Esta vez teneis todo el primer capítulo a vuestra disposición... que os aproveche. He decidido ir publicando todo el relato en el blog. Son aproximadamente 100 páginas de aventuras y ciencia ficción de la buena.
A ver que os parece:
Con la luz en los ojos
Capítulo 1 β-Mimosa
Nos encontramos en Urales, el planeta hogar del Cuerpo de Exploradores del Sistema Crux. Este sistema es el único lugar habitable de la constelación Cruz del Sur. Su estrella, β-Mimosa, ofrece una leve luz al planeta helado.
Aunque la Humanidad llegó hace menos de doscientos años estándar a este planeta y sus alrededores, ya han tenido lugar notables avances en su terraformación, siendo famosos sus grandes lagos de agua dulce recientemente extraída de monumentales masas de hielo.
En este planeta tan desolador son los exploradores los únicos capaces de sacar provecho a tan austeras condiciones. Ellos gestionan el planeta, excluyendo ciertos territorios que son explotados por importantes corporaciones mineras. Ellos supervisan las vastas extensiones de espacio helado entre las escasas poblaciones humanas. Ellos hacen suyos los rigores del invierno eterno que no son más que un ensayo ante las duras tareas que el espacio profundo les depara. Ellos, en definitiva, son los dueños nominales de Urales, aunque de hecho tan sólo se trata de unos guardianes bien adiestrados.
El verdadero núcleo de poder que gobierna tanto este planeta como los restantes cuatro reside en una red difusa de conocimientos, decisiones e intereses llamada Reol. La Red de Enlace Organizativo Lógico permite la unión en tiempo real de todos los gobernantes y figuras institucionales de todo el sistema, aparte de suministrar al resto de habitantes de un instrumento para convertir los abismos negros del espacio en canales llenos de vida y desbordante creatividad. El Reol, como se le conoce vulgarmente, es una herencia de los colonos de estas tierras. Hombres como Desmund Zest trajeron al sistema la forma de vida y los avances tecnológicos firmemente consolidados en sus planetas de origen.
Pero ni siquiera es esta malla interplanetaria el definitivo reducto de la autoridad sistémica. Bien es cierto que todos los responsables oficiales de cada planeta, los Mayores, están presentes en ella, sirviendo como canalizadores de la voluntad del pueblo soberano. Sin embargo, las corrientes de decisión más transcendentes jamás pasan por allí, excepto si poseen el permiso necesario para hacerlo. Una red, mucho más íntima, compuesta por los poderes fácticos que hicieron posible la vida en esta colonia desde los tiempos de la Sucesión (momento en el cual la colonia originaria decide que ha llegado la hora de reiniciar la expansión galáctica en la proporción estándar 1:2) y situada la mayor parte del tiempo en Prometeo, el planeta capital, se halla en el punto de origen de todas las iniciativas. Nadie sabe con seguridad cuantos son sus miembros, antes tendrían que suponer su existencia.
Por todo lo dicho, no es el Cuerpo de Exploración de Urales, ni el Mayor ubicado en Perm, capital planetaria y cosmódromo de gran relevancia, ni el Consejo de Prometeo, órgano máximo de la autoridad colonial, sino la privada asociación de las mentes más lúcidas de la primera generación quien dirige el planeta. Las tareas rutinarias de terraformación, apertura de vías de comunicación, control de mercancías entrantes y salientes, mantenimiento del orden, adiestramiento de nuevos exploradores, son desempeñadas con la más absoluta libertad por los Cuerpos del Refugio Baikal. Desde su centro de operaciones, situado en el Ecuador del planeta y muy próximo a la capital, los exploradores se creen dueños de su propio destino. Desafortunadamente sólo son una herramienta más, una pieza más del engranaje que mantiene al sistema en movimiento. Y que ellos se sientan independientes es un requisito más para el trabajo que les ha sido designado.
Para terminar de entender qué papel desempeña Urales en el sistema β-Mimosa es necesario realizarse unas preguntas. ¿Cuál, aparte de ser un desafiante campo de entrenamiento para miles de exploradores, es el sentido de habitar un planeta así? ¿Por qué todo el planeta, incluidas las zonas potencialmente turísticas del lago Velikaia, de Las Dunas de Escarcha o de Las Simas de Cristal, tienen la clasificación de restricción militar 8BE, sólo presente además en el interior del Crucero Interestelar Polkim, el gran navío que trajo a la Humanidad hasta este oscuro rincón de la galaxia? ¿Por qué tanto durante el día tenue y la noche sin estrellas, resultado de la cercanía al sistema de la Nebulosa Saco de Carbón, innumerables cargamentos de material biomédico, fármacos de vanguardia, concentrados genómicos, instrumentos de reeducación muscular y otros muchos se acumulan en las bahías de carga del espaciopuerto?
¿Por qué una de las más altas prioridades del destacamento del Refugio es la supervisión de las regiones limítrofes al discreto conjunto de reservas que se encuentran al Oeste del meridiano Baikal? ¿Por qué los exploradores han recibido órdenes rigurosas de no adentrarse en la región delimitada por el meridiano Rurik y el propio meridiano Baikal? ¿Por qué muchos de los exploradores más veteranos contribuyeron con su esfuerzo a construir unas instalaciones subterráneas emplazadas en el cinturón ecuatorial de esa misma zona de exclusión? ¿Por qué, pese a que ninguno ha vuelto a entrar después, todos ellos saben qué es lo que está sucediendo en aquellos laboratorios y sus circundantes reservas de experimentación?
¿Por qué la humanidad de esta parte de la galaxia ha recurrido a la humillante forma de explotación antiguamente denominada esclavismo? ¿Por qué a nadie sorprende que en el interior del complejo Clonal se esté criando la siguiente generación de subhumanos? ¿Por qué hace ya incontables siglos que el ser humano descubrió el método definitivo para cultivar y controlar seres pensantes y desde entonces ni una sola crítica, ni un solo golpe en las conciencias de billones de personas, ha sido capaz de derrumbar semejante maquinaria de dominio? ¿Por qué la sociedad colonial interestelar, si es que existe algo parecido, ha tenido que crearse a partir de estas relaciones tan injustas entre seres humanos y seres a secas? ¿Son estas criaturas tan personas como aquellas que las observan desde el otro lado del microscopio? ¿Alguna vez volverá todo ser consciente a ser humano?
Estas últimas preguntas son una herejía en los cubículos que componen el Centro de Investigación Clonal. Formularlas implica dejar de formar parte del selecto club de los a sí mismos llamados Creadores. Hacerlo en cualquier parte de los higiénicos y concienzudamente esterilizados criaderos, reservorios o mataderos es imposible. Como suena, imposible. Jamás existió, existe o existirá un resquicio, una salida, una aspiración de conocer la verdad por parte de los que allí transitan, encerrados hasta que conozcan su siguiente asignación de trabajo o hasta que reciban una transformación en su diseño o el definitivo adiós a una vida de mansedumbre e indignidad. La única esperanza de poder alumbrar sus mentes con algo de conocimiento reside en que al clon se le clasifique como de nivel TC, trabajador cualificado, y se le envíe a las reservas periféricas para aprender su profesión.
El Centro de Investigación Clonal fue uno de los primeros hábitats creados en Urales. Sin duda, su importancia estratégica para el planeta, e incluso para todo el sistema, no se le escapa a nadie que conozca su emplazamiento. Clonal es una fábrica especializada y de altísimo rendimiento que surte de mano de obra barata al resto del sistema. Al ser un proyecto sistémico, su presupuesto está siendo costeado por toda la humanidad de β-Mimosa, los cuales están encantados de liberarse de trabajos más o menos molestos y pesados que una persona de bien nunca debería desempeñar.
El gasto realizado en traer al mundo a semejantes individuos es insignificante comparado con la enorme cantidad de dinero ahorrado y no malgastado en remuneraciones dignas. Además, pese a que un clon sea moralmente clasificado como subhumano, en realidad, su eficacia, concentración y disciplina le acercan más a cotas de atleta, soldado o explorador, y no precisamente cualquiera sino la élite de cada uno de los respectivos colectivos.
Los beneficios directos e indirectos son innumerables: un reducido ejército leal hasta la muerte podría surgir de entre los clones; la increíble tecnología desarrollada en Clonal está continuamente evolucionando y creando productos de indudable utilidad para los ciudadanos, para el ejército, la institución médica y para el Sistema; los experimentos a los que se someten a los clones no poseen ningún tipo de restricción ética, con lo cual ciencias como la Fisiología o la Psicología han medrado más de lo que nunca se hubiera podido imaginar; el nulo valor dado a la vida de este tipo de seres hace que puedan ser empleados en ocupaciones de un riesgo más que evidente y, por ello, la mayoría de las veces en que el Cuerpo de Exploración debía realizar una misión, un contingente de clones especializado ya había allanado el camino; incluso la instalación de Clonal en Urales está brindando positivos resultados al conocimiento acumulado de la resistencia humana en ambientes inhóspitos, contribuyendo así a incrementar la esperanza de vida de los ciudadanos de las colonias más agrestes.
Por todo esto y por otras razones firmemente establecidas en las mentes de los hombres durante siglos, en la actualidad nadie se ha cuestionado ni por un momento que manipular a seres humanos como a sus compañeros de existencia, los animales o las plantas, pueda ser un acto de una perversidad injustificable. La única diferencia que separa a los hombres del resto de los seres vivos no es la conciencia o el intelecto, es simplemente su ubicación en una base de datos genética.
Los clones no surgen de la nada. Todos ellos tuvieron un padre o una madre, aunque en la actualidad se piensa en crear células seminales desde cero. Y no es que no se pueda hacer, es que existen férreas limitaciones a la generación espontánea de vida. Las múltiples iglesias y grupos de presión ideológicos conservadores que aún subsisten, no lo permiten. Su explicación, y la de todos los que justifican la esclavitud, se basa en la supuesta legitimidad que la Humanidad tiene para manipular un único grupo génico. Cualquier intervención en otros grupos o la creación espontánea de vida están fuertemente penalizados, con lo cual parece que una vez más la ética ha sido cruelmente distorsionada.
Tal grupo génico, único muestrario de lo que el hombre puede seguir haciendo a sus congéneres, procede de una lejanísima injusticia situada a comienzos de la era espacial. Entonces el mundo, el único hogar de que disponía la especie humana, era objeto de una lucha sin cuartel por el aprovechamiento de sus recursos. Existía un pacto no escrito por parte de las estructuras políticas más poderosas por el cual, para mantener e incrementar su nivel de vida, debían asegurarse de que ningún otro país (división geopolítica de un territorio con características diferenciadoras más o menos arbitrarias con respecto a sus vecinos) que todavía no había alcanzado sus mayores cotas de desarrollo científico, técnico y económico, lo pudiese lograr nunca. Ellos sabían que su posición sólo se había alcanzado mediante el expolio y explotación de otros países y que la igualdad entre todos los seres humanos era una utopía vista la distribución de los bienes disponibles y la codicia del llamado hombre occidental, que se sentía merecedor de todo tipo de comodidades y placeres que el dinero pudiera comprar.
Por entonces se empezaron a ver los dubitativos primeros gateos del hombre por el espacio. Pronto se dieron cuenta de que la humanidad tenía ante sí una ingente tarea si querían encontrar otro planeta tan idóneo como la Tierra. La mayoría de los lugares avistados eran pedregosas superficies desérticas, carentes del menor interés para una humanidad que provenía de un desbordante vergel. Se creó un primitivo sistema de explotaciones muy aisladas que aspiraban a ser totalmente autosuficientes. El nivel de austeridad era intolerable. Pocos lo soportaron.
Si se quería mantener aquella débil red se debía contar con personas fuertes y sacrificadas. El hombre occidental controlaba la mayor parte de las naves que surgían de entre las profundidades del pozo gravitatorio terrestre y era ese el tipo más habitual de tripulación. Preparados a conciencia y con una elevada cantidad de conocimientos técnicos, eran los pilotos ideales pero, en cuanto llegaban a sus destinos, se derrumbaban. La empobrecida vida colonial no les suponía ningún estímulo y enseguida se sumergían en una malsana añoranza de su paraíso perdido. Muchos se suicidaban y otros tantos enloquecían sin remedio poniendo en peligro la integridad de los hábitats coloniales.
Pero la expansión colonial pronto fue un objetivo de la mayor importancia y se puso solución a este error que había mantenido a la Humanidad a menos de 9 años-luz de su hogar. Se tuvieron en cuenta otros factores y ahora parecía que las miserables vidas de los habitantes del Tercer Mundo (último escalafón de la dignidad humana) tenían un sentido. Los privilegiados habitantes del Primer Mundo (territorio del hombre occidental) ya tenían una excusa más con la que calmar sus atormentadas mentes.
Para un humano del Tercer Mundo, ser designado como colono era una manera de escapar de un infierno que le había sido adjudicado por nacimiento. Las guerras, las luchas fratricidas, la explotación y la corrupción de las clases dominantes eran algo que dejarían de ver para siempre e incluso añorarían. Y, sin embargo, ya les habían dejado un peso indeleble que, sin duda, les ayudaría a enfrentarse a los peligros de unos planetas que otros no habían sabido afrontar.
El Tercer Mundo podía ser ahora tolerado abiertamente. Se decía que incluso ellos agradecían que los señores occidentales les ofreciesen tales oportunidades. Decenas de miles de colonos partían todos los años a destinos desconocidos esperando no tener otro rival que la naturaleza inflexible. Muchos no recibían apenas preparación, junto a ellos viajaban grandes depósitos con combustibles, víveres, herramientas y computadores con toda la información necesaria para desplegar un habitáculo. Estos hogares prefabricados podían mantener a una comunidad reducida de treinta personas durante veinte años. Al final, los equipos se deterioraban y era necesaria una visita de mantenimiento realizada por expertos. Se dieron incontables casos de habitantes muertos por asfixia esperando a un equipo técnico que nunca llegó, tal vez porque su propia colonia habría tenido que hacer frente a otros problemas más acuciantes. Así eran los duros comienzos de la vida extraterrestre.
Poco a poco este y otros problemas se fueron resolviendo también y entonces la Humanidad pudo dar el siguiente gran paso: el crecimiento. Las prohibiciones acerca de superar el crecimiento cero se levantaron. Cuando la posibilidad de crear hábitats mayores y de incrementar la producción hidropónica se hizo patente, todo el reservorio de células germinales que cada colonia tenía a su disposición fue habilitado para uso de los colonos. Sin embargo, no todas las células se usaban. Ya existía la creencia de que la desigualdad que existía en la Tierra terminaría por implantarse en algún momento en el resto de planetas, con mayor o menor virulencia debido a la severidad de cada uno de los entornos. Se había dispuesto una especie de prolongación de tal sinrazón, por ello cuando la Humanidad empezase a tener problemas con las riquezas de sus respectivos planetas, cuando el deseo de apropiarse de todos los bienes existentes surgiera de nuevo tanto entre los antiguos explotadores y los explotados, la idílica igualdad entre los colonos estaría en peligro y por tanto la colonia y su futura descendencia estarían corriendo un mortal riesgo.
Se jugaría entonces con una proporción, calculada matemáticamente en función del número total de habitantes de la colonia, del número de células germinales disponibles, de las previsiones de crecimiento, de la cantidad de nutrientes disponibles, de la riqueza generada y el nivel de riqueza asumible para mantener el equilibrio de la sociedad, y otros muy diversos factores definidores del llamado bienestar social y la calidad de vida. Esa proporción, calculada por semi-inteligencias artificiales, habría que sustraerla de las reservas germinales y sería usada con los fines que hoy en día tan acostumbrados estamos a ver y a disfrutar, un pequeño grupo de seres humanos a los que se les ha despojado de la misma definición de personas, se les ha bestializado y convertido en mera masa incapaz de rebelarse al sometimiento interesado de sus congéneres.
Todo tipo de colonias se adscribieron a la nueva moda, tanto las minoritarias colonias occidentales como las asiáticas, africanas o sudamericanas. β-Mimosa es uno de los sistemas más alejados y la procedencia de su población es europea. Se trata de una de las comunidades más antiguas y que más tiempo llevan surcando el espacio interestelar. Su origen se remonta a las poquísimas colonias que pudieron sobrevivir en los primeros tiempos de la colonización. Siendo ellos descendientes de las naciones más privilegiadas de la Tierra, se entiende que toleren e incluso apoyen esta nueva injusticia. En cambio, la mayoría de los habitantes coloniales de la galaxia pertenecen a las naciones explotadas, pero eso no parece importarles cuando defienden la nueva doctrina del esclavismo.
Es esta situación en la que nos encontramos hoy día, el mantenimiento de una situación de desigualdad por el bien de la mayoría. Afortunadamente, los años no han pasado en balde y la experiencia acumulada a través de los siglos de avance técnico irregular ha traído hasta nuestros días un bienestar en la condición física de los habitantes coloniales nunca visto hasta entonces. En el sistema de β-Mimosa jamás ha muerto una persona de hambre o de las enfermedades anteriormente habituales. Los clones son manipulados cruelmente desde el mismo comienzo de sus vidas pero ninguno de ellos sufrirá más privaciones que las necesarias para el desempeño óptimo de sus funciones. Los ciudadanos del sistema ven que la vida de estos seres es respetada generalmente y por ello cualquier posible duda ante la bondad de la clonación se evapora al instante. Además ellos sienten cotidianamente los grandes beneficios de disponer por un módico precio de un talentoso semihumano, mucho más versátil que cualquier aparato robótico.
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