Ante semejante discurso no podía sino asistir con la boca abierta. Jamás pensé que podría ser testigo de algo así.
—Existe una cierta relación entre este cuerpo y mi voluntad. Bueno, cuerpo no sería la palabra correcta. Restos, más bien. Esto que ves es el equivalente a lo que unas ruinas son con respecto a una ciudad de la época romana. Si en vida supusieron el culmen de la civilización mediterránea, el espejo en el que se miraban todos los pueblos circundantes, ahora su mortecina estructura no ha hecho más que perpetuar su eterna gloria para las generaciones venideras.
—Esas heridas deben ser terribles.
—No son heridas, ahí no hay nada. ¿No lo ves? —dicho esto me oprime la muñeca y trata de dirigir mi mano a su repugnante rostro. Me resisto pero no sirve de nada. Un hormigueo me estremece la piel pero no se trata de piel de gallina por el asco, es algo muy distinto.
—Restos… de algo que existió alguna vez pero que ya no tiene razón de ser. Sólo hay una voluntad tratando de reorganizar los pedazos… YO. ¿Nunca temiste, al meterte en una bañera, que el agua entraría a raudales por todos los poros de tu piel y morirías irremediablemente? —ante mi cara de extrañeza se limitó a continuar—. Yo sí y esta pesadilla hecha realidad es lo que he recibido como regalo. Voy dejando un reguero de partículas que ya han perdido toda capacidad NORMAL de interactuar con el resto, mi cuerpo está quebrado para siempre, está MUERTO. Sin embargo, no me importa. Es algo que ya he asumido.
Sentado a la mesa, esa especie de híbrido entre Franck Ribery y el propio Hawking adoptó una mueca más aterradora todavía. Intuí un gesto de desesperación que, afortunadamente, sólo duró unos pocos segundos.
—¿Qué le sucedió? Fue un accidente de algún tipo…
—¡No, no, no! Esto no lo recibes cuando pierdes el control de tu coche en la autopista. Esto es extraordinario. ¡No hay nadie como yo en el mundo! Lo que me preocupan son las repercusiones. No me refiero a mis cicatrices ni mi aberrante aspecto físico. ¡Me refiero a mi cordura! Se ha perdido ya toda la inocencia de que el ser humano podía ser capaz. Saberlo todo, conocer la descarnada textura de la realidad, no se lo aconsejo a nadie. Y sin embargo…
—Sin embargo, ¿qué?
—Alguien más debe ser partícipe de tales revelaciones… TÚ, pequeña lombriz rastrera.
—¿Por qué yo?
—Porque TÚ eres YO…
Una vez situados bajo el balcón en el que el Papa había estado orando y, tras comprobar atentamente el efecto que su presencia había causado entre el público, los sacerdotes y los medios de comunicación presentes, cuatro de los togados realizaron el acto más transgresor que había tenido lugar en la plaza de San Pedro desde sus orígenes, allá en tiempos de Gian Lorenzo Bernini. Se arrodillaron junto a uno de ellos, el primero en llegar. Primus inter pares, pensé yo para mis adentros. Y, en un acto conocidísimo desde la antigüedad, pero cada vez más denostado por los países occidentales, uno tras uno iba besando la mano de su líder, tras la mirada impávida del Papa unos cuantos metros más arriba.
El hecho palpable es que ni la Guardia Suiza ni ninguno de los miembros de seguridad visibles o invisibles hizo nada en absoluto por abortar aquella ceremonia paralela que había saboteado la oración del Papa.
Pronto las cámaras se centraron en un primer plano de aquel extraño antipapa. Su rostro no podía sustraerse del escrutinio objetivo de los aparatos de grabación, desgraciadamente. Era sospechosamente idéntico al del general Décimo Junio Bruto, cuyo busto se exponía tras aquellas puertas, en el mismo Museo Vaticano, y resultaba altamente turbador puesto que, como en esa escultura, había perdido su nariz, quien sabe si también como resultado del deterioro y del paso de los siglos. También estaba dotado de la severidad en el semblante que poseían las grandes figuras romanas y esa parquedad cadavérica en las mejillas de quien ha sufrido muchas privaciones o ha padecido muchas guerras. Con pómulos sobresalientes y un arco superciliar abultado, sus ojos, paradójicamente, se ocultaban a la vista. Además poseía toda una serie de cicatrices que me recordaban a alguien muy cercano.