viernes, diciembre 15, 2006

Segundo capítulo íntegro de "Con la luz en los ojos"


Capítulo 2 Orestes Borkovec

Una vez explicado el contexto en que se desarrolla esta historia, centrémonos en los detalles. Aganos Enchel es un técnico de grado inferior, avezado compilador de metadatos en uno de los casi interminables pasillos de la Sección de Nomenclatura de los Laboratorios Clonal. Él trabaja en lo que en Urales es la disposición arquitectónica más usual para un centro de trabajo. Las razones son variadas pero la más importante se remonta a los comienzos coloniales en el planeta. Al ser éste un planeta helado y al disponer de limitadas fuentes de calor se consideró adecuado adoptar la estructuración “hormiguero” que impide la dispersión térmica y favorece el contacto humano, lo que redunda en un ambiente de trabajo desenfadado y en el que todos se sienten integrados o, por lo menos, eso es lo que piensan las autoridades.

Clonal tiene todo tipo de compartimentaciones y estructuras que se extienden a lo largo de más de dos kilómetros de ancho y trece de profundidad, pero es esta maraña de túneles y pasillos que giran en todas direcciones la seña de identidad de los laboratorios. Allí es donde una ingente tropa de técnicos como Aganos se hacen uno con sus terminales de datos y observan las empobrecidas vidas de los clones.

Entre muestras de fanfarronería ante la progresión de sus “paladines” respectivos en materias como la deglución de alimentos sólidos o el aprendizaje de las más básicas reglas de sometimiento, entre gestos de burla que apelan a la peor característica humana, el regocijo ante el dolor ajeno, entre aviesas miradas que comparten los afortunados operarios por sentirse capaces de controlar la más secreta intimidad de las “ratas de laboratorio”, entre esas miserables distracciones que forman parte de su horario laboral, los hombres como Aganos Enchel actúan con total profesionalidad siguiendo los dictados de los Creadores, en quienes reside la iniciativa y la voluntad de idear nuevas, originales y, en gran medida, sádicas manera de utilizar el potencial humano para indescriptibles fines. Estos técnicos de los pasillos se sienten Creadores a su modo, porque contribuyen a formar el carácter y constitución de los clones en base a pautas prefijadas. Ellos desarrollan la ficha génica provista por los verdaderos Creadores y a veces la hacen evolucionar hacia algo inesperado, siempre que se les permita. Se les hace llamar los Monitores.

Últimamente el equipo de Aganos ha recibido una nota informativa relativa a un proyecto de gran importancia para su futuro profesional. Diversas prioridades han sido establecidas, ocupación del setenta por ciento del tiempo de trabajo, acceso ilimitado a las memorias a medio plazo, asignación de tres horas diarias para entrar en la Imprenta Génica, zona de trabajo y residencia de los Creadores, y otras pequeñas prerrogativas, incluyendo un aumento de sueldo y un incremento en el depósito personal de combustible.

—Bueno, pero sólo por poder disponer de más combustible —me dijo Enchel hace unas rotaciones—. El resto no me supone más que trabajo y el aumento de sueldo significa que ahora pueden exigirme mucho más. Es lo que nos diferencia con los putos clones, a nosotros nos pagan.

La verdad es que el nuevo objetivo en la vida de Aganos no fue acogido con excesiva satisfacción, a pesar de que cuando fueron descubriendo las instrucciones relacionadas con el caso percibieron varios detalles que excitaron la curiosidad de estas gentes poco acostumbradas a cambios en la rutina. En primer lugar, todo dato que aludía a este nuevo personaje a punto de ser concebido en las instalaciones estaba enterrado en medidas de seguridad adaptadas a cada uno de los miembros del grupo. Estos habían firmado un contrato por el cual se comprometían a someterse a una estrecha vigilancia inadvertida para evitar que compartiesen su más que parcial información con sus compañeros de trabajo. La amenaza era despedirles del trabajo, pero ellos sabían que el verdadero riesgo que corrían es ser marginados del entero sistema empresarial β-Mimosa. En Clonal también participaban aquellos que hacían fluir la riqueza entre los planetas.

En segundo lugar, el lugar de destino del clon no era el mismo que aquel desde el que había sido solicitado. Eso era bastante habitual debido a los grandes emporios de distribución que median en las peticiones de los particulares y pequeñas empresas. Lo que se salía de los canales convencionales era que el destino fijado era exactamente la celda 34290AFSD de Clonal. Alguien parecía decidido a desaprovechar su potencial y dejarlo confinado durante toda su vida útil. Esta fue una noticia difundida a los cuatro vientos, pero se interpretó como un experimento interno dedicado a calibrar los distintos parámetros de guía del clon según los estándares actuales.

Por último, se establecían toda una serie de pruebas de adiestramiento post-cultivo totalmente distintas a lo visto desde los primeros tiempos de la colonia.

¿Y cómo un simple explorador destinado a Defensa Civil es capaz de introducirse en uno de los laboratorios más secretos en casi 140 años luz a la redonda? Precisamente por mi trabajo como guardia de Clonal y, ante todo, porque así lo quiere el Sistema Cibernético Ejecutivo residente en Prometeo, la entidad más cercana al concepto de Inteligencia Artificial que la Humanidad haya podido diseñar. Sus deseos son órdenes para todos los habitantes de este sistema, aunque dudo mucho que éstos tengan el mismo valor para todo tipo de ciudadanos. También existen otras razones de las que no puedo hablar ahora.

Este registro de mis actuaciones en Clonal debe ser protegido con la mayor de las precauciones, aunque si alguien, cualquiera, merodease en mis ficheros ocultos y encontrase únicamente mis reflexiones sobre el Proyecto Integrativo no tendría prueba alguna para condenarme porque lo que se ha plasmado aquí son tan sólo reflexiones libres que un explorador puede hacerse y en ningún momento habré revelado otra información que la ya extensamente conocida por los medios de comunicación sobre el particular. La única revelación que haré de momento es la concerniente al propio nombre del proyecto y el significado exacto de la teoría científica en la cual se basa. Se trata de una materia comprendida actualmente por menos personas de las que caben en un deslizador del Cuerpo de Exploración.

Tendré que comunicar a mis destinatarios la inmensa amenaza que supone semejante ámbito del saber para sus aspiraciones y su misma supervivencia. He de arriesgar mi propio bienestar aunque estoy seguro de que más tarde o más temprano el conocimiento integrativo también fluirá por la red Reol en compañía de otros avances tecnológicos e hipótesis científicas menos sofisticadas.

Aquí extraigo una definición aproximada de este apasionante y novedoso campo de investigación. No puedo desvelar la procedencia exacta de este enlace; tan sólo diré que, como todo el mundo imagina, una vez más la órbita de Laertes se convierte en el centro neurálgico del sistema cuando de ciencia es de lo que se habla.

Conocimiento integrativo: aquel nuevo tipo de saber distinto del conocimiento racional que se basa en la integración de distintos fragmentos percibidos en un todo con sentido. Ese procesamiento no tiene nada que ver con la deducción o la inducción sino con una especie de intuición que obtiene conocimientos de una fuente hasta ahora desconocida. Esa fuente, sin embargo, está siendo objeto de estudios profundos que determinan su origen en unos flujos de influencia presentes en todo el cosmos. Tales corrientes autónomas de intelección en estado puro están desprovistas supuestamente de toda intencionalidad y motivaciones. Se podría asemejar al inconsciente colectivo definido por Carl G. Jung, aunque con la salvedad que su origen no tiene nada que ver con lo humano y que recoge otro tipo de experiencias totalmente desconocidas a la colectividad humana.

Cuando digo que este nuevo tipo de conocimiento puede poner en peligro a mis destinatarios también amplío la advertencia a TODA la raza humana y no bromeo cuando expreso mis temores con respecto a una teoría tan abstrusa y oscura como esta. Aunque no me ha sido explicado con total precisión el daño concreto que ésta pueda causarnos, sólo indicaré que hablar de corrientes autónomas de intelección puede significar una especie de emanaciones mentales de seres que hoy por hoy el hombre es incapaz de concebir, incluso para alguien que haya sido testigo de la presencia extraterrestre en los últimos sistemas controlados por el hombre en la forma de arquitecturas ruinosas y tecnologías hace tiempo abandonadas.


Al parecer el ser humano ha estado siempre conectado a estas corrientes y ha actuado desde siempre influido de un modo u otro, en función de la diferente sensibilidad de los individuos. Aunque se dice que están desprovistas de toda intencionalidad es simplemente porque hablaríamos de una motivación ahumana de igual modo que a un ratón le resultaría imposible encontrar un propósito en un laberinto de experimentación que estuviese recorriendo.

Es simplemente algo que nos desborda. Si existe algún fin jamás podremos aprehenderlo. Ese es el aterrador peligro de este saber, la posibilidad de descubrir quién existe detrás de esas corrientes implica saber algo más sobre el origen del hombre en este universo, su destino y el significado de todas sus acciones, es empezar a poder responder a las verdaderas preguntas para las que la ciencia y la filosofía hasta ahora no han estado preparadas.

Confío en su inteligencia aunque desconozco todo sobre ellos, aquellos a quienes represento. Sé que existe, dentro de la red de poderes fácticos de este sistema, un grupúsculo que se codea con el poder y, sin embargo, no está especialmente habituado a ello, no porque no sepa lo que es, sino porque le resulta repugnante. Sé que ellos no aprueban lo que está sucediendo aquí. Por eso se pusieron en contacto conmigo, y por eso tratan de obtener información veraz, no tamizada por las tramas políticas.

¿Y cuál es el papel de Aganos, mi amigo, en esto? Él me ayudará, sin saberlo, a determinar el tipo de relación que exista entre este nuevo proyecto y la teoría del conocimiento integrativo, si es que hay alguna. Tal vez aquel mensaje que recibí con los últimos paquetes procedentes de mi vivienda en el Refugio no era más que una ristra de delirios, originados por el aburrimiento y la bebida de alta graduación. Sin embargo, mi yo interno me dice que tiene sentido. Se ha llegado muy lejos en Clonal.


¿He de explicar cómo llegué aquí? ¿Debería? Es complicado relatar cómo alcanzar Clonal. El planeador partió del Refugio con vientos favorables, lo cual es ya un síntoma de la naturaleza traicionera de este pedazo de roca. El piloto desactivó los sistemas de compensación y pasados 170 kilómetros parecía como si esta vez fuésemos a ser perdonados por la furia cortante de su exigua atmósfera.

Transcurridas dos horas de inmensidad blanca cruzada velozmente, ya empezábamos a distinguir los famosos senderos del Cuerpo de Exploración, marcados por hitos térmicos. De nuevo la civilización daba muestras de su existencia. Alguna población o yacimiento era el destino de esos surcos horadados entre paredes de tres metros.

Estábamos alcanzando el límite imaginario del meridiano Baikal cuando por fin llegamos a sentir la verdadera naturaleza de Urales. El planeador perdió la estabilidad y todos golpeamos las superficies de tan estrecho habitáculo. El piloto sonrió tras mirar con detenimiento el estado en que había quedado la cabina tras el impacto de su casco. Oprimió el botón que activaba los mecanismos de compensación y exclamó con su vozarrón:

—Este maldito planeta no sé que tiene que echa todos los aeroplanos al suelo. No sería la primera vez que un transporte se precipitase a esa cordillera, repleto de productos químicos. Os lo advierto, si os mandan alguna vez por aquí a pata decid que no. Otras rutas no las conozco pero esta es criminal.

—Clonal, menuda estupidez. Y menos mal que ya está construida. Tendríais que haber venido en los viejos tiempos…

Yo sabía ya cómo funcionaba esto. Sin embargo, el discurso del piloto para atemorizar a la tripulación que se apiñaba detrás pareció tener su efecto en algún civil que escuchaba con atención.

—… No me gusta hacer de guía turístico pero si miráis por el video podréis apreciar un montículo muy especial. ¡Es histórico! ¿Sabíais? Esa es la chatarra cubierta por la nieve del primer transporte pesado, clase Testudo, que encalló por estas tierras. Ese se dejó allí pero otros se han reconvertido en material de construcción para las reservas. ¡Ah, las reservas! No existen. ¿Sabíais? En esta ruta no se llegan a ver pero… me han hablado de ellas. A mí, personalmente, me importa poco lo que hagan con los clones. ¡Que no traten de engañarme, demonios! ¿A mí que más me da si sé que existen? No vamos a ir a visitarlos, eso seguro. ¡Ja, ja, ja, ja!

Tras esa muestra de escasa sensibilidad, imperante a lo largo y ancho de los mundos habitados, el piloto se calló ya que comenzaba el descenso. Las instalaciones estaban allí abajo, en algún lugar tras las estribaciones montañosas de la cordillera Neva. El peculiar paisaje quebrado y neblinoso no daba muestras de haber sido modificado artificialmente. Y, sin embargo, pronto percibimos un promontorio allanado en su cima. Los montes jóvenes de su alrededor le delataban.


El planeador empleó su sistema de aterrizaje vertical. Violentos torbellinos y celliscas de nieve se originaban a nuestro alrededor pero en ningún momento perdió la nave su horizontalidad. El piloto automático ya se había puesto en contacto con el controlador de la base y, por tanto, el de carne y hueso ya podía estar tranquilo.

Camufladas compuertas que conducían al hangar se deslizaron por el suelo de la meseta. Un edificio rectangular semejante a un bunker y una antena adosada a la pared del promontorio eran el único signo de presencia humana en el exterior.

Una vez dentro del hangar, nevado por la última entrada, pudimos recoger nuestro equipaje y emprender la marcha. Los civiles se desperdigaron pronto por las distintas puertas del recinto. En cambio, el reducido grupo de exploradores y yo nos quedamos inmóviles junto a la rampa de descenso.

¿Cuál era el motivo de tal indecisión? En primer lugar, que el hangar era tremendamente similar al del Refugio. Por mi parte, esperaba un pequeño laboratorio de experimentación. Aunque, bien pensado, no veo razón por la cual una “fábrica” que surte de mano de obra a todo el sistema debería ser de reducidas dimensiones.

Por mi parte ese era un motivo y quizás fuese el único para los demás. Aunque en mi caso hubo más razones. Una, en concreto.

El hangar estaba vacío, según el criterio de Clonal; trece naves pequeñas de carga, dos medianas y la nuestra. La mayor parte del personal era de mantenimiento y rodeaban las naves con afán inquisidor. En la balaustrada que rodeaba el espacio adjudicado a los vehículos reposaban sus codos un grupo reducido de investigadores. Su característico traje blanco-verdoso, similar en lo demás al traje de interior del explorador, refulgía con los focos adosados al techo.


Sinceramente, en ese momento no existía otro lugar… ni otra persona. Estaba apartada a medio metro del grupo, como esperando el resultado de la charla de sus compañeros. Y de pronto, me miró.

Estatura baja para los cánones de Urales, pelo castaño recogido ordenadamente, mirada de escarcha con esos ojos marrones y un rostro maduro y severo. Apoyaba sus manos sobre la barra de acero como si todo lo que hubiese debajo fuese suyo. Y así era, al menos con respecto a mí.

Tras la conmoción, adopté la actitud de sorpresa ante lo que me rodeaba, aunque sin mirar a la balaustrada. Sentía una enorme presión por volver a verla pero entonces una delegación se acercó a nosotros y alguien habló:

—Bienvenidos seáis a las instalaciones sistémicas de Clonal. Os habla su Director General, Laos Eigling. Vuestro trabajo en este mi hogar será sencillo. Formáis parte del nuevo escuadrón de Defensa Civil, creado con el doble propósito de proteger a los civiles que trabajan aquí así como evitar que los sujetos de experimentación adquieran hábitos poco deseables —exclamó el hombre que lideraba el grupo. Era y es, sin duda, un personaje extraño. Llevaba un uniforme negro con dos rayas azules por debajo de los hombros. Su rostro, bien delineado por la arquitectura celular, era tan anodino como el de un robot. Sin expresiones, sin gestos, sin alma. Corría un rumor en el Refugio que describía cómo, para evitar cualquier tipo de escrúpulos en un cargo tan sensible, se había adiestrado a un humano artificial para encargarse de Clonal.

El hombre continuó, indicando que le acompañásemos:

—Como sabéis, existen ciertas irregularidades en vuestro refugio que aquí en Clonal y, por tanto, en Prometeo son mal vistas. Me refiero, cómo no, a la participación de miembros de vuestro cuerpo en el robo de sujetos de experimentación de tipo TC. Ellos hablan de liberación y patrañas varias. Yo sé que lo que tratan de hacer es coger a nuestros mejores especímenes, quitarles sus señales identificativas y emplearlos para su propio beneficio. Esto es una atrocidad. ¿Es que no saben que esas criaturas no pueden vivir sin la supervisión de nuestro Centro?

—Bien, vuestra tarea es sencilla: impedírselo. Habéis sido escogidos de entre los más leales y, digámoslo así, dóciles, de entre aquel nido de víboras del que venís. Como bien sabéis, este trabajo ya no está sometido a disciplina militar. El propio nombre lo indica. Defensa Civil. Sois una élite de guardia privada. MI guardia. Quienquiera volver a su cuerpo todavía está a tiempo de delatarse. Aquí lidiaréis con problemas REALES. No creáis que venís para libraros de la disciplina castrense. Que cobréis más no significa que viváis mejor.

—Seréis repartidos por toda la red de reservas del planeta y aquellos más aptos que paséis nuestra prueba de ingreso, entraréis en un mundo aparte. MI mundo. Y en mi mundo yo impongo las reglas… y las penas. Sabed que en Clonal la guardia se multiplica por diez y que cualquier fallo también se decuplica. Tenedlo muy en cuenta. Os va la vida en ello.

Después del típico discurso aleccionador se dispuso a mostrarnos a sus acompañantes. Eran tres jefes, las tres fuerzas vivas de Clonal: el jefe de Creadores, el jefe de Monitores y el jefe de Protectores. Su misión queda bastante clara con lo expuesto anteriormente. Ni qué decir tiene que nuestro jefe iba a ser éste último.

La visita relámpago de las zonas más fotogénicas de este subterráneo tan poco acogedor duró unas dos horas. Eigling no aguantó ni dos minutos. Desapareció por uno de los corredores, no sin antes excusarse por el exceso de trabajo. Sus subordinados explicaron con desgana su función y responsabilidades, especialmente en lo que se relacionaba con nuestra labor. Para cuando llegamos a nuestros barracones ya había olvidado por completo a la investigadora. Hasta que cerré la puerta del baño.

A la rotación siguiente fui integrado en mi pequeño equipo. Un conjunto de veinte hombres dormíamos apiñados en una de esas madrigueras típicas de Clonal. No todos eran exploradores. Ni siquiera un cincuenta por ciento. Habitualmente se recluta a toda esta gente de lugares tan penosos como las explotaciones auríferas de la EACO en Ragshnur. Para ellos es un paso adelante y para sus empleadores supone tener a monstruos criminales a su disposición, que no rechistarán a la hora de ejecutar cualquier orden, por bárbara o sádica que parezca.

La tripulación de la nave de transporte había sido dispersada por toda la instalación. Escasos cincuenta hombres y mujeres que se preparaban para la prueba que les adjudicaría su destino. Todos sabíamos en qué consistía, sólo que nadie conocía la respuesta correcta. Era una exploración mental pero el patrón buscado nunca era el mismo. Se decía que eran elegidos por otros medios y que pasar la prueba era, a su vez, una prueba. Los exploradores veteranos no sabían qué decir a los más jóvenes.

En cuanto a mis preferencias por un sitio u otro, yo prefería las reservas. Lo consideraba más un trabajo de explorador que esto. Proteger el perímetro de un campamento perdido en medio de ninguna parte, prepararse para el invierno, escoltar los vehículos de suministros, capturar presos fugados (si es que verdaderamente existía esa opción), es el tipo de misiones para las que yo había nacido. No para angustiarme recorriendo los vericuetos de un laberinto del horror, no para actuar de espía para intereses desconocidos, no para servir de peón para un ser inhumano y su cuadrilla de torturadores.

¿Cómo se produjo mi contacto con Aganos? De manera inesperada. Este hombre no siempre trabajó en Nomenclatura. Fue degradado por mi culpa. Por suerte ahora ha recibido este nuevo encargo y tal vez pueda volver a ser el de antes. Aunque, intuyendo lo que van a hacer con ese pobre nonato, preferiría que siguiese adjudicando nombres.

Siguiendo con la historia, antes Enchel había sido un importante Monitor. Demasiado bueno, para mi gusto, pero excelente para Eigling. Mientras que los Creadores dominan el vector herencia, los Monitores se encargan del vector ambiente. Aganos siempre ha sabido desafiar a los Creadores y era uno de los pocos escogidos que podían imprimir su originalidad en la carne de un clon. Eso aquí es un honor.

Sin embargo, llegó un día infausto en el que toda esa vida coronada por el éxito desapareció envuelta en volutas de humo. Yo no le conocía. Fue ese mismo día de la desgracia, unas horas después.

Al principio, mi tarea era sencilla. Patrullar por todo el perímetro de la base, nivel tras nivel, hasta llegar al hangar, arriba del todo. Informe a la central y vuelta a empezar.

Sucedió junto a las cristaleras que delimitan el área de Rehabilitación Física. A esta zona llegan todos aquellos clones que han recibido algún tipo de castigo o lesión, pero que deben estar en perfectas condiciones para su entrega a los clientes que los demandaron. Se puede percibir claramente la hipocresía reinante por aquí.

El relato de los hechos es sencillo. Yo hacía mi ronda por el exterior, por el pasillo anexo. Aganos estaba entrando en la zona por la puerta automática, a unos ocho metros delante de mí. Le acompañaba un guardia a sus espaldas, el cual dirigía una camilla medicalizada. Una sabana tapizada de cables cubría un bulto informe.

Mi deber como guardia de Defensa Civil se convertía en un imperativo en este lugar, la obligación de impedir la salida de elementos no incluidos en el listado de revisión. Este documento lo elaboraban los Monitores y era autorizado por las altas instancias. Quien no estuviese presente allí no podría acudir a la rehabilitación, paso obligatorio para la salida de los clones, y por tanto no sería transferido al cliente.

Enseguida percibí, gracias a mi instrucción, que de algo debía servir, que esa camilla no estaba suministrando medicamentos al paciente. Los tubos de las sondas estaban vacíos. Con un mero acto reflejo, di el alto a aquel pequeño técnico, totalmente calvo y con unos ojos saltones pero afables.

—Disculpe las molestias, señor, pero debo examinar a su paciente —exclamé tratando de parecer irritado.

El guardia dejó la camilla a un lado, dio un tímido paso adelante y tartamudeó.

—Hemos llegado a Rehabilitación, señor Enchel. Mi trabajo ha terminado. Le, le dejo en buenas manos —mientras oía esto, observaba también cómo una mueca de disgusto iba apareciendo en el rostro de Aganos. Sin duda, aquí había algo raro. El guardia le estaba dejando en la estacada al extrañado Monitor.

—¡No se mueva, por favor! Ayúdeme a descubrir al paciente —estaba claro que no se me iba a escapar ninguno de los dos. Desenfundé mi proyector al tiempo que solicitaba apoyo por el circuito cerrado de Clonal.

—¡Usted! ¿Se puede saber qué pretende? —aunque había conseguido parar en seco al azorado escolta, Aganos trataba de continuar con la camilla como si yo no existiese. Al ver que iba en serio se paró delante de las puertas cristalinas de Rehabilitación. De reojo pude contemplar cómo del otro lado venían corriendo dos de mis compañeros.

—¡No sé cómo se quita esto! ¡Hágalo usted! —el entrelazado de cables, tubos y automatismos que aparecían y desaparecían de partes de la sábana y de la propia camilla, me hacía imposible la tarea de revelar al paciente.


Agitados y temblorosos, entre los dos accionaron algún tipo de mecanismo y, sorprendentemente, en unos diez segundos apareció el cadáver. Porque eso es lo que era. Un clon de categoría inferior, totalmente carente de pelo, con una tonalidad grisácea en la piel. Parecía haber muerto hace poco, por las miradas de sorpresa de los dos hombres.

Aganos se precipitó a una especie de panel que sobresalía al lado derecho de la camilla. No le

importó ni que yo le estuviese apuntando ni el hecho de que mis compañeros ya atravesaban las

puertas. Tras un chequeo acelerado en el aparato, gritó con pavor:

—¡Está muerto! Sus constantes están a cero. Era un riesgo que debíamos correr —los dos hombres se miraron. Había pesar en sus miradas.

—Necesito que me expliquen lo que estaban haciendo con este desecho —en ese instante mis compañeros ya estaban junto a mí, tratando de enterarse de lo sucedido.

—Está bien, se acabó. Estamos acabados... Tan sólo tratábamos de salvar la vida de esta unidad. ¡Usted es responsable, con su actitud, de todo esto! Y ahora, ¡lárguese! Pero antes, déjeme registrar su número de identificación. ¡Sus superiores sabrán de esto! —reconozco que lo pasé mal por un breve lapso de tiempo.

—El aparato de mantenimiento no estaba conectado. ¡Los tubos estaban vacíos! ¿A quién trata de engañar? Ah, y usted no es un guardia. No puedo contactar con su sistema de posicionamiento.

—Hmmm, no funciona. Debe ser algún tipo de interferencia con los sistemas de seguridad. Ayer...

—¡No nos cuente estupideces! Están detenidos ustedes dos. Acompáñenos a la sección de Seguridad —uno de mis compañeros, un hombre con aspecto amenazador y de mayor rango que el mío, se adelantó sacando sus esposas magnéticas.

—¡Este ser estaba en muy mal estado! Necesitaba atención médica y gracias a la actuación de su hombre ha muerto —ahora era Aganos quién hablaba—. Los tubos estaban vacíos... Oh, entonces murió antes de su intervención. ¡Maldita sea! Tiene suerte, no le denunciaremos. Ahora lárguense. Iremos a la incineradora.

—Parece que encaja. De acuerdo, pueden ustedes irse... —el guardia de nivel tres, rango adjudicado tanto por méritos como por antigüedad, parecía tranquilo y dispuesto a marcharse.

—¿Es que no va a hacer nada más? —interrumpí su despedida con la desesperación del que deja escapar su presa—. El guardia no lleva consigo el sistema obligatorio de posicionamiento.

—No me ha dejado acabar, Borkovec. Tiene prisa por mostrarnos sus habilidades, ¿eh? Sea paciente. ¿No es eso lo que le enseñaron en el Refugio? Con respecto a ustedes, váyanse. Les escoltaremos hasta la incineradora. Nos aseguraremos de que ese cadáver sea eliminado para así atajar posibles focos de infección. ¿No es así, señor...?

—Aganos, eh..., Aganos Enchel. Lo puede ver en la base de datos. Monitor de primera clase, área SD8. Yo me ocupo de la tarea. No me gustaría que dejasen de cumplir sus obligaciones por algo tan nimio. Pueden irse, gracias —el nerviosismo del técnico volvió a brotar. Sus manos, que se agarraban a la camilla, temblaban descontroladamente.

—No, no, no, no. No se hable más. Les acompañamos.

Nos pusimos en marcha en dirección a la zona de tratamiento de desechos. Allí se procesan por separado material de laboratorio, láminas de aislamiento, cristales rotos, clones, ese tipo de cosas. A medida que nos acercábamos sentía cómo el técnico iba entrando en un estado de nerviosismo mayor. Cuando llegamos ante las cintas transportadoras que entraban en el gigantesco horno de fusión, ya nadie ignoraba lo que le ocurría.

Ya sentía las ardientes vaharadas que procedían del núcleo mismo del horno cuando supe lo que en verdad estaba ocurriendo. En el momento en que mi superior dijo esto, yo ya lo sabía:

—Bien, y ahora dejen que los operarios del horno conduzcan el cadáver a su eliminación...

Tras unos incómodos segundos:

—No me lo permitirán, ¿verdad? Ese clon no ha muerto. Ustedes saben la pena estipulada por robar material sistémico, ¿no es así? “Su tonalidad gris hace de él un perfecto camaleón catatónico” He mirado en la plantilla de clones mientras veníamos. Conozco todas sus especificaciones. Le hubiese hecho quemar de no ser por la importancia que este Centro les ha dado a este tipo de seres.

—Usted no es un guardia, como bien dijo Borkovec. Entrégueme su visor y su arma. No haga tonterías, usted no sabe usarla. Su pena se incrementará al haber suplantado a uno de nosotros. Le aseguro que, sea quien sea, usted será despedido, eso sí, tras el pertinente formateo de datos.

Todavía recuerdo los rostros de los dos ladrones en aquel momento. Aganos se tapaba la cara con las manos y lloraba desconsoladamente. El falso guardia en realidad era un técnico joven pero lleno de arrugas y ojeras, fruto de muchas preocupaciones y noches en vela. Me miraba como si quisiese estrangularme, mientras era despojado de su arma, casco, y del uniforme reglamentario de guardia, un exoesqueleto ligero de camuflaje ártico.

Nadie sabía lo que significaba esa última palabra pero, al parecer, ahora se refiere al tipo de condiciones meteorológicas que tenemos que enfrentar en este planeta. Fue costumbre aquí que las penas graves se pagasen enviando desnudo al infractor a un lugar cercano al cinturón de reservas. Si conseguía llegar, algo realmente infrecuente, sería expulsado del planeta y si no, la pena habría sido cumplida. Ahora sólo se les expulsa, no sin antes realizar el acto ritual de desnudarles en público. No es nada religioso, simplemente significa que esa persona ha muerto para los demás miembros de Clonal y que nunca más volverá.

Aganos también fue despojado de sus vestiduras. Los dos fueron conducidos a las dependencias de Seguridad. Se me encargó la responsabilidad de interrogarle, no sin antes advertirme de dos cosas.

En primer lugar, que Enchel era una pieza importante en el engranaje de Clonal y que no sería expulsado. Debía sacarle suficiente información pero con suavidad, con el fin de encontrar a otro responsable. Los casos similares a este tenían siempre a un cliente externo deseoso por conseguir unidades experimentales no disponibles para la venta.

En segundo lugar, mi superior inmediato, sargento de nivel cuatro de la sección H, Mijail Valerian, me felicitó efusivamente al saber de mi “hazaña”, en sus propias palabras.

—¡Sabía que pronto nos demostrarías tu capacidad! Tu padre, el comandante Vladimir Borkovec, estará orgulloso. Esta misma tarde enviaremos un mensaje urgente al Refugio para comunicárselo —mi corpulento y barbudo superior también había sido explorador en otro tiempo, en el cual trabó amistad con mi padre.

—No me gustaría que hablase de mi padre aquí, por favor.

Estábamos prácticamente en el centro de un núcleo de Seguridad. Sin compartimentos, sin secretos, la sala rectangular de unos 20 x 10 estaba atestada de guardias sentados tras sus mesas metálicas o de pie o dirigiéndose a cualquiera de los cuatro puntos cardinales. Clonal posee innumerables núcleos de Seguridad, los cuales están situados estratégicamente en zonas que acogen numerosos corredores radiales. No existe un centro excepto la oficina privada del Director o la Imprenta Génica.

Fuimos a una de las salas de interrogación. Normalmente no se usaban mucho. Yo no quería que todo el mundo supiese que yo era hijo del Comandante en Jefe de los Cuerpos de Exploración en Urales. Bastante difícil era ya dar explicaciones de mi apellido a mis compañeros más cercanos, sobre todo cuando sabían que yo había elegido mi destino. Ellos no tuvieron elección.

Valerian me habló de mi obcecación por conocer Clonal. Dijo que no era un trabajo para nosotros, que si continuaba terminaría como él, aburrido y cansado de la vida subterránea.

—Aquí no hay permisos. La disponibilidad es total. Ya sabes que no hay especiales problemas por aquí, pero cuando los hay, son serios. ¿Crees que el caso que has abierto tú es fácil de resolver? Has hecho lo que debías pero no creas que esto terminará aquí. Has detectado una falla en el casi perfecto sistema de seguridad de este Centro. Hablamos de Aganos Enchel nada menos, un técnico al que se le ha dejado hacer, hasta que ha terminado traicionándonos.

—¿Sabías que hasta los técnicos de primera categoría son monitorizados? Lo hacemos nosotros. Pues bien, Aganos no. Él y un puñado escaso de Monitores, además de los Creadores, claro está.

—Este robo supondrá un antes y un después en relación a todo ese favoritismo. El equilibrio entre las distintas fuerzas, los Creadores, los Monitores y los Protectores, es vital para seguir cumpliendo la misión que nos encomendó el Consejo de Prometeo y, por tanto, todos los habitantes de este sistema. Si nosotros no podemos cumplir nuestro papel regulador, entonces esto se convertirá en el patio de recreo particular de Eigling y todos sus “amigos”. De hecho, ya se ha convertido en eso. Lo fue desde la fundación pero contábamos con la intervención del SCE (Sistema Cibernético Ejecutivo), que favoreció la entrada de los exploradores en la ecuación.

—¿Y quién obedece los dictámenes de la IA sistémica? Nadie. Es usada únicamente tan sólo para legitimar medidas ya de por sí populares —cuestioné acordándome de las largas conversaciones con mi padre sobre el tema.

—Cierto, pero yo creo que su potencial no debería ignorarse. Tal vez alguna vez seremos gobernados por él. Sólo es necesario algo de valentía por parte de las autoridades de Prometeo, algo de lo que, por desgracia, hoy carecemos.

—Acabo de recibir un mensaje, Orestes. Aganos espera en la sala siete. ¡Mucha suerte! Recuerda. Nos interesa el cliente. Al Monitor no le podemos tocar.

Esas escasas horas con Enchel me condujeron a la certeza de que no existía robo alguno. Me explicó su plan detalladamente, así como sus varias ramificaciones en caso de que algo surgiese mal, principalmente hacer pasar por muerto a algo que no lo estaba.

Su motivación primaria, muy inteligentemente dispuesta, de no ser por ciertos vacíos lógicos, hacía alusión a que el robo formaba parte del programa de los dos Monitores para esa unidad en concreto. Se trataba de incluir en Rehabilitación a un clon vivo y comprobar el grado de camuflaje exhibido. Sin embargo, no debía ser incluido en la lista de revisión para contar con el factor sorpresa. Parecía que el técnico no sabía que nadie puede entrar en Rehabilitación sin estar incluido en la lista. Algo bastante incomprensible.

También estaba el hecho de que esta explicación se contradecía con la que primero expusieron, que la unidad debía ser curada porque había recibido graves lesiones. En ningún momento comentó quién lo había hecho y cómo se habían realizado esas heridas.

Pronto, y tras ver que su argumentación no se sostenía por ningún lado, Aganos se derrumbó. Mi trabajo parecía simplificarse por momentos, Parecía que iba a revelarme ya sus verdaderas motivaciones, cuando me sorprendió con una pregunta:

—Veo, por su insignia azul, que usted proviene del Refugio. ¿No es así? —sus ojos se movían, registrando mi rostro, evaluándome.

—Sí, pero estamos hablando de usted.

—Hace poco tiempo que lleva con nosotros... —era como si estuviese él mismo haciéndose la pregunta.

—Qué observador —contesté en plan de broma.

—... y por tanto conoce pocas de nuestras costumbres. Me pregunto cómo reaccionará si le revelo algún que otro secreto.

—Esperaba que sería juicioso —ya me frotaba las manos esperando su declaración.

—Necesito que aísle esta cámara de inmediato. Me gustaría contárselo sólo a usted.

—No hay problema. Estamos solos —le tranquilicé.

—¡Y una mierda! Hablo en serio. Necesito privacidad... O no hablaré.

—De acuerdo. Usted gana —me dirigí al panel abatible que reposaba en la pared opuesta a la entrada. Necesitaba un accionamiento manual como medida de seguridad.

—Cuando quiera —me arrellané cómodamente en la butaca aunque puse mi mano cerca del proyector. Ahora estábamos aislados.

—Excelente. Tengo mucho que contarle pero esto no debe salir de esta sala. ¿Entendido?

—De acuerdo. Hable cuando y cuanto quiera.

—Algunos de ustedes, los exploradores, han formado una organización aparte, destinada a atacar aisladas reservas y llevarse toda la mercancía disponible, clones capaces y bien entrenados en relativa libertad que servirán a sus fines con total docilidad. Sus asaltos se han terminado convirtiendo en un quebradero de cabeza aquí y nosotros lo estamos pagando. Por eso, muchos de nosotros hemos decidido hacer lo mismo.

—¿Es esa la razón por la que han paseado a un clon por nuestras instalaciones? ¿Lo querían para ustedes? ¿Y cómo pretendían conseguirlo? Ha arriesgado toda su carrera profesional por un ataque de celos. Es inconcebible —lo extraordinario del caso me estaba haciendo reír. Traté de disimularlo con gran esfuerzo.

—Son muchos años de nuestra vida malgastados en proyectos únicos que en cuestión de segundos se volatilizan por culpa de su mal entendido deseo de libertad —Aganos estaba a punto de perder la calma.

—¿Me está culpando a mí? ¿Cree que estaría aquí si perteneciese a esa organización de la que habla?

—No, no es usted. Pensé que me entendería, que escucharía mi dilema. Estoy en una situación complicada. Por culpa de una estupidez estoy a punto de tirar mi carrera por la nieve pero, por otro lado, veo que esto puede ser importante para que se replanteen nuestras medidas defensivas ante robos indiscriminados. ¿No cree que he arriesgado demasiado? —el Monitor me miraba con los ojos llorosos, esperando mi respuesta.

—Pues sí. ¿Para qué lo vamos a negar? Pero usted no se preocupe. Es un hombre de prestigio. Seguirá aquí, ya lo verá. Una cosa de lo que me ha dicho me ha chocado especialmente. ¿A dónde llevaban a esa unidad? —yo no estaba dispuesto a dejarme vencer. Aganos no había parado de mentir desde que le había dado el alto. No tenía razones para pensar que ahora fuese a cambiar.

—En primer lugar, mi colega trataría de provocar una interferencia electrónica para evitar que consultasen la lista en Rehabilitación. Luego, yo trataría de hacer valer mi fama y el personal de la zona me dejaría pasar a menos que detectase la supuesta muerte del clon, un engaño especialmente útil hasta ese momento.

—En Destinos tenía marcado un plan de ruta hacia Perm. Los revisores de esa sección ya sabían que mi unidad necesitaría cuidados médicos por el camino. Me despediría del falso guardia y tomaría un transporte privado hacia la capital. Gastaría mi tiempo libre en contactar con un cliente especial, muy interesado en mis trabajos...

—¿Cuál es el nombre de ese cliente? —aquí ya tendría algo a lo que agarrarme. Por fin, una prueba.

—Me gustaría que alguien contactase con él. No me interesa quedar mal ante personas tan importantes —un débil sonrisilla acudió a sus finos labios.

—Dígame cómo se llama y dónde puedo encontrarle.

—Su nombre es Carlos Merino. Me parece que ya sabe dónde encontrarle.

—¡El Mayor de Urales! ¿Y por qué no sigue los procedimientos convencionales? Ahora tendrán que investigarle —el delito que yo había desenterrado empezaba a adquirir dimensiones extraordinarias. Me quedaba grande.

—¡Ya le he dicho! Fue una prueba. Evaluamos la seguridad en el interior del Centro. De no ser por usted, tal vez hubiésemos podido llegar a Perm.


—Y usted lucrarse con el intercambio. No es cierto? —empezaba a ver algo de verdad en toda esa maraña de mentiras y falsas verdades.

—El Mayor Planetario necesita adquirir clones sin pasar por la supervisión de Eigling. ¿Es tan difícil de entender?

—Pues sí. ¿Qué se propone?

—¿Seguimos hablando en total y absoluta privacidad? Esto no puede salir de aquí. ¿Lo entiende? Yo sufriré cualquier pena pero no pagaré por lo que he hecho. Repito, no debe contar a nadie lo que me ha llevado realmente a robar aquel ser.

—¿Y qué es lo que usted ha hecho? Aparte de robar un clon, claro está —el Monitor me lo estaba poniendo fácil.

—Aparte de tratar lucrarme, como usted bien dice, he participado en un intento de espionaje tecnológico —tras desvelarme su último secreto, Aganos respira aliviado.

—¡Espionaje! ¿Y está implicado el Mayor Merino? ¡Imposible! —a este hombre ya no sabía cómo interpretarle. La extravagancia de lo que me relataba era demasiado para mí.

—¡Maldita sea! No trate de obligarme a explicar algo que no entiendo. Hay facciones en liza dentro del propio gobierno sistémico que quieren cerciorarse de qué es lo que se investiga en Clonal. Temo que Eigling no sea demasiado comunicativo al respecto. Por eso alguien, con la autoridad del propio Merino y mi inestimable ayuda, ha tratado, sin éxito, de determinar en qué se gastan aquí el erario público. Ese clon forma parte de uno de los más ambiciosos y desafiantes proyectos que se realizaron la translación (año) pasada. Ahora se están barajando ideas impensables. Aquí el futuro se hace presente y en Prometeo quieren estar enterados. Es todo lo que sé.


—¿Y quiere que todo esto pase desapercibido? No sabe lo que dice. Mis superiores han de saber sobre ello...

—Esto es un asunto político. ¿A quién sirve usted? ¿A un hombre avieso y manipulador que está haciendo de este lugar su feudo particular? ¿O al Consejo de Prometeo, que es quién ha promovido el establecimiento de los exploradores en este planeta? La decisión debería ser fácil —hasta ahora, Enchel había adoptado una postura a la defensiva, propia de alguien inseguro y confuso. Sin embargo, ahora se erguía en la ergonómica silla y ponía las manos sobre los bordes de la mesa con afán posesivo.

—Y lo es. De acuerdo, usted gana. ¿Y qué podemos hacer ahora? —nombrar al Consejo había supuesto mi jaque mate.

Me empezaba a preguntar lo que pintaba yo en un asunto de tal trascendencia. Estaba sujeto por mi lealtad al Consejo según los estatutos de mi Cuerpo y sin embargo... Esto no debía ser permitido, pero un movimiento encubierto del gobierno seguía teniendo la misma legitimidad, sobre todo proviniendo de donde provenía. Aunque... Aganos había hablado de facciones en liza. Algo así no se había visto nunca o quizás es que no se nos había permitido verlo.

—Ahora debe usted tomar por cierto el caso del robo, No teníamos un plan definido. El cliente a quien venderíamos la mercancía es EACO Ragshnur. Concretamente, la empresa que dirige Francis Averbach. Es mentira, aunque sabemos con certeza que existe un tráfico no registrado entre Clonal y el Consorcio EACO. Si existe un mercado negro de clones, quien se beneficia antes que nadie es la EACO.


—¡Pero aquí entran todos los grandes nombres del Sistema! Eigling, Carlos Merino, Francis Averbach... Me imagino que Desmund Zest estará enterado de todo esto. Él puso a Laos.

—Claro, aunque el Mayor del Consejo de Prometeo no es quien aprobó este espionaje.

—¿Otro miembro del Consejo? ¿Quién?

—No me está permitido decirlo, ni siquiera a usted.

—Si me ha contado todo lo anterior, ¿por qué detenerse ahora? Tampoco hay muchos miembros.

—Sólo debo decir que la iniciativa no es legítima, en tanto en cuanto no ha sido aprobada por todo el Consejo. Y sin embargo, estamos actuando en favor de todo el Sistema.

—Pero entonces ándese con cuidado. Usted es responsable de un delito de alta traición.

—No se crea todas las estupideces que se cuentan por ahí. El Consejo ha aprobado incontables iniciativas sin obtener la mayoría necesaria, especialmente debido a la influencia de Desmund Zest, el fundador del Consejo. ¿Qué ocurre? ¿Cuándo no es Zest quien incumple las normas entonces es alta traición? —los músculos de la frente del Monitor se tensan fruto de su súbito enfado.

—Usted no se preocupe. No me meteré en las luchas por el poder de ese intrigante Todo lo que perjudique a Zest va a favor de mis intereses. ¿Quiere que le relate lo que ocurrió en mi primer, y espero que último, encuentro con ese personaje?

—Estaré encantado de que me lo cuente; como amigo, no como interrogador —me recompensó con otra de sus incipientes sonrisas al haber tratado de calmar la situación.

—Tendré que remontarme a mi adolescencia, hace ya unos veinte años. Estábamos en el Refugio, un austero hogar, con túneles más anchos y estancias más diáfanas y alegres que aquí, aunque con similar estilo castrense.

—Se preparaban los actos propios para dar la bienvenida a tan insigne personalidad. Yo fui elegido para recitar algunas palabras de agradecimiento. Se me había permitido elaborar mi pequeño discurso: tres o cuatro párrafos en los que podría exhibir mi especial sensibilidad por la Literatura.

—La noche anterior había decidido finalmente las palabras exactas que compondrían mi carta de presentación. Apenas pude dormir pensando en cómo aparecería delante de mis compañeros, cómo al fin sería reconocido por aquellos que dudaban de mis habilidades. Comprenderían que, aparte de mis regulares aptitudes físicas, también poseía una característica que me hacía, si no superior, al menos distinto.

—Se rumoreaba que el hijo de Vladimir Borkovec no tuvo una infancia muy dulce precisamente. Ahora confirmo que era cierto. Nunca lo hubiese imaginado.

—¿Por qué? ¿Acaso creía usted que yo me crié en una probeta? No, la igualdad que tanto se propugna en el Refugio era mi perdición. A cada nueva acción de mi padre para ampliar el ámbito de nuevas incorporaciones, a cada bajada en el listón de las pruebas para los menos competentes, a cada disminución del porcentaje necesario para dar por terminada una misión, en cada una de esas ocasiones se decía que era por mí, para que pudiese llegar al punto en el que ellos estaban, el que habían ganado con talento y el sudor de sus cuerpos.

—Comprenderá usted de dónde viene mi necesidad de destacar, de sentirme válido, capaz. Durante esa noche yo sabía que me jugaba mucho. En mi mente todavía infantil había establecido que esa ceremonia zanjaría al fin mis diferencias con los compañeros. Me hacía la ingenua ilusión de que todos me aplaudirían y comprenderían mi esfuerzo creativo.

—Finalmente llegó la ocasión. Una mañana despejada en la explanada situada delante de la entrada a la ciudadela. Un atrio gigantesco con numerosas bandas de video rodeando la escena. En el llano, todos y cada uno de los escuadrones de todas las escalas disponibles, un mar de color azul oscuro. Ovaciones y silencios sospechosos, presencias inesperadas y ausencias predecibles. El mismísimo líder de la religión oficial sistémica, el Universalismo (Iglesia Ecuménica, Sagrada, Universal y Secular), estaba con nosotros. Su santidad Denera Albonii había decidido acompañarnos en el 150º Aniversario de la colonización de Urales. Menudo tipo. No voy a hablar de él que entonces no terminaré nunca.

—En cambio, mi padre no apareció en toda la jornada. Siempre ha sido muy independiente y considera todavía hoy que su único superior es el Mayor Planetario. No es precisamente defensor de la estructuración sistémica. Es de la vieja escuela.

—Pero muy vieja. Yo pensaba que ya no había gente así.

—Pues sí. Es que hay otros conflictos con Zest. Demasiados. Y claro, yo fui la inocente víctima pillada en fuego cruzado… Continúo. Allí estaba Desmund Zest, en el medio de la extensa plataforma de hielo antirresbalante. Su pelo rubio, largo y rizado, agitado por las ventiscas frecuentes del verano uraliano, contrastaba con su rostro apergaminado y atezado, aunque no lo suficiente para un hombre de su edad. Una comitiva de personajes importantes de Prometeo, incluido el propio Albonii, se enseñoreaba por encima de las tropas. Desmund comenzó a hablar y, tras una breve presentación en la que jugó con el desconocimiento que gran parte de los exploradores tenían sobre el mundo capital, Prometeo, el Portavoz del Refugio me dio la señal para lo que, según creía, supondría mi primer lucimiento personal en tan glorioso despliegue de fuerzas.

—Subí al estrado con pie tembloroso. El momento de mi vida estaba llegando, casi podía tocarlo con mis manos. Cuando estaba ya al lado del atrio vacío, vi cómo el propio Desmund Zest se apresuraba desde el fondo del escenario, junto con el Portavoz, un joven de mediana edad.

—Llegaron antes que yo. Zest, vistiendo el traje honorífico del explorador, llevaba ese perfecto ejemplo de mal gusto con dignidad y orgullo. El joven se apresuró a disculparse ante todos los presentes. Debido a la apretada agenda del Consejero Máximo, como se le llamaba por aquella época, éste debía seguir con el plan previsto para después de mi actuación.

—Recuerdo todavía hoy la intensa vergüenza que sentí delante de todas las personas que me importaban. Desmund me hizo un guiño de sus extraños ojos claros y esbozó su sonrisa más carismática, con un fondo de pura maliciosidad que yo percibí al instante. Tal vez me lo inventé o tal vez no. El caso es que siempre recordaré aquel momento. Como un perro derrotado, me dirigí hacia las escaleras, escabulléndome de todos y de todo.

—O sea que te ignoraron, ¿verdad? ¿Permites que te tutee?

—Si, claro. Todavía no estoy seguro de qué es lo que pasó realmente, aunque mi padre cree que fue un desplante hacia su persona. En cualquier caso, fue un incidente infantil y hasta comprensible. El problema es que ni mi padre ni yo soportamos el descaro con que Zest hace lo que le viene en gana. En fin, creo que no le molestaré más con mis historias…

—No me molesta. ¡En absoluto! Y trátame de tú, hombre. Ahora tendré un encuentro con Eigling. Imagino que hará la vista gorda, me impondrá un castigo aleccionador y quizás pida el registro de lo tratado hoy aquí. Eso es lo que ahora debería preocuparnos. Porque no hay nada grabado, ¿no es así?

—No, claro. Desactivé las escuchas automáticas, haciendo caso a tu petición.

—Haremos lo siguiente. En primer lugar, grabamos una conversación digamos que oficial. Después yo procuraré disponerlo todo para encajarla al comienzo del tiempo de entrevista. Una pequeña intervención en la computadora y ya está. El resto de tiempo fue una charla privada de amigos. No creo que nadie revise nada pero por si acaso…

—De acuerdo, eso haremos.

La nueva conversación daba por cierta la hipótesis del robo con la finalidad de obtener un dinero extra vendiendo al mercado negro, enclavado en algún lugar de Perm. A Clonal tampoco le interesaba el control de esos mercados furtivos, siempre y cuando fuesen discretos, modestos y con escasos clientes de alta categoría. Se decía que incluso había ciertos establecimientos promovidos o incluso creados por el propio Centro. Algo que actualmente no me extraña en absoluto.

Como castigo, Aganos tuvo que ser trasladado a una de las secciones más degradantes de todo Clonal. El trabajo allí realizado podía ser procesado por máquinas, aunque se prefiere el toque humano para condensar toda la información identificativa de un clon en un simple nombre. Todos estos nombres tienen un significado metalingüístico que hace referencia a las capacidades, limitaciones y origen de cada uno de los clones. El sistema posee grandes parecidos con el código genético, sólo que en este caso el código está inscrito en un nombre y unos apellidos, no en un cromosoma.

El modo de comprimir toda esta información taxonómica es mediante reglas lógicas de creación de palabras. Por ejemplo, mi nombre, Orestes, tendría una vasta información si yo cogiese las plantillas de Nomenclatura y empezase a interpretar. Desconozco el sistema pero sé que la diferencia entre vocales y consonantes, mayúsculas y minúsculas, la posición de cada letra en la palabra, todo tiene su significado metalógico. Si en la plantilla pusiese que el clon Orestes, con la o mayúscula al principio y seguida de una r, significase “trabajador minero”, eso es lo que sería un clon con mi nombre. Y si determinase que todas las O mayúsculas con s al final de la palabra fuesen clones con entrenamiento en entornos de baja gravedad, no habría más que hablar.

Un trabajo fácil, aunque imagino que Aganos estará más que harto. En cambio, la recompensa por empobrecer la vida de mi amigo era más que satisfactoria. Penetré en el más cerrado círculo de los Creadores, en la Imprenta Génica, allí donde los sueños de las mentes más privilegiadas del Sistema β-Mimosa se hacen carne. Allí donde otro sueño, esta vez única y exclusivamente mío, se hacía realidad. Conocer a Lena Franz suponía para mí un bien mayor que la energía bruta y rebosante de las cuatro estrellas más brillantes de nuestra constelación Crux.

La ironía de todo ello era que nadie sabía la identidad de los Creadores. Aganos me lo dijo algunas horas después. Él también había caído en el embrujo y se enteró de cuál era su verdadera dirección de correo. Pudo más la curiosidad que la prudencia. Si todo fuese con normalidad, es decir, sin censuras electrónicas o mecanismos de borrado, en pocos meses su nombre, dirección completa, su enlace con Reol y todos los datos personales necesarios para su inscripción en esta red, ya estarían a disposición de cualquier miembro del Centro. Ahora todos esos datos han cambiado, por su bien, aunque su nombre ya es de dominio público.

Ese secretismo se remontaba a los primeros tiempos de colonización sistémica en que eran literalmente acosados por ciudadanos que solicitaban la inclusión de sus patrones genéticos en los planes de trabajo de los genetistas. También eran inundados sus laboratorios, por entonces dispersos por los cinco planetas, de peticiones más o menos fantasiosas, plasmadas en Reol por el ciudadano medio.


Eran otros tiempos más afables, en los que el Sistema estaba menos poblado y todavía era salvaje y sin terraformar en su gran parte. En aquella época las instituciones estaban hechas por y para el administrado, eran canales por los cuales se transmitía el entusiasmo y el idealismo de una verdadera democracia interplanetaria. Ojalá hubiese podido vivirlo como mi padre.

Después volvieron las viejas inercias de los anteriores sistemas, nos hicimos cómodos, buscamos el lucro, la eficacia, el poder. Todo aquel maravilloso mundo que mi padre y Desmund Zest, aunque parezca paradójico, contribuyeron a crear, desapareció para no volver.

Eso es lo que yo pensaba que había sucedido con la mujer de la balaustrada. Una alucinación, una pieza entre las más de quince mil que se perdían por entre los pasillos de esta ciudad subterránea. Por supuesto, los clones no cuentan como habitante.

Me la encontré en cuanto entraba en el espectacular vestíbulo abovedado, única entrada posible a la Imprenta Génica. Igual a como la recordaba el primer día, igual de inaccesible. Aunque yo había entrado en los laboratorios de los Creadores. No muchos de mis compañeros podrían decir lo mismo. Esa era mi esperanza.

La entrada a este infierno particular distaba mucho de parecerse al de Dante. Allí no perdí mi esperanza sino que se incrementó considerablemente. Atravesaba el suelo alfombrado con paso firme mientras notaba cómo el futuro fluía hacia el presente y mi destino se hacía visible justo en aquel momento. Sabía, con la certeza de una premonición, que nuestras líneas se unirían en un tiempo indeterminado no muy lejano.

Haría cualquier cosa por conseguirlo, aunque en principio no pude más que esbozar una sonrisa a su paso en dirección al exterior de la sección. Ella trató de hacerse la indiferente y siguió su camino. Escuché el deslizar de las puertas detrás de mí. No pude mirar atrás. En breves instantes había salido de mi vida. Pero no por mucho tiempo. Crucé el portal que suponía el límite entre la realidad y lo increíble, entre la probabilidad y la certidumbre. Ahora todo era distinto, todo era posible.




Agradezco en estas ultimas lineas a http://www.visionafar.com/#. Además de tener unas imágenes bellísimas, encajan perfectamente con la idea estética que tengo sobre el mundo en el que este relato transcurre.



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