lunes, octubre 19, 2009
Homenaje a Hipatia
- Dedicar a la lectura las horas de ocaso del sol
- Elegir el mejor sofá de la casa
- Preparar una bebida bien caliente: café, te, infusiones, chocolate o leche a secas (me vale el mate para los andinos)
- Acercarnos al radiador o estufa y arrebujarnos con toda la ropa que podamos
- Pedir a nuestros familiares que no nos molesten en un buen rato
- Hacernos a la idea de que vamos a observar un capítulo más de Twilight Zone (Dimensión desconocida) o Más Allá del límite, con la famosa presentación:
"Están a punto de experimentar el asombro y el misterio que se extiende desde lo más profundo de la mente hasta más allá del límite"
EL VIAJE
En una espléndida mañana de verano, un coche se desplaza por la autopista. Los charcos del temporal de la noche anterior empiezan a reducir su tamaño frente a la fuerza del astro rey. El ocupante del automóvil observa complacido el paraje que rodea a la ciudad, su ciudad. Dedos finos y rígidos se atreven a tocar el cielo, pero allá fuera la llanura deja entrever el vértigo de lo infinito. El conductor, centrado en su tarea, no puede evitar la contemplación de tan desolador panorama. Es toda una terapia frente al alocado mundo repleto de estímulos del que proviene. Inmensos campos monocolores en una planicie desértica. El hombre del coche piensa que hacía mucho tiempo que no seguía una ruta de este tipo. Demasiados viajes por autopista y veranos de descanso en playas del Pacífico o tras el Partenón de Atenas. Pero, ¿qué sabía en realidad del mundo, de su mundo, de los valles, montes y mesetas más allá de las pistas de asfalto y los puentes aéreos. Nada, sólo importaban las grandes ciudades y los destinos de turismo masivo. Ya era hora de rememorar la infancia, esas excursiones a lugares insospechados, pero tremendamente cercanos, que formaban parte con más razón de nuestra propia idiosincrasia que esas moles advenedizas, centros de poder e irradiación de una vida no hecha para nosotros.
A las cuatro de la tarde pasada le habían llamado por teléfono a la sucursal bancaria en la que trabajaba. Fue una gran sorpresa. Era uno de sus amigos de la Universidad. Habían tenido contactos esporádicos año tras año hasta que se marchó a la Antártida en una misión científica que exigía de sus conocimientos sobre Geología, así como de una excelente forma física. Tras dos meses de estudio apasionado sobre el terreno, llegó la desgracia. Un alud abatió a una tercera parte de los miembros de la expedición. El resto había permanecido en el campamento base mientras los condenados salieron en busca de unas muestras en la cadena montañosa más cercana. Se encontraron los cuerpos de todos menos el de él. El desastre había ocurrido poco después de las diez de la mañana. A las doce y media, hora señalada para la conexión por radio, un desconcertado individuo vagaba entre picachos inalcanzables y simas insondables, tras haber despejado el peso mortal que le separaba del aire. Cuando los expedicionarios regresaron al campamento, divisaron a un individuo que les estaba siguiendo los pasos a un ritmo lento e inseguro.
Mucho tiempo fue empleado en hacerle olvidar su drama. El conductor había intensificado sus relaciones con él pero nunca le podía preguntar por lo que vivió, aunque sabía de memoria muchas de las historias que se habían hecho de su aventura. La que más aceptaba y que le confirmó finalmente un día en un bar es que al huir precipitadamente por la ladera había encontrado providencialmente una especie de alero de roca que le permitiría seguir viviendo. No había dudas porque ya el rumor era estruendoso y la nieve estallaba detrás suyo contra el suelo. Al principio se sintió salvado al ver cómo la primera línea del alud se desplazaba sobre su cabeza y rezó por los compañeros que habían sucumbido instantáneamente. Con sus ojos entrecerrados no pudo ver que la nieve en vez de seguir deslizándose por la cada vez más pronunciada pendiente, se iba depositando en la base de su refugio. Aunque se hubiese salvado del golpe gélido y contundente, le esperaba una muerte segura por congelación o asfixia. Quizás por miedo. La precipitación de la avalancha arreció pronto pero para entonces el trabajo estaba hecho. Se había cubierto por completo todo excepto el pequeño espacio que quedaba debajo de la roca sobresaliente. La anchura era mayor que la longitud, unos tres metros frente a unos noventa centímetros. Ahora sólo la muerte y la desesperación cabían en la mente de este hombre. Sólo un soplo de aire fresco hizo que el personaje se girase en redondo y descubriese por primera vez una abertura en la pared accidentada, del tamaño de una cabeza humana...
Tras su recuperación se había enfriado su amistad. Las secuelas físicas no habían sido muy graves pero sí las psicológicas y le habían recomendado retirarse del mundanal ruido. Como era algo que casi formaba parte de su trabajo lo encajó bastante bien. Abandonó sus tareas y deberes en la Universidad. Se dedicaría a organizar números incontables de notas y borradores para la publicación de un nuevo libro. Además colaboraría con un equipo local de arqueólogos en unas excavaciones romanas recién descubiertas. El lugar en el que viviría era tan apacible y tranquilo como un remanso de un río de segundo orden. Sus vecinos, sin embargo, no le agradaban por que no entendían sus intereses y se sentía algo desplazado. A todo esto se unía el hecho de que era soltero. Tanto para él, aunque no lo pensase así, como para los demás, suponía una importante desventaja. Un apoyo en los momentos difíciles posiblemente hubiese permitido una más pronta recuperación. Ese papel era representado por este compañero de juventud, así como, en ocasiones, por miembros de la familia y colegas de la profesión. Al parecer, esta petición, aunque urgente, no se producía en un especial mal momento. Requería la presencia de su amigo en su nueva residencia no más tarde del mediodía del día siguiente.
Dejada la autopista a un lado, el conductor se interna por una carretera recta que parece ir directamente al encuentro del sol naciente. Treinta kilómetros después y la vegetación empieza a ser de una altura mayor a la del metro. Los primeros árboles se distinguen en una estribación montañosa. Y es allí a donde se dirige el coche. El pueblo se ve dominado por el farallón rocoso donde habitan buitres y halcones. Un nuevo camino, más pequeño y sinuoso, se interna por el bosque a medida que sube los primeros metros hacia el pueblo. Grandes prados se destacan al lado de los tejados de arcilla. Animales domésticos de todo tipo marchan a recibir al visitante. Un pequeño grupo de pollos atraviesan el camino pedregoso precipitadamente. Ya en la entrada del pueblo un perro permanece impertérrito frente al coche que se acerca. Sólo un estruendoso pitido consigue apartarle. Pequeñas callejuelas intrincadas se abren desde la calle principal. El visitante detiene su vehículo para preguntar a dos ancianas sentadas en un banco por la vivienda de su amigo. Sabe que se encuentra en las afueras pero prefiere estar seguro. Recibe las indicaciones de las campesinas y arranca el automóvil tras realizar un comentario intrascendente sobre las posibles excelencias de la aldea. Recorre el resto de la calle ascendente hasta llegar a un prado atravesado por un camino de tractores, continuación de la calle. Al fondo y bajo la pared rocosa se enclava un pequeño edificio, anteriormente establo para el ganado. El viajero detiene su coche en frente de uno de los amplios ventanales. Una furtiva mirada al interior le permite distinguir una borrosa figura erguida, camuflada tras los reflejos del cristal. Un tenue temblor recorre la espalda del conductor, que se dispone a salir. Uno de los inconvenientes de ese lugar queda claramente expuesto al abrirse la puerta y desaparecer de un soplo todo el calor del interior. El viento impetuoso de la región agita las ropas del visitante mientras se aproxima a la puerta de madera sin barnizar. Un timbre sencillo de color blanco está adosado a la piedra de la pared.
Tras llamar y esperar unos instantes, la gruesa puerta de roble se abre dejando ver en el vestíbulo oscuro a una persona de mediana edad con el pelo tan claro que parece blanco y una mirada desvaída, unos ropajes anticuados pero idóneos para las labores agrícolas y una pesadumbre descubierta en sus movimientos pausados. Cuando las miradas de ambos se encuentran, una sonrisa surge de las profundidades del rostro del huésped.
"Gracias por venir, pasa, mi casa es la tuya" -exclama en un tono cordial pero monótono mientras le señala el salón y se aparta a un lado.
"Verdaderamente te has buscado un buen refugio. ¿Tienes también tierras?" -pregunta el visitante introduciéndose en el pequeño recibidor y notando la agradable diferencia de temperatura.
" Sólo tengo la casa. Esto era propiedad de mis abuelos maternos. Cuando murieron pasó a manos de un tío mío quien lo adecentó un poco. Antes era un establo. Después sucedió todo eso y me vine aquí. Mi tío murió hace casi un mes y ahora estoy sólo" -comenta mientras cierra la puerta y pasa al salón, la habitación más amplia de la casa.
"Te veo más recuperado. Este ambiente te conviene, ¿verdad?".
"Tal vez. Siéntate aquí. Mira, lo que te tengo que contar puede ser... chocante, pero te pido que me atiendas con la mayor seriedad. Si quieres, podemos tomar algo mientras te lo cuento" -exclama el huésped mientras su amigo se acomoda en un magnífico sillón ocre colocado frente a los ventanales de moderna factura. Una mesilla baja, otros sillones no menos cómodos y unos armarios empotrados completan el mobiliario del salón.
"Procuraré prestar la máxima atención. Y tomaré un café sólo. Aunque tú preferirás té, ¿no es verdad?" -dice con amabilidad el visitante.
Una vez que las bebidas están servidas y acompañadas por unas rebanadas de pan integral recubiertas con mermelada casera, la narración comienza.
"Creo que te he contado casi todo sobre el desastre de la Antártida. Pero si quieres comprenderme deberás saberlo todo. Mira, tú has podido creer que yo excavé en la nieve un túnel hasta llegar a la superficie, pero eso no fue verdad. Hasta hace poco dudaba de la realidad de lo que me ocurrió después de verme enterrado por culpa del alud. Pero ahora sé que sucedió. Yo estaba entre la nieve y la pared, podríamos decir. Tras recuperarme del shock inicial pensé en eso, excavar un túnel. ¿Podría haberlo conseguido? No lo sé. Pero una corriente de aire que surgía de una abertura en la roca me hizo cambiar de planes".
"¿Entonces no dijiste la verdad ni a tus compañeros, a tu familia o a mí?" -exclama el amigo algo confundido e incluso atemorizado al ver que el rostro de su compañero empezaba a mostrar indicios de una tristeza y un cansancio intensos.
"La presencia de corrientes de aire me animó y comencé a examinar la pared -exclama sin contestar la pregunta- Observé que esa parte de la pared estaba compuesta de piedras de pequeño tamaño que parecían querer cerrar la entrada de una cueva. Si una de ellas había rodado, tal vez podría quitar las otras y entrar. Súbitamente me vinieron imágenes de lo que podía ser el lugar: una caverna usada por exploradores de principios de siglo para refugiarse, en la que tal vez seguirían los cadáveres a menos que hubiese otras salidas, pero estarían también tapiadas para evitar la entrada del frío o de animales; un depósito de suministros para una expedición como la nuestra; tal vez un derrumbamiento natural, parecía muy improbable; quizás era un túmulo de una tribu antártica extinguida.
El trabajo no fue duro y pronto pude abrir un huevo suficientemente amplio como para pasar. Una especie de pasillo no muy ancho se extendía ante mí y descendía. La oscuridad del interior absorbía el haz de luz que dirigía desde mi linterna. Con valor pero considerándolo necesario me introduje y empecé a caminar. El pasadizo era suficientemente alto como para andar sin agacharme. Parecía extraño este lugar construido por el hombre en un territorio tan alejado de toda civilización o sociedad humana. La Antártida es la tierra salvaje por antonomasia. Bueno, el caso es que pensando estas cosas anduve mucho tiempo. Yo creo que más tiempo del que transcurría en el exterior. Sé que es difícil de creer pero aquello parecía ser interminable y siempre descendiendo, poco pero constantemente. Para tranquilizarme actué como un niño, dándome ánimos tranquilizadores como si estuviese hablándome mi padre. Llegué a rezar todo lo que se me ocurrió. Esto puede ser normal en situaciones de peligro. De momento todo normal, raro pero comprensible. Pero luego..." -interrumpe su frase y mira fijamente a su amigo. Se podría pensar que ese hombre estaba completamente desquiciado por el rostro de desvalimiento y desesperanza. Como si la tensión hubiese derrumbado todo lo humano que habría tenido. De pronto, su amigo creyó que le estaba mirando una máquina, un complejo organismo que no tenía vida aunque simulaba esa vida.
"Creo que puedes empezar a notarlo. Mucha gente debería haberlo percibido pero es inútil, no hay nada que hacer. Somos así" -explica inclinando la cabeza en lo que parece que va a ser un ataque de llanto.
"No sé de qué hablas, ¿qué te está pasando?" -pregunta preocupado el compañero levantándose del sillón para arrodillarse junto a su amigo.
"Comprendo que no creas todo esto, que te parezca incomprensible, pero tu no has visto lo que yo contemplé en aquella caverna" -dice en un hilillo de voz mirando con lágrimas en los ojos al campo que se extendía más allá de los cristales.
"¿Pero qué viste? Cuéntamelo, si me lo dices tal vez podamos entenderlo entre los dos y quizás te calmes un poco" -comenta el visitante empezando a encontrarse angustiado en ese lugar.
"Al fin terminó el pasillo y una caverna de un tamaño monstruoso apareció ante mis ojos. Kilómetros y kilómetros de espacio abierto entre toneladas de roca basáltica. Y en el suelo, una especie de nichos en hileras que se perdían en el horizonte. ¿Podía estar yo en un sitio así? ¿Estaba soñando o alucinando?" -habla con la mirada perdida, la mirada de un demente.
"Es posible que el impacto de verte atrapado te hubiese trastornado. No sería la primera vez... "
"Me acuerdo de aquello con una claridad que asusta, era como ahora, ¿tú crees que ahora estoy viendo visiones? ¿Estás tú aquí en verdad? Sí, yo estuve allí y vi lo que había en algunos de esos nichos. ¡Eran seres humanos! ¿Como tú o como yo? ¡No! Mira, sus rostros eran armoniosos, los de todos los que vi. Estaban durmiendo o muertos. Eran como bebés pero maduros. Su figura estaba estilizada y su piel parecía brillar. Las hendiduras en las que reposaban estaban excavadas en la roca pero su forma era perfecta. Todas las hendiduras tenían el mismo tamaño al milímetro, sin resquebrajaduras ni impurezas. Era roca pura, todo estaba estático y era perfecto. Es como si la corrupción no hubiese entrado en ese recinto. Tras atravesar filas y filas de nichos me dirigí a otro pasillo que se abría en la misma pared, una pared cuya superficie parecía la de una hoja de papel. Este pasillo era ascendente. Di un último vistazo al recinto y comencé a subir. Te juro que la subida fue atroz. Parecía estar subiendo al Everest desde su interior. Tras días y días quizá llegué a una caverna recubierta por el hielo. Anduve buscando una salida entre el maremagnum de pasadizos que salían de esa cueva. Tuve que recorrer tres hasta el final y volver atrás. Al fin conseguí volver al exterior. La salida estaba a escasos metros del lugar en el que nos había sorprendido el alud. Miré al reloj, se me había parado poco después de entrar en el pasillo. Distinguí a lo lejos entre la nieve un brazo y me horroricé. Estuve vagando por los alrededores buscando a mis compañeros. Encontré a algunos pero me asusté al ver sus rostros congelados anteriormente llenos de vitalidad pero dotados ahora de muecas terroríficas. Empecé a correr sin ver donde pisaba. Me alejé de allí lleno de miedo pero con una histeria arrebatadora. Después de muchas horas y exhausto como estaba, recuperé la cordura e intenté volver al campamento. Lo demás ya lo sabes".
"Me dejas asombrado. Debiste sufrir muchísimo. Pero, y déjame dudar de tus palabras, lo de los nichos deberías considerarlo como una ilusión. Posiblemente viste algo, que sé yo, pero mejor será que lo olvides si te produce desasosiego. Además ver los cadáveres de tus colegas en esas circunstancias, eso debe ser terrible. Sé lo mucho que te ha afectado" -y le rodea los hombros con el brazo mirándole serenamente.
"Eso no es lo único" -exclama girándose para mirar a su amigo de manera inquietante.
"¿Por qué te martirizas recordando esas cosas? Ahora debes olvidarlo, estás viviendo en un lugar estupendo, no tienes problemas económicos, tu futuro profesional es..."
"No, todo eso ya no importa. ¿Es posible que yo sea el único que lo esté notando? ¿Es posible que la humanidad haya vivido durante siglos sin saber lo que yo sé ahora?".
"¿Qué más te ha sucedido para que digas todo eso?".
"Tras los días en que estuve en el hospital me empezaron a suceder fenómenos incomprensibles. Empecé a tener pesadillas tan tenebrosas que ni siquiera las recuerdo. Creo que algunas consistían en que yo llevaba un lastre y me ahogaba, pero no sé si es lo que soñé o he inventado algo. Tengo..., tengo también una caja -tras esto para unos segundos y suspira- en la que he guardado hojas, papeles en los que he escrito cosas. No me digas cómo lo he hecho, porque mientras el bolígrafo escribía yo estaba en otra parte. ¿Ves esa estantería? -exclama girándose hacia un lado- Esa caja de madera. Tráemela, por favor, estoy demasiado cansado para levantarme".
"¿Esta caja verde?" -exclama el visitante tras levantarse y dirigirse hacia las tres estanterías repletas de libros y adornos vegetales.
"En efecto, no hay otra".
Después de volver a sentarse, el compañero abre la caja y examina el interior. Varias hojas de tamaño cuartilla contienen frases escritas en mayúscula con un estilo tosco.
"Léelas mejor tú; yo te diría lo que significan pero no lo sé".
""No le escuches" "No dejes que te inmiscuya" "¡Por favor, vete!" "Es trascendental que te olvides de esto" "Estás a tiempo, no caigas tú también" "No puedo decirte lo que sucederá si sigues aquí" Esto me dices que lo has escrito tú inconscientemente. ¿A quién se refiere?" -exclama el amigo devolviendo las hojas a su sitio y la caja en la mesa.
"A mí. Esas frases fueron escritas una noche antes de irme a la cama. Yo me acuerdo que estaba leyendo los primeros resultados de nuestra investigación en el Polo. Puedes considerar que me quedé dormido. Al día siguiente todas esas cuartillas estaban en mi mesilla de noche. Pero lo peor fue la conversación que tuve hace escasos días. Fue mi motivo para llamarte y todavía no te lo he contado".
"¿Sabes? Empiezo a pensar una cosa sobre esas frases. Pero, ¿qué conversación era esa?".
"Ah, seguro que piensas en un desdoblamiento de personalidad. Estoy enloqueciendo, pero todo es tan real...".
"No, no pensaba en eso, sólo en que... , en que hay un secreto que alguien quiere que siga velado, ¿no es cierto?
"Si, un gran secreto. Pero esas frases las escribí yo. ¿Por qué me digo esas cosas? ¿Es que lo que me dijo...? Tal vez sea un secreto que quema las manos. El caso es que estaba a punto de terminar de cenar cuando sonó el teléfono. Era un completo desconocido y empezó a hablar. Me contó que, pese a todas nuestras creencias religiosas habituales, el universo material no está gobernado por un dios todopoderoso, magnánimo y omnisciente. Lo más normal sería haberle colgado, pero dijo poder explicar... , ¡lo que yo había visto! "¿Estuvo usted allí?", le pregunté y no obtuve otra respuesta que el silencio. Volvió a hablarme. El caso es que nuestro mundo se halla bajo la férula de un Demiurgo, un ser limitado y con una moralidad que no encaja en nuestras concepciones de bien o mal. Al parecer, el Dios que todos conocemos, o casi todos, creó el mundo, el conjunto de lo real, desde la última subpartícula atómica hasta los grandes cúmulos galácticos. No se sabe si dejó de existir una vez terminada su obra o se "fue" a otra parte. Al parecer, yo entré en otra dimensión cuando atravesé la entrada del túnel. Lo que vi allí dentro era una burbuja de perfección en un mar de caos y degradación. ¡Esos fueron los primeros cuerpos humanos que Dios creó! ¡Cómo iba ese buen hombre con su voz cascada a hacerme olvidar la teoría de la evolución! Siguió contándome que el Demiurgo quería imitar al creador pero por limitación o incompetencia no pudo evitar que una parte del desorden que formaba parte de la materia prima de todas las cosas se introdujera en su creación. A este fenómeno le llamamos tiempo. El mundo que surgió fue nuestro universo. ¡Nosotros no tenemos el cuerpo que nos corresponde! ¡Mira esas manos agrietadas, las arrugas que tenemos, las células del cuerpo están continuamente restaurando capas y capas de piel que se deshacen cada día, la digestión continua de alimentos, ese trasiego inacabable de líquidos, siempre cambiando, siempre degradándonos hasta que seamos incapaces de reconstruir los pedazos! ¡Y el interior, los órganos, máquina perfecta el corazón, siempre bombeando y cuando falla nos podemos preparar para lo peor! El proceso de regeneración continua de células, el cambio, no es malo en sí, pero cuando un virus trastoca la vulnerable lista de genes, se comen entre ellas. ¡No olvides la naturaleza, los fenómenos meteorológicos siempre aleatorios y destructivos! ¡La creación no existe, sólo transformación y destrucción! La industria, ¿instrumento creado por el hombre para poner más orden en sus vidas? ¡No!, sólo más complejidad y más problemas, ¿Tal vez la ciencia pueda ir aclarando este caos que nos invade? Lo ha hecho y lo sigue haciendo pero, ¿lo hará mañana? Además, damos un paso adelante y surgen cinco pasos más por dar. Siento mucho que oigas esto pero no somos como quienes creíamos ser. El alma es cada vez más un cuento para los niños, aunque si creemos en un Demiurgo, ¿por qué no creer en un alma? Yo creo en lo que veo y aquí no distingo ningún alma, ni siquiera sé cómo tiene que ser. Sé que soy racional, puedo ser comprensivo, hablo una lengua, tengo ciertas competencias, uso ciertas tecnologías, pero ¿dónde está el alma?".
"Me estás asustando... ".
¿No empiezas a ver la realidad de otro modo? Todo se entiende, las guerras, el egoísmo, la envidia, la pereza, la corrupción... Lo último que me dijo es que al ser imitaciones de esos otros seres que yo vi tenemos una especie de vínculo con ellos. Tal vez, si empezaban a conocer muchas personas todo esto, tal vez, en un acto de voluntad sublime, podríamos lograr despertarlos. Le pregunté varias veces por su nombre y sólo después de la última me contestó: "yo soy tu" Y colgó. Nunca sabré a quien se refería. ¿Tu... padre? ¿Tu hijo? Yo no tengo hijos.
"Tal vez sea únicamente tú" -exclama el visitante anonadado.
"¿Por qué es todo tan extraño? Hay veces en las que pienso que soy extraterrestre. Esos ojos tan misteriosos que tienen un poder hipnótico excepcional. ¿No has notado alguna vez su influjo? Yo cada día soporto el reflejo en mis gafas de mi mirada. Esa sangre que cuando se derrama parece tan antinatural. Los animales. Antes yo era un enamorado de los animales. Ahora me lo pienso dos veces antes de cruzarme con esos sacos de músculo y hueso vociferantes, los perros. Y las hormigas con su industriosidad parecida a la humana pero estática. ¡Cuantos seres distintos, todos alienígenas! ¡Hay veces en las que veo una vaca y me entran temblores! Esa parsimonia, esa mirada hostil, su rostro enfermizo y moscas por todas partes. Ah, los seres más odiosos de la creación. Pero estarán aquí cuando seamos historia. Insectos, gusanos, bacterias, hongos, moluscos. He dejado de comer gambas, caracoles, centollos, setas e incluso pan. Los productos industriales no son de confianza. ¿Puedes creerlo? Todo es extraño y asombroso, amenazador y repugnante. Por eso te he llamado. Estoy muriéndome de miedo y no puedo dormir. Está interfiriendo en mi vida diaria. Estoy perdiendo el sentido".
"Tienes que llamar a un psiquiatra. ¿No comprendes que estas cosas tienen solución? Llámalo esquizofrenia, paranoia, desdoblamiento de personalidad o fobia pero tú necesitas ayuda. Tienes que olvidar todo esto. Has de empezar de nuevo desde el momento en el que entraste en ese sitio o dices que entraste. Esa llamada sólo sucedió en tu mente... " -explica precipitadamente el compañero deseando alejarse de ese hombre, de esa casa y volver a su vida de siempre, al momento antes de enterarse de todo eso. Siente que puede contagiarse, como si la locura fuese una enfermedad.
"Eso no es cierto, tengo una grabadora" -exclama con una tranquilidad abrumadora.
"¿Qué dices? ¿Oh, perdona" -por un momento, el visitante contesta groseramente, levantando la voz, pero se disculpa enseguida.
"En cuanto empezó a hablar del Demiurgo y como parece que la conversación era unidireccional y mi teléfono no es fijo, busqué el micrófono y la grabadora que uso para mis anotaciones de trabajo. Acerqué el micrófono y comencé a grabar en el teléfono del primer piso. La cinta estará en mi estudio. Ahora lo traigo" -y de un impulso se levanta y sale de la habitación.
"¿Ves?, es lo que te había dicho, y al final el "tu" parece, sí, parece cerrar la frase".
"Es tu voz, pero cambiada por la grabadora. Has grabado ese mensaje hablándote como si fueses otra persona. En ningún momento se solapan las voces. No sé si estás loco o qué te pasa, pero ya se ha acabado. Me voy" -y precipitadamente se levanta mirando su reloj.
"A mi me asusta más pero es así. He reservado un mensaje que escribí esa noche, va dirigido a ti. Está entre ese libro grueso de Mineralogía y ese rojo que se titula "Yacimientos de pirita y su explotación".
"Es otra cuartilla, ya lo veo" -y se dispone a leer la hoja en voz alta.
""Fernando, hazle caso, no está loco" ¡Esto es lo que faltaba! ¡No decidiré yo si estás loco o no! ¡Lo hará un psiquiatra y si no le llamas tú, lo haré yo!" -exclama enfadado mientras se dirige a la puerta tirando el papel al suelo.
"¡Espera! Siento que va a suceder algo pero no sé qué es" -dice mientras se levanta y recoge el papel de la alfombra. Cuando se incorpora, Fernando ya no está, ni en el salón ni en el vestíbulo. Mira al exterior a través del cristal y no le ve. Se dirige a la puerta de la casa, tal vez se haya ido al otro lado de la casa, una casa que día a día se erosiona poco a poco gracias al efecto del viento y el tiempo. Se oye un ruido al cerrarse la puerta pero el alocado individuo ya no está, ni dentro no fuera de la casa.
No se sabe si es la primera o la enésima vez que estos hechos se reproducen, pero seguro que no es la última. El visitante recibe una llamada desde su oficina mientras que otra persona está a punto de abrir un hueco en una pared levantada hace mucho tiempo. Las secuencias se repiten como si fuese la primera vez, de hecho es la primera vez para los dos. Un mecanismo inexorable ejerce de censor con las armas de que dispone, para impedir que ciertos conocimientos sean revelados a las criaturas más inteligentes de la creación. Mientras tanto, un oleaje incansable se abate sobre los nichos de criaturas perfectas nonatas. Los túneles más allá del tiempo y del espacio empiezan a sufrir resquebrajaduras y unas criaturas diminutas han llegado hasta ellos. Es inescrutable el tiempo que pasará antes de que todo se precipite. La degradación ha conseguido introducirse en las estáticas estancias.
La gente del pueblo nunca supo que fue de aquel geólogo. Dejó la casa abandonada y, sin la labor de mantenimiento del hombre, pronto se vino abajo. Se realizaron investigaciones policiales sin éxito en la determinación de su paradero. Sí que quedó clara su locura. Se leyeron los mensajes, se oyó la grabación, desde aquella expedición no había logrado recuperarse. Distinto fue el caso de Fernando. Toda una vida por delante, mujer y dos hijos, cordura demostrada y un papel en la basura. "Papá, no cojas el teléfono mañana por la tarde". La hija había escrito una pequeña nota que la madre había tirado sin leerla junto con unos periódicos. Los encargados del caso no se explicaban la desaparición de Fernando.
Después de lo que sucedió en ese pueblo, los habitantes trataban de explicarse lo ocurrido y no podían. Día tras día y noche tras noche, sin saberlo, se estaban desvaneciendo en ellos y en toda la humanidad los últimos lazos que les ataban a la divinidad. A medida que se profanaba el último reducto de la perfección, la criatura humana se volvía más imperfecta, más perecedera, menos intelectual, dejando las decisiones fundamentales en manos del azar. Los edificios se desplomaban inermes ante la tremenda fuerza de las mareas del caos, los árboles desarrollaban infecciones, los animales tumores, todo hasta que los últimos hilos de la creación hubiesen sido cortados. Tras la caída de las civilizaciones seguiría la de los seres inteligentes, la vida animal, la vegetal, los entes microscópicos, hasta las mismas rocas se disgregaban en una involución veloz e irrevocable. Pronto, y tras el choque entre materia y antimateria, todo se redujo a la nada. El Demiurgo, al haber desencadenado fuerzas que desconocía, realizó una última acción y desapareció. La creación ahora sería recreación.