparado para la reservada tarea que se le encomendaría
El Primer Creador, un anciano que ocultaba sus escuálidos rasgos y su inconfundible mirada perdida en una escandalosa melena nívea, vociferó con ganas:
—Pues esto ha terminado. Se empezaba a hacer más largo que un año uraliano. Fíjense, fíjense cómo trata de abrirse paso a través de la malla placentaria. Esta vivo. ¡Vivo! Felicidades a todos. Pronto veremos resultados.
Los más impacientes ya estaban levantándose de sus mesas cuando ella se dirigió al Primer Creador, a Artur Chernyshev, el cual dejó entrever un gesto displicente.
—¿Qué es exactamente lo que estamos buscando? —Lena demostraba con esa pregunta su triste papel de neófita en el círculo de elegidos. Algunos de sus compañeros se sentaron, pero otros ya habían desconectado y sus ojos revisaban sus asuntos personales en un invisible tapiz.
—Si, doctora Franz, su deber en este caso está bastante diluido. No se preocupe —exclamó observando furtivamente las formas que conformaban sus pechos en el ajustado traje, como si allí residiera la razón de su cambio de actitud. Jamás hubiera pensado eso del venerable Primer Creador, un personaje que hasta me había caído simpático en mi anterior entrevista con él una rotación antes de entrar en la Imprenta. He sido demasiado ingenuo tratando de hacer distinciones—. Recibirá completa información sobre su cometido en las próximas horas. Espero que se halle lo suficientemente capacitada como para asimilar toda esa información.
Vi como Lena partía de la sala instantes después. No estaba feliz y exultante como en otras ocasiones. Ahora contemplaba a la verdadera mujer que había dentro de toda aquella idealización pacientemente tejida por mí. Y me gustaba todavía más.
Después de aquello, poco más sabría del Proyecto I de no ser por ella. Mis asignaciones me llevaban por otro camino. Funciones de escolta de personalidades no vinculadas a I, vigilancia de transportes durante la carga y descarga, prevención de filtraciones de información electrónica. Por un momento pensé que alguien había detectado mi vínculo con Prometeo. Como la vía de comunicación era unidireccional, yo pasé unas rotaciones bastante intranquilo. Imaginaba que me despedirían y entonces yo volvería derrotado a mi padre, suplicándole que levantara mi maltrecha carrera profesional. Eso nunca sucedió.
Me volví a encontrar con Lena Franz el día de mi revisión médica. Es vital que todos los que recorran los pasillos de Clonal se realicen un chequeo periódico. En los laboratorios se emplean mutágenos de amplio espectro, radiaciones letales, compuestos químicos, cepas microbióticas o virus que infectarán a indefensas “cobayas” semihumanas. Por esto, es necesario saber qué circula por la sangre de los habitantes del Centro, aparte de sangre, claro está. Y por supuesto, las revisiones en la Imprenta corren a cargo de ella. Una suerte que todavía me tiene perplejo.
Era un habitáculo lo suficientemente amplio como para llamarse habitación. Me tumbé en la camilla medicalizada e instantáneamente se puso en funcionamiento con un ronroneo. Ella me observaba desde la cabina contigua. No hacía nada, muestra de que estaba conectada al aparato, recibiendo los resultados. No duraba mucho la revisión. Debía ser resuelto si quería establecer un contacto más allá de lo estrictamente formal. Ya se estaban descorriendo las puertas. Entraba.
—Hola —no podía decir más.
—Hola —una sonrisa. ¡Tan sólo una!
—¿Cómo van mis leucocitos?
—No hay ningún problema, señor Borkovec. Puede usted salir cuando quiera.
—¿Cómo funciona esta unidad? Siempre tuve la curiosidad y nadie me lo ha sabido explicar —no era yo quien hablaba. ¿Qué estupideces estaba diciendo? Ah, la sonrisa. Un amago. Volvió su formalismo profesional.
—No hay mucho que contar. Existen multitud de sondas en esas oquedades, aquí y allí —de pronto me encontraba molesto cuando ella señalaba a escasos centímetros de mi cuerpo—. Son nanométricas, es decir, objetos diseñados para introducirse por entre los intersticios orgánicos de mucho más tamaño y poder desempeñar su labor de diagnosis o terapéutica. No alteran ningún tejido a su paso. Ni lo ha notado, ¿verdad?
—Un poco complicado si me dice que son nanométricas…, digo…, que no he notado nada, vamos.
—Usted vino con el último transporte del Refugio, ¿verdad? Es explorador, por lo que veo. Igual sabe más que yo sobre dispositivos medicalizados.
—Hmmm, je, je. Bien, me ha pillado. Es que me gusta como suena tu voz —seguía improvisando. La verdad es que en ningún momento me había planteado qué decir. Parecía que todo fluía hacia un final feliz.
—No digas tonterías que soy mayorcita. Mira, no te conozco de nada y pienso que esto debería seguir así.
—Bien. De acuerdo. Tampoco pretendía nada. Lo siento.
—Puedes irte —esta escueta frase, pronunciada en un tono claro de rechazo, sería el origen de duras jornadas en el futuro inmediato, momentos en los cuales decidiría que hubiese sido mejor no haber existido nunca, o al menos no haberla visto nunca.
Me obsesioné hasta lo indecible recreando todos mis recuerdos de ella. Examiné mi apariencia física: un hombre bajo para la media del Cuerpo de Exploración, pelo rubio cortado al uno, ojos castaños.
El problema eran mis rasgos. En Urales, y en todo el sistema, se da una extraordinaria mezcla de razas. Todas aquellas que constituían los pueblos europeos en la Tierra siguen ahora aquí. Poseo un rostro característico de mi extracción terrestre. He examinado los Archivos Centrales del SCE por medio de Reol. Soy ruso y tengo una de las morfologías faciales más vulgares y desagradables de mi raza eslava
Mi cara se sonroja continuamente debido a mi carácter sanguíneo. La nariz es ancha y mis ojos están hundidos y entrecerrados aún sin llegar al extremo de la raza oriental. Nunca he considerado especialmente mi aspecto hasta ahora. No es la primera vez que me intereso por una mujer pero allí en el Refugio te aceptan por lo que haces y no por lo que eres. Por eso tuve tan poco éxito.
En cambio ella… En ella se concentra lo más excelso de la antigua belleza escandinava. Rasgos delicadamente esculpidos, como en una estatua de los tiempos clásicos. Pómulos ligeramente sobresalientes, boca pequeña, nariz perfecta, frente prominente y una sonrisa que a mi me hace temblar. Por no hablar de sus ojos, plenos de significado, de vida y de magnetismo. La única imperfección, unas orejas excesivamente despegadas de la cabeza, para mí sólo eran un detalle de distinción, una muestra de que la belleza no consiste en el cumplimiento de un canon regular sino en la conjunción armoniosa de rasgos sumamente inusuales.
Fueron malos tiempos en los cuales mi principal mal, si es que se le puede llamar así, es que estaba enamorado. Existen soluciones para ese peculiar estado, sobre todo si interfiere con el trabajo y no se puede llevar a buen fin. Pero claro, debía revelar mi triste situación a otra persona, que no era otra que ella.
Iba a ser difícil acercarme. Los Creadores no tenían fama de escurridizos, fríos y cerrados por nada. En los nodos de Seguridad se les llamaba “peces” por esto mismo. Eso era fuera de la Sección, pero aquí dentro todos conocíamos sus itinerarios desde la zona residencial hasta los laboratorios y viceversa. Aquí no había secretos.
Una cualidad propia de los Creadores, o más bien una prohibición irrevocable, hacía referencia al estado civil de los mismos. Otro obstáculo para que los secretos custodiados en Clonal nunca lleguen a ver la luz de β Mimosa y un muro insalvable para mis aspiraciones. Ella debería renunciar a mí o a su carrera, una decisión que por el momento parecía muy sencilla.
La acumulación de evidencias hacía pensar no sólo que no me quería sino que además me odiaba. Imagino que no sería la primera vez que alguien tratase de conquistarla, incluso el propio Artur, y que por eso yo sería uno más de la lista, tal vez la gota que colma el vaso.
En tan miserable condición me encontraba que las rotaciones se me sucedían una tras otra como si yo no estuviese viviendo. No quiero pensar qué hubiese sucedido si jamás hubiese vuelto a verla, pero el caso es que lo hice. Una vez más. Y esta sería la definitiva.
Sucedería de nuevo en la enfermería. Ya había pasado casi un mes tradicional uraliano; por tanto el Proyecto I había dado comienzo. Lamentablemente yo no tenía ningún dato y Aganos estaba demasiado ocupado como para prestarme atención. Su vuelta al trabajo como Monitor le había devuelto toda la confianza en sí mismo que necesitaba. Tenía celos de él. Seguro que disfrutaba de la presencia de Lena mientras que yo debía seguir con mis aburridas visitas al almacén de carga.
Finalmente terminé decidiéndome. Ella había recordado la fecha de mi llegada. Tal vez yo le había excitado su curiosidad.
—Igual tiene algún interés en mí, aunque sea muy pequeño —me repetía constantemente. Eso me ayudó a conseguir renovadas fuerzas para el segundo intento. El escenario sería el mismo, aunque esta vez trataría de sincerarme con ella. Le iba a decir lo que sentía. Eso sería lo mejor.
Sabía de sobra cuando terminaba su jornada de trabajo en la enfermería. Alguien se iba a presentar justo en ese momento enfrente de las dependencias marcadas por la cruz roja. Alguien que tenía más miedo que cuando debía realizar los ejercicios de inmersión en agua congelada. Ese alguien era yo. Yo. Ya me veía caminando a su lado, cogidos de la mano. Demasiado bonito para ser cierto.
De repente, un día de monotonía y ociosidad se me ocurrió que podría ser mucho más fructífera una indagación en la vida de Lena que tratar de obtener información de un Monitor, aunque fuese mi amigo.
Por ello diseñé un plan improvisado en esa misma rotación. Intercambiaba a Aganos por Lena, suponiendo que al pertenecer al grupo de los Creadores la filtración sería más provechosa. Además siempre estaba presente mi propio interés. Eso era lo que había hecho decidirme. ¿Qué pensarían ellos? No tenía ninguna manera de anunciarles mi cambio de planes. Tendrían que arriesgarse. Como lo haría yo, creyendo que a Lena le repugnaba su trabajo.
Necesitaba una excusa, una razón que doblemente justificase mi presencia allí además de servir como sonda en busca de algún punto débil en su armadura. No tardé mucho en encontrarla. Apelaría a su sentido del deber, a su función asistencial y sanitaria. Eso debería funcionar.
Existía un pequeño problema: nuestro trabajo no incluía grandes riesgos, especialmente si tenemos en cuenta el exoesqueleto reglamentario. Por ello debía buscar algún medio ajeno a mi horario laboral. Existen diversos deportes practicados por los llamémosles “ciudadanos” de Clonal. Siempre en el áspero y brutal exterior, concretamente en la cercana meseta de Ucrania. Allí se reúnen centenares de personas. En concreto, exploradores que no pueden sobrevivir mucho tiempo encerrados. A mí nunca me había interesado por tratarse de una acumulación humana que me agobiaba, pero ahora me parecía incluso hasta interesante.
Por todo ello, comencé mi rotación semanal de descanso repasando la línea de acción. Engullí con celeridad mi ración en el vasto comedor iluminado por una tenue luz blanco-azulada, a semejanza de nuestro sol. Después me encaminé a los elevadores de la Sección de Transporte Planetario. Iba confundido en la masa de gente que se arremolinaba en torno a las puertas cerradas. Me empezaba a cansar de tan absurda peregrinación.
Horas más tarde, mi transporte se detuvo en suspensión electromagnética a pocos centímetros sobre el hielo. La muchedumbre buscaba sus pertenencias con desesperación. Yo había decidido no comprar nada. Sólo iba a hacerlo una vez, y no más. Otros individuos traían consigo sus esquíes a reacción, sus útiles de escalada o incluso el traje de submarinismo bajo hielo.
Salí prudentemente del vehículo. El grosor de la capa era toda una incógnita. Lamentablemente, alguien me empujó por detrás y pude comprobar la robustez del suelo con todo mi cuerpo.
Con la nariz despellejada y un enfado creciente, me alejé de esa especie de simulacro de invasión. La actividad escogida era muy sencilla, puro trabajo de exploración: caminar.
La clave de ello era que había encontrado un rincón idóneo para mi experimento. Una grieta que en el invierno uraliano estuvo rellena de nieve congelada, ahora, en plena primavera, poseía unos seis metros de profundidad con nieve fresca en el fondo, caída posiblemente la noche anterior. Los mapas climáticos, térmicos, geológicos y topológicos me daban la razón. Era el lugar ideal para simular una caída. Aunque, pensándolo bien, tan sólo hubiese bastado con tumbarse delante de aquella marea humana que se dispersaba por los alrededores.
No existía ningún desnivel entre los dos bordes. Por ello, se vería cómo en mi intención por saltar una abertura de unos tres metros para pasar al otro lado, me había caído al interior de la grieta y allí había pedido auxilio por el sistema de posicionamiento.
Eso es lo que hubiese hecho, de no ser porque en la lejanía distinguí con mi visor la huella cibernética de Lena. Me alegró más la idea de evitar la caída que el hecho de volver a verla. Marqué mi objetivo para seguirlo en la creciente niebla. Las condiciones meteorológicas nunca eran ni remotamente aceptables en Urales pero con los completos detectores de obstáculos eso no importaba. La visión electrónica era incluso más precisa que la visión orgánica, precisamente porque incluía todo tipo de radiaciones, visibles e invisibles.
No tardé más de cinco minutos en alcanzar su cuerpo tendido en un pedregal helado. Su avatar cibernético chillaba un mensaje de auxilio. Examiné primero el entorno con preocupación y después su cuerpo con exquisito cuidado. Había una pronunciada pendiente en las cercanías. Me temí lo peor. Observé el tipo de lesiones que presentaba. Contusiones y arañazos. Nada serio.
Parecía como si el golpe le hubiese hecho perder la conciencia. Entonces es que era más serio de lo que parecía. Sumé mi propia llamada de auxilio a la suya, añadiendo las condiciones en las que el accidente se había producido. Un descuido, un resbalón, penosa caída arrastrando piedras a su paso, abrasión en distintas partes del traje, posibles heridas en órganos internos, golpe fuerte final con el casco, conmoción.
Carecía del instrumental necesario. No soy médico. Sin embargo, podía detectar algún tipo de rotura ósea. A eso me dediqué precipitadamente. Tras unos segundos eternos con mi visor en rayos X, no pude encontrar ninguna fisura apreciable. Eso aliviaba mucho mi dolor.
Observé cómo la calefacción integrada en el traje seguía funcionando, ya que existía un pequeño charco de agua bajo su espalda. Salir afuera implica usar el sistema calorífico obligatorio. Lo contrario significa la muerte.
A pesar de eso, se me ocurrió comprobar el nivel de “anticongelante” en su sangre. El anticongelante es un producto muy extendido en los planetas y lunas con una temperatura por debajo de los 50º C.
Su consumo, en forma de dos dosis rotacionales adaptadas a la masa corporal de cada uno, es obligatorio para todo trabajador en condiciones subcero. Se extiende por todos los fluidos corporales, impidiendo su congelación. Los efectos secundarios son relativamente escasos. Los más frecuentes, aumento de temperatura y sudoración excesiva, actúan como mecanismos de reacción corporal. Para estos efectos tenemos unos antipiréticos muy efectivos que devuelven al organismo a su temperatura adecuada de 37º C.
Afortunadamente, la protección térmica seguía intacta. La escasa sangre que manaba de sus heridas se mantenía en su estado líquido. Una aberración física, sabiendo que el frío de -70º C nos rodeaba por todas partes.
Cuando la nave de apoyo médico sobrevolaba nuestra posición, yo pensaba en la ironía de ese desagradable accidente. Me habían llegado mensajes tranquilizadores por parte de los auxiliares médicos, que habían visto la imagen de Lena que les había enviado. Un golpe con una roca le había hecho perder el conocimiento. Lo más inmediato sería detener el proceso de congelación que se había iniciado por las aberturas del acolchado uniforme de verano.
Una vez detenido el transporte se deslizó una rampa trasera mientras que dos individuos vestidos enteramente de blanco con una cruz roja central perfectamente distinguible se apresuraban a recoger el cuerpo y conectarlo a la camilla que traían. Entraba yo en el compartimento cuando los enfermeros ya habían juntado la camilla a la maquinaria de soporte vital instalada en la nave.
—¿Cómo está? —pregunté al corpulento auxiliar que operaba el sistema—. ¿Detendrán la congelación?
—No se preocupe. Apenas es suficiente la gravedad como para amortizar el uso de esta unidad —no me podía creer lo que había dicho aquel canalla. Empezaba a conocer gradualmente al tipo de persona que crea y alienta este maldito enclave. Más frío que el propio hielo. Y reaccioné como se merecía.
—Usted sabe quién es esta persona, ¿verdad?
—Una chica guapa. No hay muchas por aquí.
—Está cometiendo el mayor de los errores. Y no le culpo. Esto demuestra que el anonimato funciona bien.
—¿Crea…, creadora? —los dos técnicos se miraron con seriedad desde cada extremo del compartimento de carga.
—Ustedes mismos. Debe llegar a Clonal habiendo recibido el mejor y más delicado de los cuidados. De pasada comentaré que ésta mujer es una de las más apreciadas ayudantes del Primer Creador. Por si les interesa.
—Nos tiene a su disposición, señor… —atinó a responder el otro enfermero. Dejó de estar sentado en un banco corrido para acercarse a su compañero en la terminal médica.
—Cuando llegaron pensé que su profesionalidad estaba fuera de toda duda —esta gente necesitaba un acicate para trabajar al máximo rendimiento.
—Y lo está. Y lo está. ¡Mire! ¡Se está despertando! —expresaron su alivio al unísono.
—¿Qué me ha ocurrido? —Lena se incorporó, echando una ojeada sorprendida al conjunto de cables que la rodeaban—. He perdido el conocimiento.
—No se preocupe, señorita. En pocos minutos estaremos en el Centro Médico, donde podrán determinar su estado con mayor exactitud. Sin embargo, no debe preocuparse. Sus lesiones son muy leves.
—¿Orestes? ¿Qué ha sucedido aquí? Usted no me acompañaba.
—El azar quiso que estuviese cerca tras su caída y me acerqué a comprobar su estado. ¿Le importará si la trato de tú? —diciendo estas palabras me acercaba con un nerviosismo acechante. Sus ojos me imploraban ayuda y comprensión.
—Como quieras. Te agradezco el interés —me sonrió. No pude pensar en nada durante los siguientes segundos.
—Señorita, estamos aterrizando. Necesitamos su identificación para el procedimiento de registro —interpeló el musculoso enfermero—. No se preocupe, actuaremos con la discreción que su cargo merece —con estas últimas palabras, Lena me miró de reojo, sin ninguna emoción aparente.
—De acuerdo. Aquí tiene mi tarjeta ID. El joven que me ha ayudado está autorizado —otra mirada de reojo y una media sonrisa.
—Lo suponíamos, señorita Lena. Ahora mismo enviamos una solicitud de permiso hospitalario. Les alegrará saber que ya hemos llegado. Unas horas en observación para ver cómo curan esas heridas y a casa.
Se desplegó la rampa y la claridad artificial del hangar nos cegó los ojos por un instante. Volví a recordar el momento en que pisé por primera vez aquel entramado metálico. A veces el destino es caprichoso. Hablando en términos de ese enfermero economista diría que tan sólo ese día había amortizado todos mis desvelos y preocupaciones. Y lo mejor estaba por venir. También lo peor.
Esa mañana, y también la hora de la comida, la pasé en la Sección Médica, la subestación que proveía de primeros auxilios y atención especializada a todo Clonal. Estuve casi todo mi día de descanso con ella, algo impensable hacía tan sólo una rotación. Y eso sin lesionarme. ¡Qué idea más estúpida! Hmmm, estúpida pero a ella le resultó... Eso sería si fuese planeado, pero estaba claro que no. Se trató de un accidente.
Me explicó que había salido para cambiar de aires. El seguimiento del Proyecto I era tan tedioso y exigente que debía dedicarse algún descanso o lo terminaría pagando su estabilidad mental. Tenía ganas de hablar. Ya no era la chica cerrada y altiva que había visto en la enfermería.
Achacó su caída a un vértigo súbito que le provocó la contemplación del valle limítrofe desde la meseta de Ucrania. Se inclinó hacia la pendiente y en un segundo había perdido pie. Rodó descontroladamente hacia el fondo del valle relleno de sedimentos mezclados con la nieve. La información que yo poseía sobre aquel terreno era inexacta. No había caído suficiente nieve recientemente. Y los vientos, siempre ellos, habrían barrido gran parte de ella. Probablemente me hubiese herido de gravedad. Lena tenía rasponazos de roca helada además de las abrasiones producidas por el manto blanco.
Me recalcó que agradecía mi ayuda pero que no esperase nada más a cambio. Me imaginé estas mismas palabras oídas reposando en una cama y esperando a que soldasen unas costillas rotas. Había sucedido lo mejor, dentro de lo posible. Sin embargo, el hechizo no se había quebrado. Por el momento no era posible.
Hablamos de muchas cosas: sobre su vida en Prometeo, la luna sin planeta; sobre los primeros años de formación laboral en Laertes; sobre mis numerosas torpezas en el Refugio; sobre las prerrogativas que tiene un Creador a su alcance; y sobre todo acerca de la mejoría progresiva en su salud. No obstante, faltaban algunos detalles importantes que me podrían facilitar el acceso a su más profunda intimidad.
Empecé por un tema escabroso que me abriría a otros horizontes. Aproveché un momento de silencio para lanzarlo. Esperaba una respuesta airada pero trataría de controlarla. De todas formas, ninguna recompensa me esperaba ya al final del camino.
—Lena, he visto como el Primer Creador intenta desprestigiarte. ¿Por qué se lo permites? Llegará un día en que tú misma alcances su puesto. ¿Es que no te percatarás de tu valor hasta entonces? ¿O es que nunca llegarás siquiera a concebir esa posibilidad? —procuraba tantear con cuidado de no dañarla.
—Te estás metiendo en un asunto que no te importa en absoluto. ¿Qué te importa a ti lo que me ocurra o deje de ocurrir? ¡Es mi vida! —acto seguido, se giró para el lado opuesto de la cama, ocultándome su rostro—. ¿Me querrás dejar en paz ahora? Las medicinas que he tomado me están atontando. ¡Lárgate! Por favor.
Miré la puerta metálica por un lado y, por otro, a ese bulto con forma antropomórfica echado al lado izquierdo de la cama. Era incapaz de irme. Parecía tan necesitada de ayuda justo en aquel momento. Debía pensar con rapidez.
—Me he enamorado de ti. Ahora pensarás que es imposible enamorarse de una persona que apenas conoces. ¡Pues no! Yo te quise desde que te vi, allí en la balaustrada. He hecho algunas estupideces por ti, incluso tratar de salvarte de la congelación… —le revelé mis sentimientos con la mejor intención, pero ella me paró en seco. Asomó sus ojos por encima de la sábana, mirándome, desarmándome.
—Vamos, nadie moriría por eso. No pongas las cosas peor de lo que están. Y no me digas que me quieres. ¡Tú no sabes lo que es amar!
—¡Claro que sé lo que es! Lo estoy sintiendo ahora mismo. Quiero ayudarte pero no te dejas. Eres demasiado orgullosa. Y tú estás teniendo problemas, justo ahora. Concretamente el Proyecto I.
—¿Cómo sabes tú eso? Ese proyecto es ultra-secreto —yo me había ido acercando de nuevo a la silla y ella se incorporaba en su lecho. Estábamos justo donde yo quería. Con un poco de habilidad…
—Está claro. Eres el tipo de chica para el cual todo lo que no sea de tu “especie” no es humano. ¿Ya no te acuerdas de quien te protege en las reuniones de los Creadores? Bueno, no sé de qué te protejo, pero lo hago. Lo hago yo. Y otros cuantos guardias que para ti deben ser inexistentes. Menos que humanos. ¿No es así?
—Estás siendo demasiado injusto. Ya sé quien nos escolta. Hace mucho que te llevo viendo en la Imprenta. Lo que me sorprende es que, en teoría, los guardias no están interesados por lo que allí se cuenta. Eres el primero que conoce el nombre de algún proyecto. Está claro que eres un explorador. Tu bagaje académico está a años-luz que el de cualquiera de esos burdos tipos.
—Muchas gracias por el cumplido, pero me estás dando la razón. ¿Es así como piensas de vuestra creación? ¿Un pobre subhumano que jamás comprenderá las maquinaciones que tenéis dispuestas para él? ¿De qué os servirá esa desgraciada criatura? —al menos yo lo había intentado. Ahora dependía de ella el darme una respuesta certera.
—El Proyecto I es un verdadero desmán. Nadie me dijo el verdadero propósito de su criación.
—¿Criación? ¿Qué es eso? Soy explorador pero no llego a tanto.
—Ah, simplemente la mezcla de los dos verbos: crear y criar. Hace referencia a todo el ciclo evolutivo del clon hasta que pasa a estar disponible para su uso externo. El propio Artur me explicó sus posibilidades. Ese chico posee un don que nadie más en todo el mundo conocido ha experimentado. No sé por qué te digo todo esto. Creo que eres una buena persona. Por eso voy a confiar en ti. Tengo que compartir con alguien toda esta basura.
—Puedes estar tranquila —el que no estaba tranquilo era yo.
—Artur me lo explicó claramente. Me dijo que sólo un puñado de Creadores entiende con mediana lucidez lo que está a punto de suceder. Me habló del llamado conocimiento integrativo —puse cara de atención. Probablemente ella sabría explicar con más detalle en qué consistía esa maldita disciplina—. Ese ser que vegeta en una de nuestras celdas es la única criatura en el universo que puede sacar provecho de él. Claro está, él y sus destinatarios.
No sé si en ese momento mi faz alcanzó una palidez similar a la de Lena o abrí los ojos desmesuradamente. El caso es que ella notó que algo iba mal.
—¿Qué te ocurre, Orestes? He dicho algo que te ha sorprendido. Vamos, háblame. ¿Qué ha sido? —para arreglarlo más todavía posó con delicadeza su mano en mi rodilla izquierda.
—Nada… No, estoy mintiendo. Es que…, es que no sé si puedo confiar en ti.
—Pues yo lo estoy haciendo. ¡Podrías ser algo más agradecido! Anda, dímelo. Tú ya sabes de lo que te estoy hablando, ¿no? —me estaba destrozando toda mi compostura. Iba a decírselo. Debía confiar…, aunque algo en mi interior se negaba a abrirse a extraños.
—Yo sé demasiadas cosas para ser un simple guardia. No sé, igual es una casualidad, pero a mi también me han hablado de unos destinatarios. Debo contarles todo lo que sucede aquí en relación con ese proyecto tuyo. Aunque todavía no sé cómo ni cuándo les enviaré esa información.
—Los destinatarios no son seres humanos, Orestes. En el Proyecto I hablamos de destinatarios para referirnos al otro extremo de la línea. Resulta que el sujeto I puede entrar en contacto con unas corrientes…
—No me lo expliques. Corrientes autónomas de intelección. A eso te refieres.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo es posible? Tú has venido para examinar el Proyecto. Vienes de Prometeo. Te envía el Mayor del Consejo.
—No, no, te equivocas. Recibí un mensaje con mis últimas pertenencias de la mudanza. Si quieres, lo buscaré ahora mismo y te haré una copia. Pero antes prométeme que deberás preservarlo de miradas ajenas. Es un asunto muy delicado.
—Te lo juro. Mira, este último experimento puede suponer…
—¡Espera! Ahora entiendo. El mensaje contaba cómo este conocimiento podría poner en peligro a mis destinatarios. Yo tengo que advertirles aunque todavía no sé cómo. Creo que mis destinatarios no son los mismos que escribieron ese mensaje. Estoy sirviendo de intermediario entre un grupo del gobierno y unos destinatarios que no deben ser esas corrientes de intelección de las que hablas. Tengo que hablar con Aganos, él sabe quién es el miembro del Consejo que aprobó el espionaje de clones. En el Consejo hay gente que necesita saber de primera mano qué es lo que sucede en Clonal —estaba hablando sólo. Trataba de unir piezas mientras Lena me miraba expectante, tratando de pillar algo al vuelo—. Aganos y yo somos sus agentes improvisados. Probablemente tú también lo seas… ¿Esta sala está aislada?
—Orestes, apenas sé de lo que estás hablando. ¿Conoces al señor Enchel? ¿Cómo? Eres un guardia.
—El señor Enchel procede de Nomenclatura. Te puedo contar una historia relativamente larga acerca del origen de mi amistad con Enchel. ¿Te dije ya que soy hijo del Comandante Vladimir Borkovec? No me gusta contarlo por ahí, pero creo que es la pieza clave que necesitas para saber por qué ni soy un simple guardia y por qué alguien ha decidido usarme para entrar en Clonal. Tengo facilidades para moverme por Urales, la reputación de mi padre es bien conocida por muchos y, además, pienso que la rivalidad entre él y Desmund Zest ha sido decisiva. Sabían que cumpliría sus órdenes por simple deseo de rebeldía ante el Mayor del Consejo.
—Entonces te envía el Comandante de los Exploradores. ¿Qué tiene él que ver en todo esto?
—No me envía nadie. Recibí un mensaje, ya te lo dije. Simplemente estoy obedeciendo, por el momento. Tan sólo tengo que observar. Un espía, si lo prefieres llamar así. Me ayudarás a desvelar lo que se pretende con este proyecto, ¿no? —dije mientras contemplaba cómo otra dosis de suero goteaba hacia su brazo. Esa era la materia prima con la que las nanomáquinas ya presentes en su organismo repararían sus células dañadas. Sus edemas en brazos y piernas ya no parecían tan extendidos, gracias a un fármaco combinado T-A³ (térmico-antibiótico-antiinflamatorio-analgésico).
—Sí, claro. Pero tú tienes mucho que contar todavía.
—¿Está aislada esta sala? —volví a repetir, mirando alrededor de la cama y traté de descubrir algún aparato de detección inscrito en la pared. No parecía haber nada. La pared verdosa estaba desnuda, exceptuando una lámina de hipervideo y un dispensador de alimentos.
—Debería estar. Es el privilegio de una Creadora, además de la cama individual. Este tipo de habitaciones cuadradas no son muy frecuentes aquí. No me considero digna de tantas atenciones, principalmente porque estoy participando en la más peligrosa actividad científica que el hombre moderno pueda imaginar. Esto tendrá muchas repercusiones nefastas para todos. Me da miedo continuar. Si tú pudieses llevarme fuera de aquí… Tiraría todo mi trabajo por la borda. Podría trabajar en el Refugio. He oído hablar de la figura del explorador técnico. Tal vez pudiera…
—No adelantemos acontecimientos. Lo que tú dices es muy serio. Tienes que seguir. Debes ser testigo de lo que está sucediendo aquí. Se lo debes a la humanidad. Ese es tu trabajo —hablaba como si mi verdadero papel y el suyo en Clonal ya fuesen totalmente transparentes. En ese momento no me percataba de que era la única persona a la cual un clon le inspiraba compasión. La única preocupación de Lena se refería al riesgo de manejar algo totalmente desconocido e hipotéticamente letal para muchas personas, no a la manipulación despiadada de un ser que merecía ser humano. Sin embargo, en ciertas ocasiones también notaba un ligero sentimiento de apego y piedad hacia una criatura de la cual, en cierta medida, se sentía responsable.
—No quiero comprometerme con esta locura. ¿No lo entiendes? Están a punto de probarle —su mirada se clavó en mí con una desesperación que me afligió profundamente. Parecía a punto de llorar.
—¿Qué le va a suceder a ese pobre indefenso? —no quería hacerla sufrir, pero debía saber más.
—Es posible que muera antes de cumplir su objetivo. Es tan débil. Tiene muchos órganos gravemente limitados para aliviar al cerebro del control de las zonas que llamamos integrativas, las que le permiten ejercitar su habilidad. Es, sin duda, un inválido moribundo. No me gustaría estar en su situación.
—Pero puede hacer cosas maravillosas, ¿no?
—Sí, pero es porque nosotros no nos atrevemos a hacerlas. Pensándolo bien, él es nuestro portavoz ante fuerzas desconocidas que fácilmente identificaríamos como divinas.
—¿Pero cómo se puede hacer eso? ¿Cómo, cómo…? Es que no puedo imaginarlo sin, sin, …, sin algún tipo de tecnología, algún intercomunicador.
—Él mismo va a ser nuestro intercomunicador. Y la tecnología ya está montada… —deja unos segundos de suspense—, dentro de su cabeza. Nosotros le diseñamos aunque yo desconozco totalmente qué es lo que permite desarrollar tal facultad. Yo sólo me encargo de mantenerle con vida. Yo… Orestes, está sucediendo algo. Mi, mi cabeza. ¡No puedo concentrarme! Trato de seguir hablando pero no puedo. ¿Qué me pasa?
Era cierto. Su mirada de incredulidad se posaba sobre mí, como tratando de obtener respuestas que yo no tenía. Di intuitivamente un aviso al servicio de asistencia médica. Era extraño, porque no sucedía nada de especial. Simplemente seguía recostada contra la almohada, mirándome. Bueno, no exactamente. Ya no miraba a nadie. Sus ojos se perdían en un punto imaginario muy lejos por detrás de mí.
Me apresté a examinarle su pulso. No estaba muerta. No debía estarlo. Tan sólo no estaba allí. Su mente y su consciencia habían desaparecido sin dejar rastro. Ahora Lena era una cáscara vacía.
Dos enfermeras llegaron más tarde de lo que pensaba. “Tenía entendido que una Creadora tiene ciertos privilegios”, les exhorté en mi arrebato emocional. Me puse en pie tratando de no entorpecer su labor y pronto pude contemplar su rostro abatido y extrañado. Parecían ignorar totalmente el estado de mi acompañante. Era frustrante ver cómo su cuerpo iba adquiriendo una rigidez propia de la muerte. No había nada que pudiésemos hacer.
—Hemos oído. Son órdenes de la Imprenta Génica —parecían recibir información auditiva desde la central—. Debemos acoger a tantos Creadores en nuestras salas como sea necesario. La situación es MUY URGENTE.
—¿Qué es lo que sucede? —intercepté a una de las enfermeras, una joven con el pelo corto rizado. Sus ojos y la forma en que las arrugas marcaban su frente demostraban que se trataba de algo verdaderamente serio.
—¡Son los Creadores! Han caído uno a uno y ahora están siendo enviados a las Secciones Médicas más cercanas. Incluso se habla de muertos. ¡Es terrible, señor!
—¿Pero qué les pasa? Algo tendrán. La gente no puede morir así como así. Ella no ha hecho nada anormal.
—No, señor —exclama la otra, una más mayor con los labios prominentes y una constitución gruesa—. No están muertos. Están inertes, casi en animación suspendida.
—¿Cómo es posible?
—Señor, ¿usted cree que nosotras lo sabemos todo acerca de este sitio? —una vez más la del pelo corto castaño oscuro.
—Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Qué voy a hacer? ¿Por qué? ¿Por qué? —esto no tenía sentido. Lena me había sido brutalmente arrancada de las manos.
—Lo primero que puede hacer, señor, es comer algo. Nosotras nos encargaremos de que ella coma también, si es posible, para que cuando despierte se encuentre con fuerzas.
—Esperaré aquí, con ella. Tiene que recuperarse, tiene que hacerlo…
—Apiádese más de aquellos que no volverán. El Creador Nerluj, a unos
Yo sé quién ha hecho esto pero muchos no me creerán —dije para mis adentros—. Lástima que haya que acabar con él. Ahora lo entiendo. Es terriblemente peligroso. Si es capaz de hacer lo que ha hecho hoy sin especiales problemas, entonces es que merece la pena tenerle de mi parte o no tenerle. Aunque, teniendo presente lo que ha hecho a Lena, la segunda opción me parece magnífica. Ella era todo lo que yo amaba de este lugar. No ha sido hasta el día de hoy en que ella me ha visto como una persona digna de amor y no como un insignificante don nadie. ¡Y precisamente ahora es cuando la pierdo! ¡Maldita sea! Juro que te recuperaré, juro que sabré qué es lo que te ha sucedido. Mi amor… —repleto de lágrimas y de emoción desbordada, acerqué su cuerpo desvalido a mi pecho, acunándola como a un bebé. En ese trance permanecí un tiempo indeterminado, hasta que volvieron las enfermeras con la triste comida de hospital.
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